Por Qué Dios Permite El Sufrimiento?

Por Qué Dios Permite El Sufrimiento
“Y hemos conocido y creído el amor que Dios tiene por nosotros. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él “. , 1 Juan 4:16 (NKJV) Por qué Dios permite el sufrimiento es la gran pregunta del pueblo de Dios. También es la gran acusación contra Él por parte del incrédulo, porque ¿cómo podría un Dios bueno con poder ilimitado permitir que Su mundo se llene de atrocidades tan malvadas? Es fácil para el teólogo protegido proponer razones para que Dios permita el mal.

  • Es mucho más difícil encontrarle sentido cuando uno es el objeto de una aflicción, porque preferiríamos estar libres de dolor antes que entender por qué sufrimos actualmente;
  • “Dios es amor;
  • ” ¿Qué significa eso excepto que cada pensamiento, cada elección y cada acción de Dios es una consecuencia de Su amor, porque el amor es la esencia misma de Su naturaleza? Aparte del amor, Dios no se ve impulsado a pensar ni a hacer nada;

Él es amor. Él es quien es. Todo lo que emana de Dios es del amor. Dios es justo, pero no es justicia. Dios es misericordioso, pero no es misericordioso. Dios es poderoso, pero no es poder. Dios es amor. Su justicia, misericordia y poder son efectos de su amor, pero no son su propia naturaleza.

  • Sin amor, su justicia, misericordia y poder no encuentran expresión;
  • Se ven afectados por el amor;
  • Dios es solo por Su amor;
  • Dios es misericordioso porque es amor;
  • Dios ejerce poder porque Su amor lo manda;
  • Por lo tanto, para entender por qué Dios muestra misericordia o no, por qué hace justicia o no, por qué usa o no usa Su poder, debemos reconocer que es porque Él es amor;

Todas sus decisiones y acciones están determinadas por su amor. Ahora, esto necesariamente implica que Dios permite el sufrimiento debido a Su amor. Cuando somos testigos de todo el dolor del mundo, todavía es por amor. Cuando cuestionamos nuestro propio sufrimiento, Él lo permite debido a Su amor.

  • De hecho, Dios a veces causa aflicción directamente porque nos ama;
  • Nosotros, con una mente carnal finita, no entendemos por qué Dios permite un mal tan persistente si Él es verdaderamente amor;
  • Y muchos consideran que esto es una aparente contradicción, ya que, sin duda, es la realidad más difícil de aceptar;

Nuestro fracaso en comprender esta verdad se debe a que no definimos el amor como lo hace Dios. Creemos que el amor evitaría todo sufrimiento, ¿no es así? Sostenemos que la presencia de dolor implica necesariamente una ausencia de amor. Creemos que permitir el sufrimiento cuando uno tiene el poder de detenerlo es malo, y un Dios que lo permite no es un Dios de amor.

Sin embargo, lo que razonamos como incorrecto o ilógico, en realidad creemos que es correcto y lo practicamos con nuestros propios hijos. Dios es nuestro Padre y, como cualquier padre, nos trae a este mundo con gran esperanza.

Antes de que el hombre hiciera algo bueno o malo, deseaba bendecirnos y caminar en perfecta unión con nosotros. Nosotros, los padres, también deseamos lo mejor para nuestros hijos y hacemos todo lo posible para protegerlos, proporcionarlos y dirigirlos.

  • Dios nos amó como a cualquier padre amoroso, pero rechazamos su paternidad;
  • Decidimos que Su voluntad, Sus caminos y Su dirección estaban equivocados;
  • Abandonamos la guía de Dios y creímos que nuestros deseos, métodos y planes eran mejores;

Y todavía hoy hacemos lo que creemos que es mejor para nosotros. Como el hijo pródigo, exigimos nuestros derechos y privilegios. Rechazamos el gobierno de nuestro Padre y huimos de Su presencia. Entonces, hacemos lo que queremos y descubrimos que nuestra sabiduría es muy deficiente.

  • Nos encontramos degradados y vacíos, esforzándonos por el mero sustento mientras ignoramos nuestra terrible condición;
  • Nuestro Padre, sin embargo, no impide que lo rechacemos, ni tampoco nos impide irnos;

Él, en amor, nos permite descubrir la vanidad de nuestro orgullo, la locura de nuestra sabiduría y el dolor de nuestros esfuerzos pecaminosos. Nuestro proceso de rebelión trae un sufrimiento espantoso. Las personas resultan heridas, las relaciones se destruyen y las vidas se arruinan.

