Como Creer En Dios Y Tener Fe?

Como Creer En Dios Y Tener Fe
Creer en el Salvador y en Su misión es tan esencial que es el primer principio del Evangelio: “Fe en el Señor Jesucristo” 1. ¿Qué es la fe? En su epístola a los Hebreos, en el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo enseñó que la fe es “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” 2.

¿Y cómo obtenemos la fe? ¿Cómo logramos la convicción de la realidad de nuestro Salvador, a quien no hemos visto? Las Escrituras nos enseñan esto: “A algunos el Espíritu Santo da a saber que Jesucristo es el Hijo de Dios, y que fue crucificado por los pecados del mundo; “a otros les es dado creer en las palabras de aquéllos, para que también tengan vida eterna, si continúan fieles” 3.

Desde el principio, los profetas han sabido que Jesucristo es el Hijo de Dios, han sabido de Su misión terrenal y de Su Expiación por toda la humanidad. Los registros sagrados dan profecías de miles de años, no sólo de la primera venida de nuestro Salvador, sino también de la Segunda Venida, un día glorioso que, sin duda alguna, vendrá.

  1. Si hubiéramos vivido en los días de aquellos profetas de antaño, ¿habríamos creído en sus palabras? ¿Habríamos tenido fe en la venida de nuestro Salvador? En la antigua América, Samuel el lamanita profetizó que la noche del nacimiento del Salvador “[habría] grandes luces en el cielo… al grado que a los hombres les parecería que es de día” 4;

Muchos le creyeron a Samuel y fueron a buscar a Nefi, confesaron sus pecados, se arrepintieron y se bautizaron. “Y se aparecieron ángeles a los hombres, a hombres sabios, y les declararon buenas nuevas de gran gozo…” 5. Pero la mayor parte de los nefitas “empezó a endurecer su corazón” 6 y se volvió ciega a las “señales y prodigios” de esos días.

  1. Aquellas señales se dieron para que los del pueblo “supieran que el Cristo pronto debía venir” 7;
  2. No obstante, en lugar de prestarles atención, los del pueblo “empezaron a confiar en su propia… sabiduría, diciendo: Algunas cosas [los creyentes] pudieron haber adivinado acertadamente… mas he aquí… No es razonable que venga tal ser como un Cristo…” 8;

En aquellos días, como en los nuestros, algunos antagonistas, llamados anticristos, convencieron a otras personas que no había necesidad de un Salvador ni de la Expiación. Cuando la profecía de Samuel por fin se cumplió, y hubo “un día y una noche y un día, como si fuera un solo día” 9 , ¡cuánto gozo debe de haber llenado el corazón de los que habían creído a los profetas! “Y habían acontecido, sí, todas las cosas, toda partícula, según las palabras de los profetas.

  1. Y aconteció también que apareció una nueva estrella, de acuerdo con la palabra” 10;
  2. Los que creyeron las palabras de los profetas reconocieron al Salvador durante Su vida y Su ministerio y tuvieron la bendición de seguirlo;

Pero a veces aun la fe de los seguidores más devotos se puso a prueba. Después de la crucifixión, Tomás oyó a sus hermanos testificar que el Salvador se había levantado del sepulcro. Sin embargo, en lugar de creerles, Tomás dijo: “Si no viere… no creeré” 11.

Más adelante, al buen apóstol se le brindó la oportunidad de tocar las marcas de los clavos en las manos del Salvador, y exclamó: “¡Señor mío, y Dios mío!” 12 El Salvador entonces le enseñó amorosamente, así como Él nos ha enseñado a todos nosotros, lo que significa tener fe: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” 13.

Los creyentes del continente americano enfrentaron pruebas similares de su fe. Tal como Samuel había profetizado, hubo “truenos y relámpagos” 14 , y la oscuridad cubrió “la superficie de esta tierra durante tres días” 15. Pero “los que recibieron a los profetas y no los apedrearon” 16 no tuvieron miedo ni huyeron, sino que reconocieron que “se había dado la señal tocante a [la] muerte” del Salvador 17 y se reunieron maravillados alrededor del templo.

Allí, Él apareció ante ellos, diciéndoles: “He aquí, yo soy Jesucristo, de quien los profetas testificaron que vendría al mundo. “…he bebido de la amarga copa que el Padre me ha dado, y he glorificado al Padre, tomando sobre mí los pecados del mundo, “…Y sucedió que cuando Jesucristo hubo hablado estas palabras, toda la multitud cayó al suelo; pues recordaron que se había profetizado entre ellos que Cristo se les manifestaría después de su ascensión al cielo” 18.

Hermanos y hermanas, las profecías de la primera venida de Cristo se cumplieron, “toda partícula” de ellas. Como resultado, hay muchas personas por todo el mundo que creen que el Salvador en verdad vino y que vivió en el meridiano de los tiempos. ¡Pero todavía quedan muchas profecías por cumplirse! En ésta y en otras conferencias, escuchamos a los profetas actuales cuando profetizan y testifican de la segunda venida de Cristo; también testifican de las señales y los prodigios que nos rodean, diciéndonos que sin duda Cristo vendrá otra vez.

  • ¿Optamos por creer en sus palabras? O, a pesar de sus testimonios y advertencias, ¿estamos en espera de la evidencia? ¿Andamos “en tinieblas al mediodía” 19 , rehusando ver a la luz de la profecía moderna y negando que la Luz del Mundo volverá a gobernar y reinar entre nosotros? A lo largo de mi vida, he conocido muchas personas buenas y generosas que se adhieren a los valores cristianos; sin embargo, a algunas les falta la fe de que Él vive, que es el Salvador del mundo y que Su Iglesia ha sido restaurada en la tierra;

Debido a que no creen en las palabras de los profetas, se pierden el gozo del Evangelio y de sus ordenanzas salvadoras. Tengo un querido amigo que un día, no hace mucho, en un momento de afecto fraternal, me preguntó: “Élder Hales, deseo creer, siempre lo he deseado, ¿pero cómo lo logro?”.

  • Esta mañana quiero contestar esa pregunta;
  • El apóstol Pablo escribió esto a los Romanos: “…la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” 20;
  • El hecho mismo de que ustedes estén mirando, escuchando o leyendo el desarrollo de esta conferencia significa que están oyendo la palabra de Dios;

El primer paso hacia la fe en el Señor Jesucristo es dejar que la palabra de Él —dicha por boca de Sus siervos, los profetas— penetre en su corazón. Pero no basta con dejar que esas palabras le pasen por encima, como si sólo oírlas pudiera transformarlo; debemos hacer algo de nuestra parte, o, como el Salvador mismo dijo: “El que tiene oídos para oír, oiga” 21.

  1. En otras palabras, el oír exige un esfuerzo activo;
  2. “La fe sin obras está muerta” 22;
  3. Significa tomar en serio lo que se nos enseña, considerarlo cuidadosamente, estudiarlo con atención;
  4. Como aprendió el profeta Enós, significa dejar que el testimonio que otras personas tengan del Evangelio nos penetre el “corazón profundamente” 23;

Repasemos algunos de los elementos de la experiencia profunda y promovedora de fe que tuvo Enós: Primero, él había oído las verdades del Evangelio de boca de su padre, tal como ustedes las oyen en sus familias y en esta conferencia. Segundo, dejó que las enseñanzas del padre sobre “la vida eterna y el gozo de los santos” 24 le penetraran profundamente el corazón.

Tercero, se llenó de deseos de saber él mismo si esas enseñanzas eran verdaderas y en qué posición se encontraba ante su Hacedor. Sus palabras fueron: “Y mi alma tuvo hambre…” 25. Por ese intenso apetito espiritual, Enós se hizo merecedor del cumplimiento de esta promesa del Salvador: “…bienaventurados son todos los que padecen hambre y sed de rectitud, porque ellos serán llenos del Espíritu Santo” 26.

Cuarto, Enós obedeció los mandamientos de Dios, lo cual le dio el poder de ser receptivo al Espíritu del Espíritu Santo. Quinto, Enós escribe: “…me arrodillé ante mi Hacedor, y clamé a él con potente oración y súplica por mi propia alma; y clamé a él todo el día; sí, y cuando anocheció, aún elevaba mi voz en alto hasta que llegó a los cielos” 27.

No fue fácil. La fe no le vino al instante. De hecho, él describió su experiencia en la oración como una “lucha que [tuvo] ante Dios” 28. Pero recibió la fe. Por el poder del Espíritu Santo, recibió su propio testimonio.

No podemos tener una fe como la de Enós sin nuestra propia lucha ante Dios en la oración. Testifico que la recompensa vale la pena el esfuerzo. Recuerden este modelo: (1) Oír la palabra de Dios, hablada y escrita por Sus siervos; (2) dejar que esa palabra les penetre profundamente el corazón; (3) sentir hambre de rectitud en el alma; (4) seguir con obediencia las leyes, las ordenanzas y los convenios del Evangelio; y (5) levantar la voz en potente oración y súplica, pidiendo con fe saber que Jesucristo es nuestro Salvador.

  1. Les prometo que si lo hacen sincera e incesantemente, estas palabras de Cristo a Sus discípulos se cumplirán para ustedes: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” 29;
  2. Una vez que comenzamos a tener fe en Jesús, nuestro Padre Celestial permite que nuestra fe se fortalezca;

Esto ocurre de muchas formas, incluso mediante la experiencia con la adversidad. Una conocida mía me escribió hace poco: “Perdimos un nietecito de dos años y medio por la leucemia… Mis hijos todavía no han sacado su pequeña cama, y pronto hará siete años de su muerte.

Es difícil tener fe. Perdí a un amigo de sesenta y nueve años. En diez años tuvo tres tipos de cáncer, y dos veces quedaron en remisión. Primero, lo encontraron en los riñones, después en el cerebro y por último en los pulmones.

Ya no pudo luchar más. Hizo todo lo humanamente posible, y hace seis años halló la fe… pero eso no le dio ni un día extra; así que supongo que es difícil creer”. Esta súplica que se me hizo por fe, la contesté como sigue: “Su relato de la pérdida de su nieto debido a la leucemia me conmovió.

Espero que usted y sus hijos encuentren paz al buscar las respuestas al propósito de la vida. Nuestra fe se consigue por medio de la oración, con un sincero deseo de acercarnos a Dios y confiar en que Él lleve nuestras cargas y dé respuesta a los misterios inexplicables del propósito de la vida: ¿De dónde vinimos? ¿Por qué estamos en esta tierra como seres mortales? ¿Y a dónde vamos después de nuestra jornada terrenal? Su pequeñito está bien, porque murió antes de la edad de responsabilidad, los ocho años, y está en la presencia de Dios.

Busque la fe, y que las bendiciones de Dios la acompañen. ” Es interesante el hecho de que el que sufre obtiene fe mediante el sufrimiento y acepta la voluntad de Dios; “hágase tu voluntad” 30 , dice, mientras que a los familiares y a las personas que lo cuidan les es difícil aceptar el trágico final y ser capaces de fortalecer su fe con la experiencia.