  1. Cada elección pecaminosa solo conduce a más miseria, y eventualmente razonamos que es mejor ser un siervo de Dios que un rey en una pocilga;
  2. Cuando recobramos el sentido, regresamos a nuestro Padre quebrantados, en bancarrota y avergonzados;

Entonces, y solo entonces, Dios viene corriendo para restaurarnos como Sus hijos. Entonces, vemos Su sabiduría, que al permitirnos destruir nuestra carne, nuestras almas serían salvadas al final. Satanás anunció la mentira de la determinación independiente en el Jardín, y su efecto se hizo realidad cuando nuestros padres rechazaron la dirección de su Padre.

Desde ese momento en adelante, el hombre ha rechazado su amor por la independencia y un amor a sí mismo mal encaminado y deformado. Este orgullo se convirtió en pecado y se volvió extremadamente pecaminoso.

En consecuencia, el hombre se degrada a sí mismo en la borrachera, la fornicación, la envidia, la contienda, el robo, la murmuración, la calumnia, la violación, el asesinato, etc. La pregunta entonces permanece: ¿Por qué Dios continúa permitiendo que esta rebelión y su maldad efectiva lleguen a tales extremos? ¿Por qué no pone un límite a la maldad del hombre para evitar un sufrimiento tan generalizado? Dios lo hace hasta cierto punto.

Periódicamente ejecuta juicios como lo hizo con el diluvio, con Sodoma y Gomorra, y cuando retrasó a Israel en la toma de Canaán porque “el pecado de los amorreos aún no ha alcanzado su plena medida”. (Génesis 15:16 NVI) Cuando las personas pecan, llenan la copa de la ira de Dios, y cuando esa copa está llena, Dios los obliga a beber esa copa.

(cf. Sal 75: 8; Isa 51: 17,22; Jer 25:15; Mc 14:36; Apocalipsis 14:10 y 16:19) Si una nación continúa en su maldad, Dios eventualmente la quita de la tierra. Sin embargo, mientras tanto, Dios le permite al hombre la libertad de ejercer cierta independencia.

  • Él nos permite a todos elegir el bien o el mal y, por lo tanto, vemos los resultados de nuestras decisiones;
  • ¿Está mal, entonces, que Dios nos permita, y a toda la humanidad, persistir en el mal? Absolutamente no, porque sin este permiso nunca aprenderíamos el engaño de nuestro propio orgullo;

Sin licencia no nos daríamos cuenta de la vileza del pecado. No veríamos la estupidez de nuestra propia sabiduría. No despertaríamos de nuestra propia locura. Sin la concesión del mal, iríamos felices por el camino hacia la destrucción eterna. Seamos honestos.

Si nuestras malas decisiones nunca causaran dolor, ¿nos arrepentiríamos alguna vez? ¿Volveríamos alguna vez a nuestros sentidos? ¿Dejaría de beber un alcohólico si nunca hubiera consecuencias negativas? ¿Dejarían de fornicar los promiscuos si no hubiera repercusiones? ¿Verían los ricos la vanidad de la riqueza si las posesiones realmente les trajeran felicidad? ¿Serían humildes los orgullosos si nunca cayeran? ¿Alguien en perfecta salud esperaría alguna vez un cuerpo incorruptible? ¿Y alguno de nosotros querría un cielo nuevo y una tierra nueva si este mundo fuera o pudiera ser perfecto? Los ateos nos acusan, los cristianos, de abandonar nuestro deber de mejorar el mundo esperando la resurrección.

Pero, ¿qué soluciones ofrecen los impíos? ¿Cuántos milenios debe el hombre fabricar nuevas respuestas para demostrar que no tiene ninguna? ¿Qué grandes despertares, gobiernos o leyes recomiendan que realmente arreglarán este mundo? No tienen y nunca han tenido una solución porque la enfermedad vive dentro de ellos.

  1. Mientras el hombre determine su propio rumbo, seguramente estará pavimentado de sufrimiento y terminará fracasando;
  2. Pero Dios es amor;
  3. “Porque nos escogió en él antes de la creación del mundo para ser santos e irreprensibles a sus ojos;

En amor nos predestinó para la adopción a la filiación por medio de Jesucristo, de acuerdo con su voluntad y voluntad “. (Efesios 1: 4-5 NVI) Dios nos creó y adopta a los pródigos porque lo hace feliz. Desde la eternidad nuestro Padre sabía que nos rebelaríamos, así que desde la eternidad Dios planeó reconciliarnos consigo mismo.

Lo que arruinamos con nuestras decisiones, Dios eligió repararlo Él mismo. Por medio de Cristo Jesús, Dios nos salva de nosotros mismos y de este mundo caído, empapado de pecado y doloroso. “En él tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia”.

(Efesios 1: 7 NKJV) La gracia inexplicable de Dios, debido a Su amor, impulsó a Dios a ofrecer perdón a todos a través de la fe en Jesucristo. “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”.

(Juan 3:16 ESV) Jesucristo “habiendo desarmado los poderes y autoridades, hizo de ellos un espectáculo público, triunfando sobre ellos en la cruz”. (Colosenses 2:15 NVI) Todos los argumentos en contra de los caminos de Dios demostraron ser verdaderamente malos por la muerte del Hijo de Dios.

La mentira de Satanás sobre la independencia individual ha demostrado que solo conduce a un aumento de la maldad, el sufrimiento y el asesinato del inocente Cordero de Dios. El hombre también mostró que, en realidad, odiaba a Dios crucificando a su Hijo.

Sin embargo, Dios a través de la cruz demostró Su amor y expuso la verdadera naturaleza del mal y la maldad de la humanidad. Por la cruz, Dios derrotó al adversario, castigó la transgresión, satisfizo la justicia, justificó al pecador y conquistó el pecado y la muerte.

“Pero Dios, siendo rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en nuestras ofensas, nos dio vida juntamente con Cristo; por gracia has sido salvo”. (Efesios 2: 4-5 ESV) Dios, movido por el amor, permitió que Su Hijo fuera afligido, para salvar los objetos indignos e indignos de Su justa ira.

Cristo sufrió por nosotros, por nuestro voluntarioso odio a Dios. Y también sufrimos hoy por el pecado y sus efectos, por nosotros mismos y nuestras propias elecciones rebeldes. Siempre habrá dolor y sufrimiento en este mundo mientras exista el pecado, y ¿dónde existe el pecado? Habita en nuestra carne.

(cf. Romanos 7: 17-18) Experimentamos dolor cuando violamos la justa ley de Dios. Sufrimos porque otros también eligen desobedecer. Nos enfermamos, contraemos enfermedades y nos aflige el desastre porque este mundo está maldito y atado a la corrupción. (cf. Génesis 3:17; Rom 8: 20-21) Y eventualmente morimos como consecuencia de nuestra rebelión.

(véase Génesis 3:19) La parte difícil es ver la mano amorosa de Dios en medio de toda la maldad. A medida que el pecado se resuelve en este mundo y nos impacta negativamente, finalmente debemos darnos cuenta de cómo todo este dolor y sufrimiento puede valer la pena.

Dios permite el pecado y la rebelión, para que a través de la realidad del dolor y la frustración podamos arrepentirnos de nuestra maldad y desearle a Él y Su voluntad. Dios es amor y, por lo tanto, no nos obligará a devolver su amor. El amor no hace que otro los ame.

Dios, siendo amor, debe permitir a sus criaturas la opción de amarlo o rechazarlo. Y en la medida en que Dios nos permite amarlo, nos permite odiarlo. Así como se nos permite elegir el mal, también se nos permite elegir el bien.

En cada pensamiento, decisión y acción elegimos el bien o elegimos el mal. La cantidad de nuestra libertad e influencia determina la cantidad de bien o mal que podemos promulgar. Aquellos que pueden causar el mayor bien en el mundo pueden, a la inversa, causar el mayor mal.

  1. Así, cuanto más bien, más placer; cuanto más maldad, más dolor;
  2. Entonces, al ver toda la maldad del mundo, debemos reconocer cuánto nos ama Dios;
  3. Dios estima tanto al hombre y desea tanto nuestro amor que nos concede la libertad de amarlo u odiarlo a cambio;

“Considere que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de comparar con la gloria que se nos ha de revelar”. (Romanos 8:18 ESV) Cuando nos morimos de hambre en una pocilga, no podemos ver la mano amorosa de Dios, pero Sus pensamientos siempre están hacia nosotros.

  • Todo el dolor, el sufrimiento y la pérdida presentes son dignos de soportar por la dicha, el placer y la ganancia eternos que disfrutaremos en la presencia de nuestro Padre;
  • Dios soporta pacientemente la maldad del hombre con todo su sufrimiento subsiguiente, con la esperanza de que todos, eventualmente, optemos por amarlo;

“El Señor no tarda en cumplir su promesa, como algunos la consideran lentitud, sino que es paciente para con ustedes, no deseando que ninguno perezca, sino que todos alcancen el arrepentimiento”. (2P 3: 9 ESV) Dios está esperando que todos Sus hijos regresen a Él, y hasta que todos estén seguros en Sus brazos, también debemos esperar pacientemente el regreso de nuestro Señor y la restauración de todas las cosas.

¿Qué quiere lograr Dios con el sufrimiento?