No podemos medir la fe por “un día extra”. Cuando nos llegan las dificultades de la vida terrenal, y nos llegan a todos, puede ser “difícil tener fe” y “difícil creer”. En esos momentos, sólo la fe en el Señor Jesucristo y en Su expiación puede brindarnos paz, esperanza y comprensión.

Solamente la fe en que Él sufrió por nosotros nos dará la fortaleza para perseverar hasta el fin. Cuando obtenemos esa fe, experimentamos un potente cambio de corazón, y, como Enós, nos fortalecemos y empezamos a desear el bienestar de nuestros hermanos.

Oramos por ellos, para que ellos también se eleven y se fortalezcan por medio de la fe en la expiación de nuestro Salvador Jesucristo. Consideremos algunos de esos testimonios proféticos de los efectos que la Expiación tiene en nosotros.

Al hacerlo, les pido que dejen que penetren profundamente en su corazón y satisfagan cualquier hambre y sed que haya en su alma. “Y en ese día descendió sobre Adán el Espíritu Santo, que da testimonio del Padre y del Hijo, diciendo: Soy el Unigénito del Padre desde el principio… para que así como has caído puedas ser redimido” 31.

  • Y “el Señor se le mostró [al hermano de Jared], y dijo: …He aquí, yo soy el que fue preparado desde la fundación del mundo para redimir a mi pueblo;
  • He aquí, soy Jesucristo;
  • Soy el Padre y el Hijo;
  • En mí todo el género humano tendrá vida, y la tendrá eternamente, sí, aun cuantos crean en mi nombre…” 32;

Abinadí testificó: “Quisiera que entendieseis que Dios mismo descenderá entre los hijos de los hombres, y redimirá a su pueblo… Sí, aun de este modo será llevado, crucificado y muerto… [dándole] poder para interceder por los hijos de los hombres… habiéndolos redimido y satisfecho las exigencias de la justicia” 33.

Y finalmente, está José Smith. Cuando era un muchacho de catorce años, ejerció una fe firme y siguió el consejo del profeta Santiago de “pedir a Dios” 34. Debido al llamamiento profético de José, Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo aparecieron ante él y le dieron instrucciones.

¡Qué gloriosa fue esa Primera Visión para el primer Profeta de esta última dispensación! Dieciséis años después, en el Templo de Kirtland, el Salvador visitó otra vez a José y él testificó así: “Vimos al Señor… y su voz era como el estruendo de muchas aguas, sí, la voz de Jehová, que decía: Soy el primero y el último; soy el que vive, soy el que fue muerto; soy vuestro abogado ante el Padre” 35.

A mi querido amigo y a todas las almas que tienen hambre de fe, los invito “a buscar a este Jesús de quien han escrito los profetas y apóstoles” 36. Dejen que el testimonio de éstos de que el Salvador dio su vida por ustedes se hunda profundamente en su corazón.

Procuren con sus oraciones obtener un testimonio de la verdad por medio del Espíritu Santo; y vean luego cómo se fortalece su fe al enfrentar con ánimo las dificultades de esta vida terrenal y prepararse para la vida eterna. Jesucristo en verdad vino. Él realmente existió.

¿Qué hay que hacer para tener fe?

Pr. Bullon – Como Tener Fe en Dios?

¿Cómo se obtiene la fe en Dios?

Información adicional – Fe en el Señor Jesucristo Para que la fe conduzca a la salvación, debe estar centrada en el Señor Jesucristo (véase Hechos 4:10–12; Mosíah 3:17; Moroni 7:24–26; Artículos de Fe 1:4). Podemos ejercer la fe en Cristo si tenemos la certeza de que Él existe, si tenemos una idea correcta de Su carácter y si sabemos que estamos esforzándonos por vivir de acuerdo con Su voluntad.

Tener fe en Jesucristo significa confiar totalmente en Él: confiar en Su poder, inteligencia y amor infinitos, lo cual incluye creer en Sus enseñanzas; significa creer que aunque no entendamos todas las cosas, Él sí las entiende.

Debido a que Él ha experimentado todos los dolores, las aflicciones y las enfermedades que podamos sufrir, Él sabe cómo ayudarnos a superar las dificultades del día a día (véase Alma 7:11–12; D. y C. 122:8). Él ha “vencido al mundo” (Juan 16:33) y ha preparado el camino para que recibamos la vida eterna.

Siempre está dispuesto a ayudarnos con tal que recordemos lo que Él nos pidió: “Elevad hacia mí todo pensamiento; no dudéis; no temáis” (D. y C. 6:36). Vivir por la fe La fe es mucho más que una creencia pasiva.

Expresamos nuestra fe por medio de hechos, por la forma en que vivimos. El Salvador prometió: “Si tenéis fe en mí, tendréis poder para hacer cualquier cosa que me sea conveniente” (Moroni 7:33). La fe en Jesucristo puede motivarnos a seguir Su ejemplo perfecto (véase Juan 14:12); la fe puede inducirnos a hacer buenas obras, a obedecer los mandamientos y a arrepentirnos de nuestros pecados (véase Santiago 2:18; 1 Nefi 3:7; Alma 34:17); la fe puede ayudarnos a vencer la tentación.

Alma aconsejó a su hijo Helamán: “Enséñales a resistir toda tentación del diablo, con su fe en el Señor Jesucristo” (Alma 37:33). Según nuestra fe, el Señor obrará grandes milagros en nuestra vida (véase 2 Nefi 26:13).

La fe en Jesucristo nos ayuda a sanar tanto espiritual como físicamente por medio de la Expiación (véase 3 Nefi 9:13–14). Durante los momentos de prueba, la fe nos dará fuerzas para seguir adelante y encarar las dificultades con valor. Aun cuando el futuro se vea incierto, la fe en el Salvador nos dará paz (véase Romanos 5:1; Helamán 5:47).

Cómo aumentar nuestra fe La fe es un don de Dios, pero debemos nutrirla para mantenerla fuerte puesto que es como un músculo: si se ejercita, crece y se fortalece; pero si se mantiene inactiva, se debilitará.

Nutrimos el don de la fe al orar a nuestro Padre Celestial en el nombre de Jesucristo. Al expresar gratitud al Padre y al suplicarle las bendiciones necesarias para nosotros y los demás, nos acercaremos más a Él. Nos acercaremos al Salvador, cuya Expiación nos hace posible suplicar misericordia (véase Alma 33:11).

  1. También seremos más receptivos a la apacible guía del Espíritu Santo;
  2. Fortalecemos nuestra fe al guardar los mandamientos;
  3. Al igual que todas las bendiciones de Dios, la fe se obtiene y aumenta por medio de la obediencia personal y los hechos rectos;

Si deseamos fortalecer nuestra fe al grado más alto que nos sea posible, debemos guardar los convenios que hayamos hecho. También podemos cultivar la fe mediante el estudio de las Escrituras y de las palabras de los profetas de los últimos días. El profeta Alma enseña que la palabra de Dios fortalece la fe y compara la palabra a una semilla.

Él dice que el “deseo de creer” le “[dará] cabida” a la palabra para que sea “sembrada en [nuestro] corazón”. Después, sentiremos que la palabra es buena, porque empezará a ensanchar nuestra alma y a iluminar nuestro entendimiento, y eso fortalecerá nuestra fe.

Al nutrir continuamente la palabra en nuestro corazón, “con gran diligencia y con paciencia, mirando hacia adelante a su fruto, echará raíz; y he aquí, será un árbol que brotará para vida eterna”. (Véase Alma 32:26–43). Véase también Arrepentimiento; Bautismo; Dios el Padre; Jesucristo —Véase Leales a la fe, 2004, págs.

¿Qué es creer y tener fe?

Qué es Fe: – La fe es la creencia, confianza o asentimiento de una persona en relación con algo o alguien y, como tal, se manifiesta por encima de la necesidad de poseer evidencias que demuestren la verdad de aquello en lo que se cree. La palabra proviene del latín fides , que significa ‘lealtad’, ‘fidelidad’.

Fe también significa tener confianza plena en algo o alguien : “Yo tengo fe en que los políticos encontrarán una solución a los problemas del mundo”. En la práctica religiosa , la fe es fundamental. En este contexto se denomina fe al conjunto de creencias de una religión , en cuyo caso es equivalente a doctrina.

Todas las religiones requieren de la fe. Así, fe puede referir a la vez a 1) creer en algo y, 2) las cosas o principios en los que creemos. Es, pues, bajo la fe que los creyentes aceptan como verdad absoluta los principios difundidos por la religión que profesan: la creencia en un ser supremo y el sometimiento a su voluntad divina.

La fe, por otro lado, también es sinónimo de religión o culto : fe islámica, fe cristiana, fe judía. Asimismo, como fe se denomina la credibilidad que se ha otorgado a algo o alguien debido a la autoridad, fama o reputación de quien lo afirma: “El ministro dijo tener fe en que las negociaciones llegarían a buen término”.

Una fe, finalmente, es también un documento que certifica la verdad de algo y que solo puede ser emitido por funcionarios públicos debidamente autorizados: fe de soltería, fe de vida.

¿Cómo aumentar la fe y la confianza en Dios?