  • Pr. Emilio Agüero Esgaib
  • comunicaciones@mqv. org. py
  • twitter: @emilioaguero – http://www. emilioaguero. com/

Dios es un Dios de promesas y bendiciones para con aquellos que confían en Él. De esas promesas está saturada la Biblia. Dios ama, bendice, provee, sana, libera, salva, trae plenitud, protege. Todo eso dice la Biblia y todo eso es verdad. Sin embargo, sufrimos. ¿Por qué? Muchos creen que es contradictorio que un Dios de amor permita el sufrimiento.

  1. Sin embargo, la Biblia también es muy clara en que, por distintos motivos y a veces misteriosos, ajenos a nuestro entendimiento y solo explicables en la soberanía y la providencia de Dios, los creyentes tienen que sufrir;

La Biblia no esconde esa realidad. Podemos ver a lo largo de todas las escrituras cómo hombres y mujeres piadosos, amantes de Dios y de una fe férrea han sufrido. Es más, creo que ni uno se salva de pasar por penurias. Tal vez el libro más antiguo de las escrituras, el de Job, ya afirma que “el hombre nacido de mujer es corto de días y hastiado de sinsabores” (Job 14.

  1. 1);
  2. Jesús nunca manipuló a sus seguidores presentándoles una vida lejos de las aflicciones;
  3. Él dijo en Juan 16;
  4. 33: “Les he dicho todo lo anterior para que en mí tengan paz;
  5. Aquí en el mundo tendrán muchas pruebas y tristezas; pero anímense, porque yo he vencido al mundo”;

Pero, ¿es realmente necesario el sufrimiento? Tenemos que creer y entender de manera profunda la promesa del Señor de que “todo ayuda a bien a los que aman al Señor” (Ro 8. 28), y que todo en la vida del creyente tiene un propósito de santificación, purificación y dependencia profunda hacia nuestro Dios.

La Biblia nos muestra varios motivos por los cuales Dios permite el sufrimiento en sus hijos y cómo utiliza esas circunstancias para acercarnos a Él. Estas circunstancias con su gracia nos ayudan a confiar y tener paz en su Soberanía.

Encontramos que el apóstol Pablo sufrió una tribulación física, una enfermedad, y con oración y ayuno pidió a Dios lo librase de esa aflicción y Dios le dijo sencillamente: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en tu debilidad” (2 Co. 12. 9).

Osea, el poder de Dios adquiere más relevancia en nuestra humillación y dependencia que cuando nos sentimos fuertes y autosuficientes. Tenemos que entender aún que el motivo básico del sufrimiento es el pecado.

Estamos en un mundo caído y este seguirá así hasta la redención plena, que se dará en el futuro. Por lo tanto, el sufrimiento, la enfermedad, la traición, la injusticia, el dolor y la muerte seguirán siendo parte de esta humanidad. Podemos estar de acuerdo con eso o no, pero es lo que la Biblia dice y la realidad lo confirma.

Estos son algunos, pero de seguro no todos los motivos por los cuales Dios permite el sufrimiento en sus hijos. 1) Dios utiliza el sufrimiento para pulirnos, perfeccionarnos y fortalecernos. También esto hace que por medio del sufrimiento evitemos el pecado.

Salmos 66. 10-12 y Hebreos 2. 10. 2) El sufrimiento permite que la vida de Cristo, que estuvo llena de sufrimientos pero así también de victorias, se manifieste en nosotros (2 Corintios 4. 7-11). También este pasaje nos enseña que lo mejor en la vida cristiana no es la ausencia de dolor sino el parecernos más a Cristo.

  1. 3) El sufrimiento doblega el orgullo humano y nos hace humildes y dependientes de Dios;
  2. El mayor obstáculo para creer, crecer y santificarnos es el orgullo, y la tribulación lo derrota (2 Co 12;
  3. 7-9);
  4. 4) El sufrimiento en la vida de un verdadero cristiano le hace tener la misma actitud de Cristo, o sea, forma su carácter a un carácter santo, manso, humilde y lleno de gracia (Filipenses 2;

1-11)..

¿Que nos enseña Jesús sobre el sufrimiento?

El sufrimiento de Jesús, para poder entenderlo, hay que encuadrarlo en su alegría de vivir – En Jesús , tanto el sentimiento de alegría como de dolor parten de la experiencia de Dios. El dolor es un dolor aceptado como parte de nuestro acercamiento a Dios y no como fruto de culpa o castigo por el mal.

Jesús acepta el dolor desde la fe , como algo que debe ser vencido. Jesús ve el dolor como parte de la sensibilidad en el amor, como forma de sintonía y capacidad de respuesta ante el dolor o necesidad ajenos.

El dolor de Jesús es una apertura hacia y ante el dolor ajeno que lo potencia e impulsa a aliviar el dolor de los demás. Nosotros, en cambio, muchas veces vemos el dolor como castigo, como algo ajeno a nuestra naturaleza y por ello nos paraliza, nos quita capacidad de amar, de gozar y de interesarnos por los demás.

No estamos ni queremos estar familiarizados con él; nos hacemos insensibles. La realidad de la vida nos hace experimentar que solo el que sabe sufrir es el que sabe vivir y amar. El sufrimiento de Jesús, para poder entenderlo, hay que encuadrarlo en su alegría de vivir : su anuncio de la “buena nueva”, sus encuentros con la gente llenos de esperanza.

En él comprendemos que solo tienen capacidad de alegrarse verdaderamente los que son también capaces de asumir el sufrimiento. Muchas veces el precio que tenemos que pagar por evitar a toda costa el dolor es la insensibilidad frente a todo lo que vale la pena en la vida.

  1. No es por casualidad que allí donde nuestro mundo es más hedonista , donde se evita el dolor a toda costa, en los países más desarrollados, se dan el hastío, la angustia y aun la desesperación y el suicidio;

No podemos seguir desarrollando esa sensibilidad puramente epidérmica del hombre posmoderno, cultivando un cristianismo sin interioridad ni experiencia profunda donde el individuo pueda refugiarse de la dureza e indiferencia de nuestro sistema, encerrándose en una fe privada, individualista y sentimentalista.

  1. El único criterio de verificación de nuestro ser cristiano y humano es nuestro amor concreto y real a los demás, con las consecuencias que eso implica;
  2. Como nos lo señala muy firmemente el evangelio de Juan: “quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (I Jn;

4, 20). Si algo nos va a pedir y aun exigir este siglo XXI que comienza, es la capacidad de conmovernos frente a la desdicha ajena, el gesto de acogida y comprensión ante el dolor del otro. Será necesario aquel principio de misericordia que rigió toda la vida de Jesús y que lo llevaba a que se le “conmovieran las entrañas” ante el dolor ajeno, y que a su vez lo señala y pone como modelo en la parábola del “Buen Samaritano”, en la cual queda expresada la actitud humana por excelencia.

  1. Solo cuando nos sintamos identificados con todo hombre, sea cual sea su condición, cuando lo valoremos y respetemos más allá de su nacionalidad, religión, raza, condición humana o género, habremos entendido lo que es ser humano, nuestra propia humanidad;

No solo es necesario interiorizar el sufrimiento de los hombres y mujeres crucificados en nuestro mundo, sino también comprometerse en erradicarlo o, al menos, aliviar en lo posible ese sufrimiento..

¿Cómo se siente Dios al vernos sufrir?

(Isaías 63:9). Como vemos a Jehová le duele mucho vernos sufrir, a él no sólo le duele ver sufrir a Su Pueblo, sino también le duele ver sufrir a las demás personas, porque él valora la vida de cada persona, él es un Dios amoroso (1 Juan 4:8).

¿Que nos enseña el sufrimiento?

Angustia, tormento , desesperación… El sufrimiento nos convierte en prisioneros de una existencia desnuda y vacía. No en vano, los expertos lo definen como la causa más común del tan silenciado suicidio. Cuando toma el control de nuestra mente, nada parece tener sentido. Como un “tsunami” emocional, arrasa con cualquier vestigio de alegría y bienestar, consumiéndonos.

  • Sin embargo, también nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre nuestra propia vida, pues nos conecta con nuestra más profunda vulnerabilidad;
  • Si nos permitimos bucear en ese espacio interior auténtico , crudo y honesto, donde reposan nuestras verdaderas inquietudes y necesidades , podremos redefinir nuestros límites , reubicarnos y reconstruirnos, saliendo fortalecidos de la experiencia;

Así, aprender a transformar el sufrimiento en una fuente de aprendizaje nos permitirá tomar impulso de nuevo, creciendo ante las dificultades y superando obstáculos que creíamos insalvables. De ahí que los grandes sabios afirmen que el sufrimiento puede convertirse en un gran maestro , una puerta abierta a la comprensión.

  1. Sin embargo, para aprender de la experiencia que nos ofrece, es necesario trascenderlo;
  2. Y el primer paso para lograrlo es tomar consciencia de la diferencia que existe entre el dolor y el sufrimiento;
  3. Mientras el dolor es una reacción física (como por ejemplo un fuerte dolor de cabeza), el sufrimiento es una reacción psicológica , una interpretación negativa de ese mismo dolor, que nos limita y nos lleva a quejarnos, lamentarnos y victimizarnos;

Así, mientras el dolor es inevitable, el sufrimiento es algo que depende de la forma en la que reaccionamos ante un estímulo determinado. Cómo pasar de oruga a mariposa “La adversidad es ocasión de virtud”, Séneca Cuenta una antigua historia que un joven paseaba por el bosque.