Pasos –

  1. 1 Alimenta tu fe: recibe una medida de fe de Dios al leer la Palabra de Dios (al estudiar la Biblia). Romanos 10:17 dice: “Así que la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo”.
    • La fe no proviene principalmente al orar, al suplicar o ayunar, sino Romanos 10:17 sería solo una sugerencia.
    • La Biblia nos exhorta “ora siempre”, así que la actitud para orar será esencial, pero la fe proviene por el oír y luego por aplicar la Palabra de Dios.
    • Deberás continuar leyendo y estudiando la Palabra de Dios (la Biblia) para que tu fe crezca. En 2 Tesalonicenses 1:3 dice: “Tu fe se acrecienta cada vez más” viviendo conforme a las promesas de Dios en la Biblia.
  2. 2 Lee la parte de la Biblia donde dice que Jesucristo tenía toda la fe de Dios”: sin medida. Él es la palabra viva de Dios. [3] La fe se denomina “fruto del Espíritu Santo” que Jesús prometió enviar después de que fuera con el Padre. La fe podría manifestarse en una persona nacida de nuevo del Espíritu, incluso en los momentos difíciles, no solo en los días buenos: ~ “[. [4]
  3. 3 Como creyente, tendrás que nacer de nuevo mediante el arrepentimiento (dejar de hacer lo que hacías antes) y tendrás que continuar en Cristo para que recibas una medida de fe y el Espíritu de Dios. Si has nacido de nuevo, quiere decir que tendrás una porción de la naturaleza de Dios , como lo afirma la Palabra. Así que nadie tiene una excusa: “Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener, sino más bien piense de sí mismo con moderación, según la medida de fe que Dios le haya dado” (Romanos 12:3). [5]
    • Deja que la fe crezca en ti y lo hará en esa área que no ves en la que crees (eso sí, siempre dentro de la voluntad de Dios), luego la podrás aplicar y realizar. No es solo una esperanza, es el acceso que determinó Dios para obtener las cosas de le atañen.
  4. 4 Ama a tu hermano. ¿Cómo puedes amar a Dios a quien no ves si no puedes amar a tu hermano a quien sí ves? Dios se te revelará por medio de su pueblo, su amor, su Hijo, su Palabra y por su Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo.
    • Según Gálatas 5:6, la fe obra por el amor.
  5. 5 Tener fe para mover montañas de problemas consiste sencillamente en confiar que Dios cumplirá su Palabra. Confía que Dios no miente. No podrás confiar en Dios sin conocerlo a través la comunión de la presencia de Dios. Esta comunión consiste en pasar tiempo de calidad a solas estudiando, alabando, orando a Dios, conociéndolo a Él, su vida, camino y verdad (que verás plasmado en la Biblia).
    • Según Romanos 4:19-21, Abraham tiene una fe extremadamente sólida porque 1) no se centra en sus circunstancias, 2) confía que Dios puede hacer lo que prometió y 3) alaba a Dios.
  6. 6 Ten comunión con Él y a medida que la desarrolles, ponte de acuerdo con otros creyentes. ~ “Además les digo que si dos de ustedes en la tierra se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan (dentro de la voluntad de Dios), les será concedida por mi Padre que está en el cielo. Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:19-20). [6]
  7. 7 Para cultivar tu fe, dale a Dios la oportunidad de que se te revele. Lo conocerás, porque vivirá en tu vida. Ten comunión con el Dios invisible que da vida al espíritu con una medida de fe que podrá cambiar las cosas en el mundo visible y físico.
  8. 8 Actúa según tu fe. La fe se expresa en acciones, no es pensamientos ni palabras. Gracias a que crees, podrás recibirla, luego buscarás y esperarás resultados reales, porque tendrás expectativas de favor con Dios. Dios le dijo a Josué que debía ser fiel a las Escrituras: ~ “Recita siempre el libro de la ley y medita en él de día y de noche; cumple con cuidado todo lo que en él está escrito. [7]
    • Ten presente que en Marcos 9:23, Jesús dijo que todas las cosas son posibles para aquel que cree. “Creer” es un verbo que requiere acción. Si no se necesitara ninguna acción, Jesús hubiera dicho: “Todas las cosas son posibles para el que tiene fe”. La fe es un sustantivo, es un regalo que Dios nos da.
  9. 9 Medita en la Palabra de Dios. Al meditar en ella, sabrás cómo comportarte según la Palabra. Confesarte, declarar la Palabra y las cosas de Dios son parte de la oración y la meditación. Al leer, digerirás y hablarás la Palabras para ti mismo. Así estarás meditando en la Palabra.
  10. 10 Para aumentar tu fe, di una cosa, piensa en ella y hazla con honestidad, no con fingimiento. La Palabra de Dios ya está sucediendo, pero no lo hará si no crees con convicción. Lo que medites está formado y forma lo que crees: “Ten cuidado con lo que piensas. Lo que piensas determina lo que haces. Ten cuidado con lo que hagas de las oportunidades. Esas acciones determinarán tu fe, identidad y carácter.

    ] El fruto del Espíritu Santo son el amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad [. ]”. Así prosperarás y tendrás éxito” (Josué 1:8). Ten cuidado de esos aspectos de tu carácter, porque determinan lo que hay dentro de tu ser.

    Lo que hay dentro de tu ser determinará tu persona Así que es verdad lo de “Eres lo que piensas” (sabiduría popular).

  11. 11 Edifícate mediante la fe, la cual también se desarrolla orando en el idioma del espíritu (Judas 20). Orar en lenguas es un tipo de ejercicio espiritual según el Nuevo Testamento.
  12. 12 Tómate un tiempo para orar y meditar todos los días en la Palabra en tu lengua materna y en lenguas para que el espíritu se mantenga activo y no pasivo. Las Escrituras dicen: ~ “Ustedes, en cambio, queridos hermanos, manténganse en el amor de Dios, edificándose sobre la base de su santísima fe y orando en el Espíritu Santo ” (Judas 1:20). [8]
  13. 13 Deja que Dios esté en tus meditaciones, alabanzas y crezca en tu ser. Meditar en la Palabra y ponerse de acuerdo hará que creas en ella tanto que actuarás por fe.
  14. 14 Niégate a aceptar la duda. Empieza a alabar a Dios cuando te invadan pensamientos negativos y cámbialos por alabanzas. Si crees en Él, entonces tendrás muchas alabanzas para darle. Él vive dentro y en el pueblo que cree en Él: ~ “Dios habita en las alabanzas de Israel [es decir, su pueblo, los creyentes que hacen su voluntad]”. [9]
  15. 15 Conoce por qué Dios habita en las alabanzas de su pueblo: era una honra para Dios que la tienda del tabernáculo se convirtiera en el templo de piedra, pero ahora Él vive dentro de ti. [10]
    • Así pues, el tabernáculo le da lugar al espíritu fiel porque es la morada que le agrada a Dios :
      • Pero el universo es el tempo de Dios, así que ¿por qué hay un templo en el espíritu humano?
      • El cielo es su trono y la tierra, el estrado de sus pies. El servicio de los hombres no le beneficia en nada y aun así busca a los fieles para que le sirvan.
  16. 16 Sigue a Jesús por fe en la naturaleza activa de su vida, camino y verdad elegida y ungida para que el espíritu humano fiel, contrito y redimido pueda representar el templo que le agrada , lugar donde quiere habitar. Anuncio

¿Cómo nace la fe en una persona?

Los cristianos, cuando rezamos el Credo, al pronunciar la palabra ‘Creo’, estamos afirmando que nos fiamos de Dios y que estamos convencidos de que sus Palabras son verdad y vida.

¿Cómo mantener viva la fe en Dios?

¿Que nos da la fe?

La fe es la virtud teologal que se refiere directamente a Dios. Por ella creemos en Dios, en todo lo que Él ha dicho y revelado, y que la Iglesia nos propone. Por la fe, la persona se entrega entera y libremente a Dios. Por ello, el creyente se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios.

  • El don de la fe permanece en el que no ha pecado contra ella;
  • Pero la fe sin obras está muerta;
  • Junto con la esperanza y la caridad, la fe une plenamente el fiel a Cristo y hace de él un miembro vivo de su Cuerpo;

La fe se profesa, se testimonia con firmeza y se difunde. El servicio y el testimonio de la fe son requeridos para la salvación: “Todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 32-33).

La vida verdadera. En su admirable encíclica Spe Salvi, el santo Padre hace una exégesis sobre la fe en un texto de la Carta a los Hebreos. Llega a poner de manifiesto que por la fe, de manera incipiente, ya están presentes en nosotros las realidades que se esperan: el todo, la vida verdadera.

“Y precisamente –dice Benedicto XVI– porque la realidad misma ya está presente, esta presencia de lo que vendrá genera también certeza: esta ‘realidad’ que ha de venir no es visible aún en el mundo externo (no ‘aparece’), pero debido a que, como realidad inicial y dinámica la llevamos dentro de nosotros, nace ya ahora una cierta percepción de la misma”.

La fe no es solamente un tender de la persona hacia lo que ha de venir, y que está todavía ausente, sino que la fe da más: nos da aquí y ahora algo de la realidad esperada, y esta realidad presente constituye para el creyente prueba ( elencos ) de lo que aún no se ve.

Esta prueba atrae al futuro dentro del presente, de modo que el futuro ya no es el puro “todavía-no”. El hecho de que para el creyente este futuro existe, cambia el presente. El presente está marcado por la realidad futura. Así, las realidades futuras repercuten en las presentes y las presentes en las futuras.

Es por ello que la misma encíclica explica la distinción que en el mismo texto de la Carta a los Hebreos se hace entre los bienes que necesitamos en este mundo para el diario vivir ( hyparchonta en griego) y los bienes mejores y permanentes ( hyparxis en griego).

Bienes duraderos. La fe hace ver la importancia de los bienes duraderos, inmarcesibles, respecto de los cuales resultan despreciables los bienes transitorios. Ello otorga al creyente una nueva libertad frente a los bienes transitorios, sin negar su sentido normal.

  1. Esta nueva libertad, la conciencia de los verdaderos bienes, es la que actúa en la decisión de los mártires, que los hizo enfrentar serenamente la prepotencia de la ideología y de sus órganos políticos, con lo que han renovado el mundo con su muerte;

Esa misma nueva libertad es la que explica las grandes renuncias desde los monjes de la Antigüedad a Francisco de Asís y tantos otros miles. Es que se percataron, por la auténtica fe, de que los bienes de este mundo son nada comparados con los que la fe hace ver desde ahora: “Pues ¿qué provecho sacará un hombre si ganare el mundo entero, pero malograre su alma.

  • ” (Mt 16, 26);
  • Cuando el protomártir Esteban fue requerido por el Sanedrín, después del elocuente discurso que allí dijo, y cuando la rabia de los que lo malquerían se iba a traducir en su muerte, dicen los Hechos de los Apóstoles que clavó los ojos en el cielo y “vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios, y dijo: ‘He aquí que contemplo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la diestra de Dios'”;

Cuando ya agonizaba apedreado, hincó las rodillas y clamó con grande voz: “Señor, no les demandes este pecado. Y, esto dicho, se durmió en el Señor”. La verdadera fe hace ver al creyente todas las cosas de otra manera. La fe da nuevos ojos para ver. Y ello se traduce en lo que recordaba S.

¿Qué es la fe y un ejemplo?

La fe es la confianza y seguridad que siente una persona respecto a algo o a alguien y está asociada directamente al conjunto de creencias personales. Por ejemplo: Una persona padece una enfermedad pero cree en la medicina occidental y, por lo tanto, en las capacidades de su médico para curarla.

  1. La fe puede ser también pensada como aquella creencia en algo que no se puede demostrar científicamente, significación que se puede ver de manera clara en las religiones, en las cuales se profesa una fidelidad absoluta hacia un ser celestial de cuya existencia no se tiene ninguna prueba verídica u objetiva;

Por lo anterior, la fe implica una convicción de que algo es o será real sin otro sustento a dicha afirmación que la propia certeza y elección, por lo que es común que se asocie su significado a las ciencias místicas. Es así como todas las religiones tienen una sabiduría sobre lo que pasa después de la muerte, sin poder ninguna demostrar pruebas comprobables de ello.

¿Qué significa tener fe en Dios?

Cristianismo [ editar ] – El Triunfo de la Fe sobre la Idolatría. Jean-Baptiste Théodon (1646–1713) La fe en el cristianismo es una virtud teologal y se basa en la obra y enseñanzas de Jesús de Nazaret. [ 12 ] ​ El cristianismo declara no caracterizarse por la fe, sino por el objetivo de la fe. En lugar de ser pasiva, la fe conduce una vida activa alineada con los ideales y ejemplo de vida de Jesús.

  1. Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve;
  2. La actitud de la voluntad en la fe la describe San Agustín de la siguiente forma: «credere non potest nisi volens» —no se puede creer si no se quiere—, [ 13 ] ​ y Santo Tomás hace énfasis en la unión entre voluntad y pensamiento al decir que «la fe es retener por seguramente verdaderas ciertas afirmaciones intelectuales, bajo el influjo y la adhesión de la voluntad»;

[ 14 ] ​.