  1. En su camino, halló una crisálida de mariposa resguardada entre las hojas de una planta, y la curiosidad le impulsó a llevársela a su casa para ver cómo nacía;
  2. Tras esperar durante varias horas, el joven observó, emocionado, cómo se había abierto un diminuto orificio en el capullo de mariposa;

A los pocos minutos, empezó a notar cómo luchaba por salir a través del minúsculo agujero. El tiempo pasaba, y parecía que la mariposa se había quedado atascada. Daba la sensación de que no progresaba en su intento por librarse de la cárcel de la crisálida.

  • El joven, generoso y atento, decidió ayudarla;
  • Sin pensarlo dos veces, cogió unas finas tijeras y realizó un corte lateral en el orificio del capullo para agrandarlo y facilitarle la salida;
  • Y la mariposa salió al exterior sin necesidad de hacer ningún esfuerzo más;

El joven, satisfecho por su intervención, se quedó mirando a la mariposa, que tenía el cuerpo hinchado y las alas pequeñas, débiles y plegadas. Esperaba ansioso ver cómo volaba por primera vez. Sin embargo, debido a su ignorancia , había impedido que la restricción de la abertura del capullo cumpliera con su función natural: incentivar la lucha de la mariposa, de manera que los fluidos de su cuerpo nutrieran sus alas para fortalecerlas antes de salir al mundo y comenzar a volar.

  • El sufrimiento como oportunidad de aprendizaje “Aquello que no eres capaz de aceptar es la única causa de tu sufrimiento”, Gerardo Schmedlig Nuestra mente , traicionera, se aferra al miedo, a la exigencia, al deseo y a las dañinas expectativas;

Y cuando la realidad no se adapta a lo que nosotros esperamos, nos invade la frustración , preludio del sufrimiento. Este dolor psicológico es el resultado de todas aquellas creencias y reacciones que limitan nuestra comprensión , y tiene una clara función: derribar los muros de nuestra ignorancia, ampliando nuestro nivel de consciencia.

  1. Aunque la mayoría de seres humanos pasan por la vida huyendo del sufrimiento, se trata de una gran oportunidad para aprender y evolucionar , haciéndonos más fuertes y sabios;
  2. De ahí la importancia de atrevernos a enfrentarlo;

Y sea cual sea la causa que lo desencadene, no desaparecerá hasta que la comprendamos y la integremos en nuestra forma de ver la vida. El sufrimiento nos enseña que no podemos controlar nuestras circunstancias, pero sí la actitud que tomamos ante ellas.

Nos ayuda a superarnos a nosotros mismos, a eliminar nuestras resistencias. Y cuando comprendemos el mensaje que nos quiere transmitir, se desvanece. Al fin y al cabo, esta perversa trampa de la mente nos lleva a saturarnos de malestar.

Y al llegar a nuestro límite, el cambio se convierte en algo necesario e inevitable. Dejar de sufrir pasa por conocernos a nosotros mismos y aprender a ser protagonistas de nuestra vida, en vez de víctimas de nuestros pensamientos. La clave está en comprender que, como en la historia de la mariposa, la adversidad tiene su función… En clave de coaching ¿Cuáles son las situaciones que más sufrimiento me han generado? ¿Por qué creo que me sucedieron? ¿A qué atribuyo haberlas superado? Libro recomendado “Tratados morales”, de Séneca (Espasa).

¿Cuál es el sentido del dolor y el sufrimiento?

«No pretendas que lo que sucede suceda como quieras, sino quiérelo tal como sucede, y te irá bien». Epícteto. Hablar del dolor y del sufrimiento es fácil (en general, hablar de cualquier cosa lo es). Pero el padecer cualquiera de los dos constituye la experiencia más difícil que tiene que soportar un ser humano.

La dificultad se agrava por el hecho de que, pese a padecer dolores desde que nacemos, siempre que volvemos a sentirlo es como la primera vez: no entendemos por qué, nos asustamos, de nada nos sirven las experiencias anteriores y lo único que deseamos de la vida es volver al estado previo a él.

Dolor y sufrimiento se usan como sinónimos, pero suele hacerse una distinción que parece acertada. Por un lado, el dolor haría referencia a lo orgánico, lo corporal, y constituiría algo común a todos los seres vivientes, mientras que el sufrimiento haría referencia a una instancia de tipo psicológico, y remitiría sólo a lo humano.

El sufrimiento puede tener origen en el dolor físico, pero evoca aspectos más profundos de la persona. Todos hemos sentido a ambos en mayor o menor medida. Y todos queremos evitarlos. Tenemos claro que la básica definición de Mill sobre la felicidad como placer, entendido como ausencia de dolor, no es condición suficiente, pero sí necesaria.

Epicuro dijo que el placer es principio y fin de la vida feliz. Placer para él es no experimentar dolor en el cuerpo ni desasosiego en el alma. Cuando nos duele el cuerpo o sufre nuestra alma o «psiquis», no podemos ser felices. Sin embargo, son situaciones que no podemos evitar, y están en nuestras vidas, lo queramos o no.

¿Tienen el dolor y el sufrimiento algún sentido?. Nos enseñaron a aceptar que los hechos son los hechos, y que darle un sentido subjetivo a los mismos es tergiversarlos. Pero, por un lado, nada más subjetivo que el dolor: ¿cómo dar pruebas de mi dolor si mi interlocutor no me cree?,¿cómo saber que el otro siente dolor sin haberlo yo sentido antes?, ¿cómo «medir» la magnitud del dolor de otro de otra forma que no sea preguntándole?.

en fin, ¿cómo veo, palpo, huelo, gusto o escucho el dolor? El dolor no es un hecho, pero está ahí, a continuación de ciertos hechos. Por otro lado, es innegable que el mundo humano es el mundo del «sentido». Hasta las ciencias no son otra cosa que un mero darle «sentido» a los hechos, un sentido consensuado y aceptado por la comunidad científica.

Pareciera que lo que carece de sentido es, de algún modo, irracional. La razón nos ordena buscar el origen y la dirección de todo. Puedo preguntar por las causas de mi dolor, por qué me afecta tanto, cómo hacer para aliviarlo.

Pero si pregunto «¿por qué a mí y para qué?», estoy llendo más allá, estoy preguntando por el sentido profundo de aquello que me sucede. ¿Por qué y para qué?. Nietzsche tiene una frase, una de las más populares, que dice en su versión más difundida: «lo que no nos mata, nos fortalece».

Más allá de las interpretaciones vitalistas, podemos rescatar de esta frase un profundo sentido al dolor y al sufrimiento. ¿Para qué sufrir? Para fortalecernos. Se dice que el hombre crece y madura en el sufrimiento, que el dolor lo templa y lo enriquece.

Pero, ¿nos es dado a todos enriquecernos cuando sufrimos? Imagino que hay diferentes maneras de enfrentar el dolor. La más común es querer huir del mismo, alejarlo, eliminarlo. Tomaremos analgésicos, calmantes; nos evadiremos en una agitada vida laboral, social, el alcohol o las drogas; nos anestesiaremos física y psicológicamente.

Pero cuando esto no sea suficiente, cuando no haya modo de escapar de él, ¿qué haremos además de desesperarnos y sentirnos los seres más miserables del planeta? ¿Podremos encontrar otra forma en la que no nos duela tanto lo que nos duele? Y si encontramos esa forma, ¿importará que nos digan que no hay manera de saber si es verdadera? La «verdad» de las creencias es otro de los grandes problemas filosóficos.

Sin ahondar en ellos, podemos decir que nos preocupamos por creer sólo en lo que es verdadero y exigimos para ello pruebas. Podemos adherir también a varios tipos de teorías sobre la «verdad» (sólo voy a detenerme en dos). Por un lado se encuentra la teoría correspondentista, que afirma que la verdad es una relación que se da entre el lenguaje y el mundo.

Es el mundo el que determina si la proposición es verdadera o falsa según se dé o no el hecho que describe la proposición. La verdad no depende de nosotros, no es relativa a ningún sujeto, a ninguna cultura o época.

La verdad es absoluta, objetiva y depende sólo de cómo es el mundo. Si bien esta teoría es la que convoca más seguidores, no puede aplicarse en el caso que nos ocupa, esto es, saber si es «verdadero» el sentido que le he encontrado al dolor (instancia imprescindible si quiero creer en él).

  1. Para ello, me remitiré a un positivista lógico, Wittgenstein (1), que adhiriendo a esta misma teoría («2;
  2. 223*;
  3. Para conocer si la figura -proposición- es verdadera o falsa debemos compararla con la realidad»), dice: « El sentido del mundo debe quedar fuera del mundo;

En el mundo todo es como es y sucede como sucede: en él no hay ningún valor, y aunque lo hubiese no tendría ningún valor» (6. 41) Wittgenstein se refiere a los valores éticos y estéticos (de hecho, para él, lo ético no se diferencia de lo estético). Es fundamental su afirmación: « Todas las proposiciones tienen igual valor» (6.