¿Cuáles son los tipos de fe?

Hay dos tipos de fe, la fe natural del hombre y la fe Espiritual que proviene de Dios!.

¿Cuál es el significado de creer?

tr. Tener algo por cierto sin conocerlo de manera directa o sin que esté comprobado o demostrado.

¿Cuál es la diferencia entre la fe y la creencia?

Estudios Fe, razón, persona: de la creencia como dimensión antropológica al acto personal de fe Faith, Reason and Person: on Belief as an Anthropological Dimension of the Personal Act of Faith Urbano Ferrer Universidad de Murcia, España. ferrer@um. es Recibido: 16/04/2013 Aceptado: 29/08/2013 Resumen Se estudia el arraigo antropológico de la fe desde la dimensión credencial del hombre, puesta de relieve por la fenomenología, la sociología de la comunicación y en especial la antropología.

  1. A continuación se aborda el paso de la creencia bajo su modalidad religiosa a la fe, como respuesta obediencial al llamamiento primero de Dios, como consta en las Escrituras;
  2. La fe monoteísta, a diferencia de otras religiones, embocó desde los inicios la vía de la racionalidad, tanto en el ámbito del conocimiento teórico como en el de la convivencia civil, pese a las desviaciones que a lo largo de la historia se han dado en ambos terrenos;

En este sentido, la fe cristiana ha impulsado las universidades y ha contribuido a la expansión de los conocimientos, así como ha puesto las bases para el reconocimiento de la esfera propia del poder civil (laicidad en sentido positivo). Pero una muestra particularmente elocuente de esta convergencia entre razón y fe se encuentra en la noción de persona, por un lado ajena al pensamiento precristiano y, por otro lado, elaborada en los primeros concilios con las categorías racionales puestas a disposición por los griegos.

  • Palabras clave: conocimiento, fe, raíces antropológicas, laicidad;
  • Abstract This paper studies the anthropological roots of faith from the believing dimension of man, highlighted by Phenomenology, Sociology of Communication and, especially, Anthropology;

It continues then dealing with the step taken from religious belief to faith, understood as an obedient response to the call of God, as it presented out in the Scriptures. Now unlike the various religions, monotheistic faith took from the beginning the route of reason, both in the sphere of theoretical knowledge and in that of civil coexistence, despite the deviations that have occurred in both spheres throughout the course of History.

Thus, the Christian faith has been the driving force of universities and has contributed to the growth of knowledge, while laying the foundations for recognizing the authority of civil power (laicality in the positive sense).

Yet a particularly eloquent sample of the convergence between reason and faith is found in the notion of person, on the one hand inexistent in pre-Christian world, and on the other, elaborated in the first councils in the categories of Reason put forward by the Greeks.

Keywords: anthropological roots, knowledge, laicality, faith as response. ¿Qué se entiende por “creencia” y, más específicamente, por “creencia religiosa”? Empezaremos por un análisis fenomenológico, destacando el lugar que asigna la fenomenología a la creencia en el seno de la conciencia.

Edmund Husserl encontró, en aplicación de su método fenomenológico, que la certeza de la creencia no es un acto más de la conciencia entre otros, sino el telos en el que desembocan esencialmente todos los actos de conciencia: así, en el orden cognoscitivo, la duda, la opinión, la sospecha, etc.

  1. , no son sino actitudes inestables y provisionales que tienden a la certeza y se colman en ella, y cuando no es posible hallarla, siempre cabe la conversión de lo dudado, opinado o sospechado en aquello de lo que estoy cierto como dudoso, probable o como sospechado; análogamente, en los órdenes afectivo y volitivo aquello que estimo y aquello que quiero -en el doble sentido de que estoy connaturalizado con ello y de que lo decido- sólo son posibles si previamente tengo algún conocimiento cierto al respecto, indispensable para poder identificarlo tanto como estimado cuanto como querido;

De un modo general, “la certeza de la creencia es creencia pura y simple, en su pleno sentido [. ] Introducimos el término de creencia primitiva o protodoxa, con el que se expresa adecuadamente la referencia intencional retrospectiva de todas las modalidades de creencia (a la creencia pura y simple)” (Husserl, 1962: p.

252). 1 Por otra parte, la creencia interviene en los actos de conciencia de un doble modo: como un índice que tiende al objeto, o más propiamente al estado de cosas antes de que se me dé en su integridad a la conciencia, y como el carácter de confirmada que asume la creencia una vez que el objeto, o en su caso el estado de cosas, se han hecho presentes.

Son los dos matices semánticos que en primer término destacan disyuntivamente en el verbo “creer”: creo u opino sin tener todavía una certeza suficiente o confirmada, o bien creo con adhesión firme, acreditada (de nuevo aparece el verbo credere en esta segunda acepción).

  • En griego, el sustantivo correspondiente es doxa, que designa tanto la creencia en tanto que forma de conocimiento inferior a la episteme o conocimiento científico como la fama o gloria reconocida a los héroes (en este segundo sentido empleará traslaticiamente San Pablo el nombre de doxa para referirse a la gloria de Dios);

En este orden, el lenguaje usual diferencia netamente los dos significados de un mismo término, ya que si al creer en la primera acepción le otorgáramos la certeza que acompaña con derecho al segundo sentido, la actitud mental correspondiente la llamaríamos credulidad, la cual se contrapone manifiestamente a la creencia en su sentido más estricto.

  • En conclusión, la certeza de la creencia es para Husserl el estado definitivo de la mente, que está en el trasfondo de todos los otros estados, bien porque apuntan a ella como a su término (cuando es una certeza no alcanzada todavía), bien porque la contienen a su modo implícitamente, pudiéndoselos transformar en algo de lo que estoy cierto en tanto que creído (así, al estar cierto de que tengo tal duda o tal sospecha);

Se podrían evitar las ambigüedades anteriores en el término “creencia” reemplazando su sentido fuerte por asentimiento, como es el caso en J. Newman: “el asentimiento es una adhesión sin ninguna reserva o duda a la proposición que constituye su objeto” (Newman, 2010: p.

148). Así como la certeza de la creencia es un modo primordial de conciencia o protodoxa, al que cabe referir los otros estados de la mente, también el asentimiento es un acto originario y completo, en el que pueden transformarse sus declinaciones como la duda, la sospecha, etc.

“Cuando doy mi asentimiento a una duda o a una probabilidad, mi asentimiento como tal es tan completo como si asintiera a la verdad; no es un cierto grado de asentimiento” (Newman, 2010: p. 151). Asentimiento y creencia coinciden, además, en contener virtualmente la certeza que con Newman podemos llamar “certeza interpretativa” (Newman, 2010: pp.

179ss. ), hasta el punto de desvanecerse como tales si no la admitieran como prueba de fuego. En consecuencia, aquellas creencias que no se traducen en asentimiento -cierto- las equipararíamos a las opiniones, en las que sí cabe establecer una gradualidad según su mayor o menor acercamiento a la certeza.

No obstante, mientras que el asentimiento denota preferentemente el acto correspondiente, la creencia se extiende, sin forzar su sentido, del acto de creer al hábito mental, lo cual dispensa de tener que aludir a los hábitos de creer con otro término y emparenta la creencia más fácilmente con la fe en su sentido de virtud o hábito sobrenatural.

  1. Por ello, normalmente seguiremos empleando el término “creencia”, una vez desenmascarada la ambigüedad semántica mencionada;
  2. Haré a continuación una incursión por la perspectiva de la sociología de la comunicación, para advertir el lugar que se concede a la creencia en el ámbito de la opinión pública;

Los estudios en este terreno han mostrado que existe un estado de creencia -en el sentido de opinión- dominante en el medio social tal que no se resuelve en los actos de interacción sociolingüística, como tendía a presentarlo la teoría social crítica de Habermas, sino que se acrisola espesamente como una muralla de silencio.

  • Para integrarse en el grupo no importa tanto el manejo adecuado del argot correspondiente cuanto que se sepa acrecentar esa, según expresión de E;
  • Noelle-Newmann (1995; Laporta, 2000; Ferrer, 2001), “espiral de silencio” que entre sus componentes van consolidando para poder diferenciarse nítidamente como grupo social;

Coincidiría esta percepción de las creencias públicas con la que se encuentra en Ortega y Gasset, al reconocer las creencias como lo primero que se respira en el ambiente social y que sólo en momentos de crisis son puestas en cuestión, transformándose entonces en ideas con las que nos manejamos, que son de claro origen individual y crítico.

“De las ideas-ocurrencia podemos decir que las producimos, las sostenemos, las propagamos, combatimos en su pro y hasta somos capaces de morir por ellas. Lo que no podemos es vivir de ellas. Son obra nuestra y, por lo mismo, suponen ya nuestra vida, la cual se asienta en ideas-creencias que nosotros, en general, ni siquiera nos formulamos y que, claro está, no discutimos ni propagamos ni sostenemos.

Con las creencias propiamente no hacemos nada, sino que simplemente estamos en ellas” (Ortega Y Gasset, 1983: p. 384). Parece, pues, que el hombre no puede desenvolverse en el entorno social sin unas creencias consabidas, no expresadas, pero operativas de un modo latente en los comportamientos comunes.

Es una concepción que viene abonada, por otra parte, por el interaccionismo simbólico de Herbert Blumer, continuador de los planteamientos de fenomenología social de Alfred Schutz, que identifica a los grupos sociales culturalmente antes de ingresar en los procesos de interacción discursiva.

En otro orden, antropológicamente hablando, el hombre se nos presenta como constitutivamente credencial, en el sentido de que no le basta con el tipo de certeza -o de ausencia de ella- que en cada caso se le muestra necesaria para resolver su situación pragmática, sino que está a la búsqueda de unas creencias básicas o primordiales que le puedan sostener en el más pleno y radical sentido.

Los interrogantes sobre quién soy, de dónde vengo, adónde me dirijo, qué va a ser de mí. son inevitables y, sin embargo, la respuesta inmediata y coyuntural que vaya a darles es siempre de paso, quedando abierta en todos los casos a lo que se presente, al fin y a la postre, como definitivo.

Son interrogantes que no tienen una respuesta obvia que los haga desaparecer como tales. Se trata más bien de preguntas inesquivables que sobrepasan el horizonte de lo que puede ser despejado de un modo objetivo; dicho en los términos inversos: los datos objetivos que me salen al paso me impelen a rebasar el límite de lo que puede ser objetivado y a la formulación de tales interrogantes, con su demanda de una creencia cierta en la respuesta.

El Concilio Vaticano II se refiere a ellos en los siguientes términos: “Los hombres esperan de las diferentes religiones una respuesta a los enigmas recónditos de la naturaleza humana que hoy, como ayer, conmueven íntimamente los corazones.

¿Qué es el bien y qué el pecado?, ¿cuál es el origen y el fin del dolor?, ¿cuál es el camino para conseguir la verdadera felicidad?, ¿qué es la muerte, el juicio y la retribución específica después de la muerte?, ¿cuál es, finalmente, ese misterio último e inefable que abarca nuestra existencia, del que procedemos y hacia el que nos dirigimos?” ( Gaudium et spes, n.

10). Abundando en este aspecto voy a referirme sucintamente a tres autores contemporáneos que, de un modo u otro, cuentan con lo que excede la conciencia intencional objetiva. Como es sabido, Gabriel Marcel diferencia entre el “problema”, que me hace frente de modo objetivo y tiene solución a partir de los datos de que dispongo, y el “misterio”, de orden existencial, que me envuelve y, por tanto, se resiste a ser objetivado.

El misterio es aquello en lo que existencialmente creo, sin que lo pueda convertir en un problema a despejar objetivamente; pienso en él, pero no lo llego a hacer objeto dominable por el pensamiento, a modo de un problema. En un sentido similar, Karl Jaspers se refiere a las cifras del existir, que se revelan en situaciones-límite en calidad de inabarcables objetivamente, como pueden ser el dolor, la culpabilidad, la lucha interior o el amor.

Son cifras en tanto que no se las puede reducir a aquello que presuntamente las descifrara. A su vez, Ortega y Gasset muestra que en el mundo, tal como es dado objetivamente, hay una división o fractura constitutiva que remite como algo necesitado de explicación a un más allá que lo recomponga.

Las cosas son penúltimas, están abiertas a través del horizonte indeterminado que las acompaña a algo que sea último y que, en su ultimidad, dé razón de ellas: el ser fundamental, por su esencia misma, no es un dato, no es nunca presente para el conocimiento, es justo lo que falta a todo lo presente.

¿Cómo sabemos de él? Cuando en un mosaico falta una pieza lo reconocemos por el hueco que deja; lo que vemos es su ausencia; su modo de estar presente es faltar, por tanto, estar ausente. De modo análogo, el ser fundamental es el eterno y esencial ausente, es el que falta siempre en el mundo -y de él vemos solo la herida que su ausencia ha dejado, como vemos en el manco el brazo deficiente.

Y hay que definirlo dibujando el perfil de la herida, describiendo la línea de fractura. Por su carácter de ser fundamental no puede parecerse al ser dado, que es, precisamente, un ser secundario y fundamentado (Ortega y Gasset, 1983b: p. 333). Esta larga cita se justifica porque en el texto aparece nítidamente expuesta la diferencia que separa lo dado objetivamente en el mundo del ser último, que no forma parte del mundo.

Cabe concluir que, ante esta exigencia de ultimidad -advertida, como se ve, desde distintas perspectivas-, no es posible no optar por una de las dos alternativas que se presentan: el teísmo o el ateísmo, bien entendido que ambas son creencias irreductibles, no verificables en el sentido de lo que es positivizable.

No es posible neutralizarlas con un tercero no credencial y pretendidamente aséptico: el agnosticismo es, en rigor, un oscilar entre ambas, no es una respuesta, sino que más bien se mantiene en la búsqueda de la respuesta estable o definitiva. Con ello hemos transitado desde la creencia en general al estrato de la creencia religiosa.

A un nivel sociocultural puede decirse que la creencia religiosa ha impregnado a todos los pueblos desde la más remota antigüedad. Sólo desde ella ha podido el hombre dar cauce a las inquietudes y sombras relativas al universo y al sentido de la existencia.

Es de notar que no se trataba por lo común de opciones meramente individuales, sino que la formación de las comunidades y el ingreso de alguien nuevo en ellas iban acompañados de un rito religioso. Marcel Mauss ha mostrado cómo la ceremonia del don dentro de la comunidad, claramente credencial, ha precedido al sentido ético para las exigencias de la justicia, que se han nutrido de él.

Según dice: “las sociedades han progresado en la medida en que ellas mismas, sus subgrupos y, en fin, sus individuos han sabido establecer sus relaciones: dar, recibir, devolver” (Mauss, 1950: p. 278). Otro testimonio está en el célebre discurso de San Pablo a los atenienses, cuando se dirige a ellos como uno de los más religiosos de entre los pueblos.

Sin embargo, ya poco después de que despuntara la vía del logos en la Grecia del siglo VI a. , se empezaron a poner de manifiesto las contradicciones internas en las creencias griegas o el antropomorfismo de los dioses, que llevó a Jenófanes a conjeturar que si, en vez de hombres fuéramos asnos o bueyes, fingiríamos igualmente a los dioses por analogía con nosotros.

Es la época de la Ilustración griega, en que hacen crisis las creencias básicas. Pero aun entonces Sócrates muere por obedecer las leyes de la polis, en las que cree sin resquicio alguno. Llegados a este punto, hemos de advertir que la creencia religiosa por sí sola, si bien encuentra un asidero antropológico nítido e inesquivable, como he tratado de exponer, no presenta, en cambio, por el lado objetivo un carácter unívoco y fidedigno.

De aquí la pluralidad de formas en que se ha disgregado históricamente: como mitologías politeístas, como adoración de los astros y las fuerzas del universo, como experiencias mistéricas en unos cuantos iniciados, como negación de todo deseo y de toda personalidad en el Nirvana, como identificación extática con el Todo.

  1. Y como todas estas modalidades de creencia responden a un mismo anhelo de Absoluto, no ofrecen por sí mismas criterios de discriminación entre ellas, ni tampoco de progreso en el paso de unas a otras;
  2. En todo caso, estos criterios habrían de venir de factores no propiamente religiosos, sino éticos, por un lado (como, por ejemplo, la prohibición de sacrificios humanos o la depuración de ciertos rasgos antropomórficos en las divinidades, como puedan ser los celos), y, por otro lado, de motivos procedentes de la crítica ilustrada, que hará de la religión una virtud natural referida al Origen, como es la eusebeia entre los griegos (a la que Platón dedicó el diálogo Eutrifón ) o la pietas romana, en coexistencia, sí, con las otras virtudes, pero poseyendo un rango de primer orden, ya que las otras virtudes requieren para su completud del acompañamiento de la religiosidad, como al acudir a los penates protectores de la familia en la vida privada o a propósito de la Justicia en la vida pública, personificada en una diosa con los ojos vendados, o en el compromiso matrimonial, que había de contraerse ante la divinidad;

Zubiri denomina a lo religioso, en este sentido fundante y en tanto que dotado de un poder (como se refleja en que el hombre no pueda sustraerse a la opción ante ello), la deidad, a la que el hombre estaría constitutivamente religado. 2 Pero queda un nuevo interrogante, que nos va a abrir paso al siguiente apartado: ¿cómo se introduce en religión el monoteísmo judeocristiano? ¿Es acaso una religión más? ¿O se trata de una creencia pasada por el tamiz de la razón crítica y de la ética? Adelanto que trataré de mostrar que no son suficientes estos dos motivos, aún formando parte suya, para dar con lo distintivo de la creencia monoteísta.

II. Apertura antropológica a la fe desde la creencia A diferencia de la creencia -sea o no de índole religiosa-, tal como se ha tomado en cuenta hasta ahora, la fe no es un mero estado mental, sino que añade la actitud de entregamiento a aquel en quien se cree.

3 Esto excluye que el factor creencia dependa en la fe íntegramente de evidencias naturales o adquiridas, o bien que la creencia asumida en la fe fuera el sólo resultado de la búsqueda humana. El lugar de las evidencias lo ocupan en la fe los signos de credibilidad, y lo que en otros casos es actividad de búsqueda, en la fe viene reemplazado por la disposición interior receptiva a ella.

  • Asimismo, la entrega pone de relieve en la fe de modo más patente que en las otras creencias su voluntariedad, al estar implicada en ella toda la persona que cree;
  • Pero una entrega incondicionada solamente es posible si se la refiere a un ser único;

Lo cual la asocia de entrada a la creencia monoteísta. El monoteísmo se puede decir que es relativamente tardío en la historia, si prescindimos de la cultura hebrea. Incluso en la Biblia no consta de un modo expreso y con alcance universal hasta el Éxodo del pueblo hebreo en el siglo XV a.

, cuando Yahvé entrega a Moisés las Tablas de la Ley, en las que se dice explícita y reiteradamente que “el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra, no hay otro” (Dt. 4, 39).

4 Ya aquí cambia radicalmente la perspectiva respecto de las otras formas de creencia religiosa. No es el hombre el que por tanteos y partiendo de una experiencia de lo sagrado descubre a Dios y le adjudica una u otra figura, sino que es Dios el que llama al hombre y se le revela gradualmente: “Yo soy el Dios de Abraham, Isaac y Jacob” (Ex 3, 6).

  1. Por eso, se dice textualmente en el Génesis que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza (Gen 1, 26): lo contrario de lo que ocurría en los mitos, en los que los dioses eran fantaseados a imagen del hombre;

La respuesta a Dios, que es la creencia de la fe, sólo tiene sentido desde una llamada previa, como es la dirigida a Abraham para que abandone su tierra y vaya a Canaan, donde se le dará una inmensa descendencia ( credere en este sentido tiene que ver etimológicamente con incordere, responder con el corazón).

Veamos un tercer ejemplo bíblico: en el libro de Job es Dios quien tiene la iniciativa suprema y permite al diablo tentar al justo Job, exigiendo de éste el abandono confiado en el Señor cuando pierde todo lo que poseía y acabando, tras la prueba, por ser restablecido en sus bienes y posesiones.

Que la actitud de entrega completa está operante en la fe se pone de manifiesto en sus tres elementos constitutivos, que faltan en las meras creencias: a) la respuesta al Ser supremo, tal que es Él quien primariamente condesciende ante el hombre; b) la seguridad esperanzada en Él; c) la exclusión de todos los demás dioses como formas de idolatría.

  • Estos rasgos aparecen reflejados en la definición que de la fe da el autor de la Carta a los Hebreos: “la fe es la garantía o sustancia ( hypóstasis ) de lo que se espera y la prueba o argumento ( élenchos ) de lo que no se ve” (Heb, 11, 1);

Al glosarlos, descubrimos que a) si es prueba o argumento, es porque lo ofrece Dios mismo, no porque la razón humana llegue por sus solos medios a encontrarlo; b) y si es garantía de lo que se espera, es porque trae consigo una seguridad que no es meramente humana; c) además, como garantía total o sustante, es excluyente de las demás.

  • Puede añadirse que la entrega inherente a la fe también es respuesta a la entrega que me hace quien me la transmite y en último término a la entrega de Dios mediante la Revelación;
  • Por ello, en la medida en que la fe no descansa en evidencias ni inferencias de la mente, no pueden hacer cuña en su certeza incondicionada los temores o cautelas ante un posible error, como es el caso en la historicidad fenomenológica de las evidencias basadas en las percepciones externa o interna;

Bien lejos de la fe desesperada en Dios con ribetes existencialistas de Kierkegaard y Unamuno, el abandono confiado que caracteriza a la fe bíblica viene derivado de que el Dios en quien se deposita la confianza es ya antes “el Dios fiel que mantiene su alianza y su favor con los que lo aman y observan sus preceptos, por mil generaciones” (Dt 7,9).

  1. E, igualmente, antes de que la asamblea de los fieles proclame “amen”, Dios “es el Dios del amen” (Is 65,16), término que denota seguridad, confianza;
  2. Pero, a modo de reverso de lo anterior, la prueba sólo se puede dar a quien tiene necesidad de ella para entender y argumentar; en cuanto a la garantía, lo es para una esperanza que existe ya de modo natural en el hombre, y para que no sea iluso en sus actos de esperar; y la unicidad de esta garantía adquiere su significado para quien busca lo Absoluto, en tanto que no relativizable a otro Absoluto;

Incluso podríamos decir que la fidelidad de Dios cobra sentido para el hombre porque en él representa también un valor supremo, aun cuando no siempre pueda decirse que su comportamiento esté a su altura. Pero todo ello supone que la fe -cuando es viva- está provista de una estructura que contiene implícitas la ratio credendi, la esperanza y la charitas.

  1. Por eso, la definición anterior de la fe ha de ser completada con las afirmaciones paulinas de que la fe es un obsequio razonable (Rom 12, 1), de que Dios no defrauda nuestras esperanzas (Rom 5, 5) y con el “no temáis” insistente del Evangelio, incompatible con otros poderes que pudieran aparecer como competidores con el poder divino (en palabras del Antiguo Testamento, Dios es un Dios celoso [Ex;

34, 14] y, en expresión del Nuevo Testamento, “el amor perfecto expulsa el temor” [Jo I, 4, 18]). Es la misma estructura que refleja San Agustín en su tríada: credere Deum (creer en Dios), credere Deo (creer a Dios) y credere in Deum (creer tendiendo a Dios) (Agustín de Hipona, Sermón 144, 2), sostenidas respectivamente por el asentimiento del entendimiento, por la confianza en Dios precisa para creerle y por el deseo natural de lo divino en el hombre o por el ser capax Dei, en palabras de Santo Tomás de Aquino; 5 es lo que se ha llamado posteriormente potentia obedientialis anterior a la fe (obedecer significa aquí ob-audire, oír prestando el obsequio de la fe, obsequio que es aceptado por Dios).

Vamos a fijarnos de momento en el primer miembro de la serie, que coincide con el aludido en el credere Deum. El segundo y tercer miembros se refieren, de un modo que tendremos ocasión de examinar, a la esperanza y al amor, respectivamente.

Creer en tanto que asentimiento racional (García Morente, 1986: pp. 159-179) trae consigo la consecuencia de que en el principio de todas las cosas, antes de que comenzaran a existir, está el Lógos o Verbo divino. En el principio no es la acción, como dice Goethe, sino la palabra, a la vez pensada y proferida o dicha (son los dos sentidos que tiene el lógos, endiathetós y proferikós, tal como está presente en los estoicos).

Ratzinger lo expone así: “cuando decimos ‘creo que Dios existe’ afirmamos también que el lógos, es decir, la idea, la libertad y el amor no sólo están al final, sino también al principio; que él es poder que abarca y da origen a todo ser” (Benedicto XVI, 2005: p.

129). Dios dio nombre a las criaturas antes de ponerlas en la existencia, 6 según el Génesis. Dijo “Hágase la luz” y la luz fue hecha (Gen 1, 3). Pero esta afirmación ha de completarse con aquella otra de que Dios presentó a Adán las bestias y los pájaros para que les pusiera nombre (Gen 2,19).

Parece como que en el lenguaje que precede a la creación del universo se le pide al hombre que tenga parte, como si Dios quisiera que el acto creador quedara incompleto sin él, por más que Dios sea el único creador.

En ello se puede ver una prefiguración de la Encarnación: Dios pudo tomar carne humana porque ya desde el principio había asociado al hombre a su tarea creadora mediante el lógos que estaba impreso en él (en cambio, sería absurdo que Dios se hubiera encarnado en un animal cualquiera) (Ladaria, 2012), lo cual se hace más explícito al decir Yahvé: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, poniendo a su servicio el universo creado.

El lema agustiniano fides quaerens intellectum adquiere un sentido preciso desde estos supuestos, pues la fe cristiana implica que existe una Razón presente en el universo creado, algo así como una gramática de la creación, en palabras de Benedicto XVI 7 y, por tanto, la inquisición racional puede venir estimulada desde la fe.

Entre la palabra y el acontecimiento hay una correspondencia que no es meramente externa, sino que obedece a una compenetración originaria, no sólo porque los acontecimientos salvíficos de nuestra fe habían sido anunciados en la Escritura desde siglos atrás, sino más aún porque la Palabra eterna es el principio y el fin, como se dice en el Apocalipsis (Ap 1, 8): es la primera y última palabra, en la que se contienen y se cumplen o consuman todos los hechos de la creación y de la historia.

  1. Con palabras del Concilio Vaticano II: “Este plan de la revelación se realiza con palabras y signos intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas” (Dei Verbum, n;

2). Incluso el pecado cometido por el hombre y todos los males que acarrea no se sustraen a esa palabra definitiva, que se revela en última instancia más fuerte que todo descarrío. Esta convicción está presente, por ejemplo, en los clásicos hispanos, como en Calderón de la Barca en El gran teatro del mundo, cuando el coro repite, como colofón a cada uno de los personajes: “Recuerda que Dios es Dios”.

  1. Pero del fides quaerens intellectum también se extrae otra implicación;
  2. La fe en su sentido objetivo no es sólo una serie de afirmaciones dogmáticas sino que también es entregada a la meditación para que sea contrastada y comprendida cada vez de nuevo a la luz de la propia vida, ya que ésta no acontece al margen del querer divino; de este modo, desde la fe los sucesos personales y colectivos se esclarecen definitivamente o, para decirlo en términos fenomenológicos, encuentran su cumplimiento;

He aquí cómo lo describe la fenomenóloga Edith Stein: “la fe es un don que ha de ser aceptado. En ella la libertad divina y la libertad humana se salen al encuentro. Pero es también un don que invita a ir adelante; como conocimiento oscuro y no evidente provoca la búsqueda de la claridad no velada, como encuentro mediato despierta el deseo del encuentro inmediato con Dios”.

8 Santo Tomás llama cogitatio a la inquietud de la razón por una mayor penetración que nace de la fe. Luego me referiré de nuevo a ello. Son varios los pasajes evangélicos en los que se menciona esta maduración de la fe al socaire de la experiencia vivida: “después de la resurrección se acordaron los discípulos de lo que había dicho (aludiendo a que el templo sería reconstruido por Él en tres días) y dieron fe a las Escrituras y a las palabras de Jesús” (Jo 2, 22) o, en otro lugar, dice el propio Jesús a Pedro: “eso no lo puedes entender ahora, lo entenderás más tarde” (Jo 13, 7).

Juan Pablo II lo expresa a su modo al decir que “una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida” (Juan Pablo II, 1982). Hacerse cultura la fe es tanto como madurarla y darle expresión con los medios humanos al alcance.

  • En el contexto más amplio de la historia de la salvación son los hechos de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor los que traen consigo la comprensión adecuada de la Escritura, como les ocurre a los discípulos de Emaús (Benedicto XVI, 2011: p;

238). III. De la componente racional de la fe a su estructura completa incluyente de la persona La mencionada componente racional de la fe está estructuralmente enlazada con la esperanza y la caridad, mencionadas antes a modo de conjunto trimembre. Si se la aísla, se está en el caso de aquellos hombres de ciencia que, a partir de la razón matemática en que está escrito el universo, han llegado a poner en la Razón -con mayúscula- el origen del Universo, como ya hicieron los pitagóricos.

Así le ocurrió también a Einstein o, más recientemente, al converso A. Flew, desde su inicial ateísmo militante (Flew, 2012). 9 Ambos dieron un paso importante, pero les ha faltado dar el segundo paso al Dios personal desde el lógos, tal como lo presenta San Juan.

Por ello, vamos a atender seguidamente a cómo esta razón originaria implícita en la fe no es una razón abstracta o técnico-funcional, sino que trae consigo el primado de la persona sobre las cosas. Un modo de llegar a ello es desde un análisis del nombre de Dios al que se invoca en los textos sagrados.

En contraste con el Dios griego, Theos, de tízemi, establecer o fundar, al que no se puede implorar, Dios en el Antiguo Testamento es llamado El, Elohim y Yahvé. ¿Qué se encierra en estos nombres divinos? El término El significa un Alguien que se descubre en su divinidad ante los hombres.

En este sentido Cristo es el Emmanuel o Dios con nosotros. Está presente, por ejemplo, como sufijo en el término Isra-el, con el significado de “fuerte con Dios”, después de haber entablado Jacob una misteriosa pelea con un ser enigmático que resultó ser Dios.

  1. También los nombres de los arcángeles Gabri-el (enviado por Dios), Migu-el (quién como Dios) y Rafa-el (Dios cura) están vinculados a El en su terminación;
  2. A diferencia de las divinidades de las demás religiones, que estaban vinculadas a un origen local, el Dios revelado es el Ser que interpela al hombre personalmente, dondequiera que se encuentre;

Es más: no posee un nombre con el que se lo pueda conjurar ni mucho menos dominar (en el sentido en que Adán puso nombre a las cosas creadas), sino que se reserva en su ser cuando Moisés le pregunta cuál es su nombre. Moisés le mencionará ante el Faraón como “el que es”.

Como comenta Ratzinger: “A Dios se le concibe en el plano del yo-tú, no en el del lugar” (Benedicto XVI, 2005: p. 105). Lo propio de la persona es manifestarse ante las demás aconteciendo desde sí misma, no como un en-sí enquistado o solidificado en unas determinaciones lógicas.

No es tampoco un individuo que se agote en ser ejemplar de una especie. Su unicidad no lo contrapone a otros individuos, pero tampoco lo asocia con ellos, al modo como cuando se trata de los miembros de un conjunto lógico o matemático. Es lo que sugiere el segundo nombre, Elohim, alusivo a su riqueza interior, no confundida ni con lo inmensamente grande a una escala cósmica, ni con el extenderse conjuntivamente a todas las cosas, ni con una extrapolación de cualquiera de las categorías humanas, como unidad, pluralidad, totalidad, diferencia, poderoso, rey.

  1. Es único e infinitamente superior a todo lo creado en su Trascendencia inconmensurable, por lo que puede ser Dios de todas las cosas y de todos los hombres, no sólo de una tribu como la estirpe de Abraham, ni de un pueblo, como lo era el que Moisés condujo a la tierra prometida;

Por ello, paradójicamente, su omnipotencia se revela en su palabra inerme, su grandiosidad en los límites manifiestos en la indefensión de un niño recién nacido, su realeza en el anonadamiento como siervo sufriente, su concentración de lo plural heterogéneo en su unidad simplicísima.

  1. Diríamos que sus atributos se muestran, antes que en su exhibición ante otros a modo de espectáculo, en su mismo ser, sólo comprensible por El mismo;
  2. Elohim designa la pluralidad compatible con la singularidad de quien es El o suyo en el primer sentido;

El tercer nombre, Yahvé, alude a la permanencia frente a lo que sólo es pasajero y variable. Por ser permanente, es fiel consigo mismo, es lo eterno y lo verdadero (el término verdad en hebreo connota solidez, firmeza, como se refleja cuando decimos amén, y la expresión griega para la creencia, en este sentido de la fe, no es la doxa examinada antes como forma inferior de conocimiento, ni la aletheia o verdad en sentido griego como desocultamiento, sino la pistis o creencia confiada, segura).

Como dice Isaías: “se seca la hierba, se marchita la flor, pero permanece para siempre la palabra de nuestro Dios” (Is 40, 8); “desde siempre yo soy Dios; no hay otro Dios, ni hay nadie como yo” (Is 46, 9).

Para nosotros lo permanente se figura como algo pedregoso, monolítico, inconmovible ante los embates externos, pero en Dios sólo cabe entenderlo desde la relación constitutiva o intrapersonal, que no está tendida entre dos extremos fijos. La permanencia no significa, pues, en Dios la resistencia a la división ni forma una unidad dialéctica con su contrario al modo de Hegel, sino que como actividad viviente suprema no es respectiva a su no-ser, sino que reposa en plenitud sobre sí.

  • Así se entiende que Isaías diga: “no se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia;
  • Fortalece a quien está cansado, acrecienta el vigor del exhausto” (Is 40, 28-29);
  • En el Nuevo Testamento Yahvé va a ser traducido por kyrios, el Señor o el Rey de todo el cosmos y de la historia;

En conclusión, comprender la fe trae consigo expresarla en palabras o confesarla y estas palabras a su vez pueden ser vertidas a los hechos en los que Dios se ha manifestado. No hay un discurso separado en sí mismo de los acontecimientos. Dice San Lucas que Jesús coepit facere et docere (Hech 1, 1), empezó a hacer y a enseñar.

Su hacer se traduce en palabras y sus palabras están respaldadas por su hacer. Es claro que no me estoy refiriendo a la mera comprensión hermenéutica, según la cual los acontecimientos históricos componen entre sí un texto inteligible, teniendo asignada dentro de él lo que Gadamer llama Wirkungsgeschichte o productividad histórica.

Aquí se trata más bien de un lógos personal que se revela en palabras y hechos simultáneamente, no de hechos que se encadenaran de un modo solamente exterior integrando un texto o conjunto dotado de significado. Con palabras de Ratzinger: “la fe no consiste en aceptar un sistema, sino en aceptar a una persona que es su palabra.

La fe es aceptar la palabra como persona y la persona como palabra” (Benedicto XVI, 2005: p. 174). El concepto de persona tal como hoy lo entendemos tiene su principal matriz en el Cristianismo y, sin embargo, es un término que no aparece expresamente en la Biblia, sino en la reflexión teológica posterior a partir de las categorías griegas y latinas de ousía ( essentia ), physis ( natura ) e hypóstasis (sujeto sustante).

Si los atributos de Dios del Antiguo Testamento sólo son posibles en un ser personal -del que la persona humana creada por Él es a su imagen y semejanza-, el NT lo hace plenamente manifiesto al revelar a Dios como Padre de todos los hombres en Jesucristo, su Hijo Unigénito, del que deriva toda paternidad humana.

El término bíblico que más se le aproxima es leb, corazón, que se aplica igualmente a Dios y a los hombres; así, se dice de Dios: “suscitaré un sacerdote fiel, que obre según mi corazón y mi deseo” (1Sam 2, 35), y en numerosos pasajes se dice del hombre en alusión a su intimidad: “el hombre mira a los ojos, mas el Señor mira el corazón” (1Sam 16, 7).

En la plenitud de la revelación aparece que el modo como el hombre es hecho hijo en tanto que persona -no ya en tanto que ejemplar de una especie viviente- es incorporándose al Cuerpo del que Cristo es la cabeza: es el nuevo nacimiento que se cumple en el Bautismo.

Justamente la permanencia de Cristo en el Padre es la prenda y el resello del destino eterno de la persona humana. A este propósito, Ratzinger extrae las consecuencias escatológicas de este ser persona incorporada como hijo al cuerpo de Cristo: “si nosotros mismos nos transformamos en miembros del cuerpo de Cristo, entonces nuestras almas están sujetas a ese cuerpo, que se convierte en cuerpo de ellas, y así están a la espera de la resurrección definitiva, en la que Dios será todo en todos” (Benedicto XVI, 2003: p.

165). Con todo, queda sin despejar el interrogante acerca de lo que quiere decir que detrás de las palabras en que se nos revela está Dios si, por otro lado, la misma palabra está ya en Dios y es Dios, su Hijo unigénito y, como dice San Juan de la Cruz, no tiene otra (Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, 2, 2, 3-5).

Parece que nos colocamos en el dilema de que, o bien hay un ser anterior a la Palabra y que es el que propiamente sería Dios, o bien Dios sería la Palabra subsistente, en cuyo caso no procedería de Dios como Padre.

Ambas alternativas son insostenibles para la fe cristiana, que confiesa que el Padre y el Hijo son un único Dios. Estamos ante el misterio central de nuestra fe y, aunque no se lo pueda hacer evidente, sí es posible mostrar que no estamos ante algo ininteligible, como acaso pudiera parecer.

¿Cómo salir, entonces, del atolladero? En el primer término del dilema -que Dios fuera primero y luego hablara- se está incurriendo en la objetivación categorial por separado de la palabra y de su portador, así como en la de la filiación y de quien es hijo, de modo que hubieran de contraponerse como la sustancia y el accidente, o como el sujeto y el predicado.

Es decir, para calificar a A como hijo tendríamos que objetivar previamente a A y luego aplicarle la filiación, o bien tendríamos que ver en él primero una sustancia, a la que modificara accidentalmente el ser hijo de B, donde B a su vez estaría supuesto como algo previo a su ser padre.

Lo mismo habría que decir sobre la relación entre A que habla y la palabra que profiere. Pero, ¿y si el ser de A incluyera constitutivamente la filiación y el ser de B incluyera la paternidad antes de toda objetivación mental? En cuanto a la sustantivación de la palabra como relación en el segundo término del dilema, ello se hace al precio de que se diluyan las personas que son sus soportes y resulten indiferentes o sustituibles por cualesquiera magnitudes.

Una vez más estaríamos objetivando la relación, al pensarla como algo que fuera de suyo y que fijara funcionalmente a sus términos (la relación en el sentido de la función algebraica, por ejemplo). Pero a ello cabe oponer: ¿y si fuera que la relación es constitutiva del ser ya antes de que la objetivemos como relación entre A y B?, ¿no resultaría que entonces es tan primaria como sus términos? Enlazando este interrogante con el anterior sobre la unión entre el ser que habla y la palabra o entre el ser padre o hijo y la paternidad o la filiación, la cuestión que se plantea seguidamente es la de unir dinámicamente en el ser el “alguien” y la “relacionalidad”, sin distinguirlos realmente, siquiera fuese de un modo categorial.

  • La relación no es algo adventicio a la persona, como si se tratara de un accidente, sino que sin ella es incomprensible el ser personal;
  • Ratzinger lo expone como el ser-de (es decir, el venir de) y el ser-a (es decir, el dirigirse a), que atraviesan al ser alguien: “La palabra no es algo encerrado en sí mismo, sino que procede de alguien y se dirige a alguien que ha de escucharla;

La palabra consiste en la unión del “de” y del “a”. Y repetimos ahora que “hijo” indica una parecida duplicidad del “de” y del “para”. Todas estas cosas podemos resumirlas así: la fe cristiana no se refiere a ideas, sino a una persona, a un yo que es palabra e hijo, que es apertura total” (Benedicto XVI, 2005: p.

  • 178);
  • Me he detenido en la dimensión de la comprensión -ciertamente sin pretender ni de lejos agotarla- que constituye al acto de fe, pues desde ella es posible transitar a las otras dimensiones;
  • Al penetrar en la intelección de la fe como respuesta de persona a persona, se nos ha mostrado como palabra a la escucha de la palabra originaria;

Por ello, dice San Pablo que fides ex auditu (Rom 10, 17). Pero la palabra no subsiste como un en-sí, sino que proviene de y se dirige a, según acabamos de ver. Provenir-de la refiere al ser que se expresa en la palabra y dirigirse-a remite a un destinatario.

El hombre ciertamente puede objetivar o poner fuera de sí sus palabras, y hasta es necesario que lo haga para que cumplan su función de comunicarnos con los otros a través de una emisión oral o de un mensaje escrito.

Pero en un ser que no conociera objetivando, la palabra mediante la que conoce quedaría en él y el querer que pone en ella tampoco se materializaría en un obsequio o donación, al que tenga que dar nombre al entregarlo al destinatario. Con ello podemos entender en alguna medida que Dios no fije en palabras pronunciadas lo que conoce porque Él mismo es Palabra viva (Persona del Hijo) y que no haga una donación externa porque Él mismo es Don (Persona del Espíritu Santo).

  • La fe y la esperanza son necesarias cuando el que las ejercita tiene que remitirse del signo al ser que está detrás y lo hace inteligible, pero, una vez que se haya revelado Dios tal como es en plenitud, cara a cara -lo que acontece en la sobreelevación gratuita por el lumen gloriae-, lo que ha de poner en ejercicio el hombre es sólo el amor, como dice San Pablo, porque la fe y la esperanza han sido sustituidas por la visión;

Es el amor-caridad lo que está en el inicio y en el final de la fe y lo que alienta en ella a lo largo de su itinerario. La fe es inseparable de una inquietud o cogitatio por conocer más y mejor -el credere in Deum- que solo puede ser colmada por el amor pleno.

A este respecto dice Santo Tomás: “El conocimiento de fe no aquieta el deseo: al contrario, lo hace más vivo, ya que cada uno desea ver lo que cree”. 10 Nos vuelve a aparecer el credere in Deum, sólo posible por el amor.

Y en cuanto a la esperanza, dice San Pablo que “el amor espera siempre” (1Cor 13, 7), lo que se podría expresar también como que “no hay esperanza sin amor”. De lo anterior se concluye que fe y esperanza se relacionan en virtud del amor. En efecto, que la fe esté asociada a la esperanza puesta en el Ser en quien creo, es posible porque este Ser personal es Amor, en palabras de San Juan (1Jo 4, 16).

Y la imagen y semejanza del hombre con Dios se advierten, en el hombre, en “que no puede vivir sin amor”, como dice Juan Pablo II ( Redemptor hominis, n. 10a), o en que “amor meus, pondus meum”, según expresión de San Agustín.

11 Pero ahora nos queda por destacar que no sólo se implican fe y esperanza, sino que también hay un discernimiento mutuo, lo cual se hace posible, según entiendo, por la componente intelectiva que ambas poseen. Pues si se confiesa lo que se cree, es porque la fe no es sólo fiducial o un puro fiarse sin razones que expongan lo que se cree y den cuenta de ello (al modo protestante-luterano), sino que la fe es también creencia o dogma -en su sentido etimológico (de doxa )-, por tanto algo a lo que se asiente con el entendimiento, discernible del acto de esperar en ello confiadamente (Sayés, 2004: pp.

37ss. Así, fe y esperanza, como distintas que son, pueden sostenerse mutuamente. Antropológicamente hablando, el dogma es aquello en lo que se depone con la garantía suficiente -proporcionada por la Iglesia asistida por el Espíritu Santo- la doxa o creencia, ineludible para el hombre, como vimos al comienzo; por tanto, no sería adecuado entender el dogma como un enunciado suelto, por así decir, o aislado de todo el cuerpo dogmático y sin relación con la actitud credencial distintiva del hombre.

A fin de cuentas, esto se debe a que lo que se cree en el dogma no es el enunciado como tal o en términos meramente lógico-lingüísticos, sino la cosa misma enunciada, 12 que es la Verdad salvadora que late en todas las verdades de fe y que se resume en que Cristo nos ha prometido que estará con nosotros hasta el fin de los tiempos.

  1. IV;
  2. A modo de apéndice: consecuencias de la índole racional y personal del acto de fe En este apartado conclusivo se van a extraer dos implicaciones próximas que resultan del carácter racional y personal de la fe cristiana, tal como ha podido apreciarse en los desarrollos anteriores;

Por lo que hace a lo primero, es significativo que la conservación y expansión de los saberes en la Edad Media e inicios de la Moderna haya corrido por cuenta de los monasterios y universidades cristianas (París, Bolonia, Salamanca, Alcalá. En efecto, conforme a su sentido fundacional la Universidad tiene a su cargo integrar en los principios unitarios del saber las parcelas de conocimiento cada vez más especializadas que han ido apareciendo; sin ellos es inevitable que se disocien estas últimas y al cabo proliferen convertidas en exigencias administrativas, insertas en un mercado cultural que es ajeno al deseo de saber: se llega a la pluriversidad.

Pero, a la vez, en esta unidad filosófica confluyen creencias y supuestos previos que ella misma no tematiza porque tienen su entronque de modo transversal en la teología (piénsese, a modo de ejemplos, en las nociones de creación, providencia divina, historia, amor, persona, fin último.

, empleadas por la mente sin la depuración precisa cuando se prescinde de la teología), bien entendido que, si se marginan tales supuestos, toman el relevo unas creencias de signo ateo, que acaso ni siquiera llegan a hacerse conscientes (MacIntyre, 2012).

De este modo, la síntesis entre razón y fe viene reclamada por la dinámica propia de ambas instancias, como se muestra del modo más logrado en Tomás de Aquino y, ya en nuestra época, entre otros, en Maréchal, Rosmini, Neumann, Guardini, Maritain o Edith Stein, procedentes de diversas tradiciones dentro del pensamiento católico.

13 La encíclica de Juan Pablo II Fides et ratio (1998) es la propuesta magisterial de la Iglesia más próxima en el tiempo sobre la armonía intrínseca entre fe y razón, en oposición tanto a un fideísmo voluntarista como a un cultivo de la razón cercenado en sus más altas posibilidades.

En cuanto al carácter personal de la fe, interviene en la vida pública como un dique para la regulación totalizante por las leyes civiles y, de un modo positivo, como principio de relativización en los poderes y objetivos políticos.

El reconocimiento de un espacio propio para la vida de fe no es inocuo o sin consecuencias políticas, al actuar como resorte que impide la absolutización del poder humano, y no faltan ejemplos en la historia del cristianismo y en las propias sociedades de nuestro tiempo que así lo acreditan.

Es algo semejante a lo que puede decirse del recinto de la conciencia moral, que ya fue fuente de conflictos en el mundo griego por su insobornabilidad (es tópico acudir al ejemplo de la Antígona de Sófocles).

La instauración de una comunidad bajo el trono de Cristo desde la cruz da contenido a una realeza de signo distinto a la del poder temporal, sin que ello merme en lo más mínimo la efectividad de tal reinado; es más: el reinado temporal depende, para su legitimidad, del reino de Dios.

“No tendrías ninguna autoridad sobre Mí si no te lo hubieran dado de lo alto” (Io 19, 11), repone Jesús a Pilato cuando reivindica la autoridad para soltarle o crucificarle. Comenta Ratzinger: “Sólo mediante la fe en el crucificado, en Aquél que es desposeído de todo poder terrenal, y por eso enaltecido, aparece también la nueva comunidad, el modo nuevo en que Dios domina el mundo” (Bendicto XVI, 2011: p.

201). No entramos aquí en el tema de las intrincadas relaciones entre la potestas civil y la potestas espiritual (el poder de las llaves conferido a Pedro por Cristo) (Rhonheimer, 2009). Sólo se trataba de mostrar, por una parte, que el delineamiento de la noción de persona que subyace a la fe cristiana, con un origen y un destino trascendentes, permite delimitar esencialmente una y otra competencia, como aparece ya en San Agustín al reivindicar como distintas la ciudad terrena y la ciudad de Dios, y cómo el Concilio Vaticano II lo ha proclamado en nuestro tiempo frente a las ingerencias de distintos signos que se han sucedido a lo largo de la historia 14 ; pero, por otra parte, así como cada persona es única pese a la multiplicidad de relaciones que convergen en ella, de modo derivado los ámbitos espiritual y civil han de ser armónicos en su respectivo despliegue, bien lejos tanto de un tutelaje externo del primero sobre el segundo como de una falta de límites en las competencias del segundo.

Según entiendo, el concepto de laicidad positiva incluye que desde la perspectiva civil o laica se reconozca el primado de los ciudadanos como personas -con su dimensión trascendente- sobre las instituciones públicas, ordenadas a su servicio integral.

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Madrid, Alianza Ediorial. [ Links ] Notas 1 Lo que Husserl llama modalidades de la creencia son sus formas derivadas, como la duda, opinión. , todas las cuales contienen alguna creencia primitiva. 2 “A ese poder último, posibilitante, impelente, le llamo deidad.

  1. Deidad no es Dios;
  2. Le llamo deidad por dos razones: porque será justamente la vía que nos conduzca a Dios, y además porque en última instancia el hombre ha sentido siempre como un poder de deidad ese carácter universal y dominante que la realidad en cuanto tal tiene sobre él y sobre todas las cosas que son reales” (Zubiri, 1993: pp;

43-44). 3 “A ese poder último, posibilitante, impelente, le llamo deidad. Deidad no es Dios. Le llamo deidad por dos razones: porque será justamente la vía que nos conduzca a Dios, y además porque en última instancia el hombre ha sentido siempre como un poder de deidad ese carácter universal y dominante que la realidad en cuanto tal tiene sobre él y sobre todas las cosas que son reales” (Zubiri, 1993: pp.

43-44). Prefiero el término “entregamiento’; o “entrega” simplemente, al vocablo “compromiso”; por estar más ligado el segundo a la actuación. La entrega se toma en el sentido existencial de abandono en aquél en quien se cree, aun cuando no medie una actuación comprometida.

Es lo que objetaría semánticamente al planteamiento de Schwinburne, al diferenciar la fe de la creencia: “la fe en Dios no es lo mismo que la creencia de que hay un solo Dios; la fe puede implicar un compromiso total, mientras que la creencia está lejos de ser completamente segura” (Schwinburne, 2012: p.

  1. 129);
  2. 4 “A ese poder último, posibilitante, impelente, le llamo deidad;
  3. Deidad no es Dios;
  4. Le llamo deidad por dos razones: porque será justamente la vía que nos conduzca a Dios, y además porque en última instancia el hombre ha sentido siempre como un poder de deidad ese carácter universal y dominante que la realidad en cuanto tal tiene sobre él y sobre todas las cosas que son reales” (Zubiri, 1993: pp;

43-44). No obstante, la fe de Abraham e incluso la obediencia incondicionada que Dios pide a Adán y Eva son incompatibles con que hubiera otros dioses, aunque no se diga explícitamente, sino que se menciona a Dios sólo como el que hace pactos con el pueblo elegido.

Sobre el despliegue histórico del monoteísmo en la Revelación (Zubiri, 1993: pp. 211ss. 5 “Naturaliter anima est gratiae capax; eo enim ipso quod facta est ad imaginem Dei, capax est Dei per gratiam, ut Augustinus dicit” (De Trinitate, XIV, c.

8) (Tomás de Aquino, S. Th: I-II, q. 113, a. 10). 6 Es patente que en Dios no puede tratarse de un antes temporal, sino un modo de expresar ad hominem la prioridad de la razón divina sobre las obras de la creación. 7 “El ambiente natural no es sólo una materia disponible a nuestro gusto, sino obra admirable del Creador y que lleva en sí una ‘gramática’ que indica finalidad y criterios para un uso inteligente, no instrumental y arbitrario” ( Caritas in veritate, n.

48). 8 Der Glaube ist eine Gabe, die angenommen werden muß. Góttliche und menschliche Freiheit begegnen einander darin. Aber es ist eine Gabe, die auffordert, mehr zu verlangen: als dunkle und uneinsichtige Erkenntnis erweckt er die Sehnsucht nach unverhüllter Klarheit, als vermittelte Begegnung das Verlangen nach unmittelbarer Begegnung mit Got” (Stein, 1993: p.

103). 9 En este caso el código inteligente que remite a una Inteligencia Suprema es el que se encuentra en los organismos vivientes. 10 “Cognitio autem fidei non quietat desiderium, sed magis ipsum accendit: quia unusquisque desiderat videre quod credit” (Tomás de Aquino, Summa contra gentiles: III, 40).

En el mismo sentido, “in fides est assensus et cogitatio quasi ex aequo” (Tomás de Aquino, De Veritate: q. 14, a. 1). 11 “Pondus meum amor meus; eo feror, quocumque feror” (Agustín de Hipona, Confesiones: XIII, 9).

12 La fe no termina en el enunciado, sino en la realidad: “Actus enim credentis non terminatur ad enuntiabile, sed ad rem: non enim formamus enuntiabilia nisi ut per ea de rebus cognitionem habeamus, sicutin scientia ita et in fide” (Tomás de Aquín: S.

Th. : I-II, q. i, a. 2, ad 2). 13 Véase, por ejemplo, cómo sitúa Guardini la misión de la Universidad en la tematización de la verdad: “El núcleo de la antigua universidad era la pregunta por la verdad. Pese a toda crítica, relativización, etc.

ella constituía el núcleo último, la motivación última, la legitimación última. Se trata aquí de algo esencial, de algo siempre válido. Se trata de la cuestión de si la universidad en el antiguo sentido -digo más correctamente, en sentido absoluto- ha de continuar, aunque en formas nuevas.

Se trata de la decisión de si la existencia humana debe estar definitivamente dominada por la voluntad de poder o por la voluntad de verdad” (Guardini, 2012: pp. 78-79). 14 Sí está implícita esta distinción, entre otros lugares, al señalar la diferencia entre progreso temporal y crecimiento del reino de Dios ( Gaudium et Spes, n.

39)..

¿Cuál es el concepto de la fe?

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¿Qué significa la palabra creer según la Biblia?

creer –   tr. Dar por cierta [una cosa que no está comprobada o demostrada]. Tener fe [en las verdades reveladas por Dios y propuestas por la Iglesia]. Tener fe [en los dogmas de una religión]. Pensar, juzgar, conjeturar. Tener [una cosa] por verosímil o probable.