4). Como las proposiciones son descripciones de hechos posibles, todas son iguales y entre ellas no existe preeminenecia alguna, no hay jerarquía ni diferencias de valor entre ellas. Por lo tanto, si se quiere expresar el sentido del mundo por medio del lenguaje, se deberán infringir los requisitos del principio de isomorfía (correlación lógica entre el lenguaje y la realidad, es decir, a cada proposición le corresponde un hecho de la realidad), porque, o bien el sentido de los hechos es parte del mundo, esto es, será un hecho más entre los hechos (y no se ve cómo pueda dar sentido a los demás hechos), o bien el sentido está fuera del mundo, y entones el lenguaje no puede hablar de él («5.

6 Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo»). Es decir, si hubiera algún valor en el mundo, sólo por eso no tendría valor. Considerar el valor como parte del mundo equivale a convertirlo en un hecho y despojarlo de su condición de tal.

  • Por lo tanto, no puede haber proposiciones de ética (lo mismo que de estética);
  • Sobre esto: «El bien y el mal aparecen únicamente con el sujeto;
  • Y el sujeto no pertenece al mundo, sino que es un límite del mundo»;

Los valores suponen un sujeto y aparecen sólo con él. Pero puesto que el sujeto es el límite del mundo, todo lo que se refiera a los valores pertenece igualmente al límite del mundo. Nada de esto puede alterar los hechos. No puede alterar nada de lo que es posible expresar por medio del lenguaje, sino que, si puede modificar algo, será los «límites del mundo».

Modificará el sentido que el mundo en su conjunto adquiera para el sujeto, de la misma forma que «para el hombre feliz, el mundo es diferente que para el infeliz» (6. 43). De nada de lo que dé sentido a la vida puede tratar el lenguaje (ni la muerte, ni la vida eterna).

Dios no se revela en el mundo (6. 432). Por lo tanto, el conocimiento del mundo no contribuye a otorgar sentido al mundo: «Lo místico no consiste en cómo sea el mundo, sino en que es» (6. 44). «Lo místico, que no puede expresarse, se muestra a sí mismo» (6. 522).

«La solución del problema de la vida está en la desaparición de este problema. (¿No es ésta la razón de que los hombres que han llegado a ver claro el sentido de la vida, después de mucho dudar, no sepan decir en qué consiste este sentido?)» (6.

521). Retomando estas ideas de Wittgenstein (no nos preocupemos por la «verdad» del sentido, porque no es un hecho, no es parte del mundo, ya que si lo fuera, no podría darle sentido a los hechos) y desoyendo su consejo («De lo que no se puede hablar, mejor es callarse» 7) retomo otra teoría sobre la verdad, una teoría muy criticada dentro de la filosofía, pero que, en el contexto del sentido (no de los hechos) adquiere otro cariz.

  1. Me estoy refiriendo a la teoría pragmatista (William James y otros), que dice que una creencia es verdadera si «funciona», si conduce a un comportamiento eficaz;
  2. Es decir, puede el dolor tener sentido o no tenerlo;

Fijémonos cuál de las dos valoraciones «funcionan» mejor en nosotros y adhiramos a ella, pues será entonces «verdadera». Así como valoramos un vaso de agua tanto «medio lleno» como «medio vacío» refiriéndonos al mismo hecho (y es tanto lo uno como lo otro), valoremos también la utilidad de nuestras creencias sobre el sentido o sinsentido de nuestras vivencias.

  • Una buena pregunta sería ¿qué podemos aprender, en base a ellas, sobre nosotros mismos? ¿Qué nos enseñan el dolor y el sufrimiento? Por otro lado, si le encontramos sentido a nuestro dolor, podremos también ayudar a nuestros semejantes a encontrar el sentido a los propios, cuestión que no es de menor importancia en un trabajo hospitalario donde el dolor y el sufrimiento son cosas cotidianas;

Si vemos que el «sentido» nos ayuda, nos calma, nos contenta, también lo hará con otros. Podemos entonces aliviarlos con calmantes y tranquilizantes, y también podemos transmitirles, además, ese sentido que hemos encontrado para nosotros, o la inquietud de una búsqueda propia.

No hay manuales que nos expliquen la necesariedad del dolor en nuestras vidas, excepto la de ser una señal de que algo anda mal. ¿Por qué no se encienden luces de colores? Sea como sea, el dolor está ahí e indica que algo debe cambiar.

Hay que curar, sanar, restaurar el cuerpo. También el sufrimiento indica que algo anda mal. Hay que sanar, curar, restaurar el alma. Si la enfermedad no tiene cura, debo aprender a convivir con ella. Si los hechos que me afectan no tienen solución, debo también vivir con ellos.

  1. Pero para lograr eso, algo en mí se debe modificar;
  2. Debo crecer;
  3. Debo aprender más;
  4. Debo valorar otras cosas de la vida, porque si para algo sirven el dolor y el sufrimiento, es para poder diferenciar lo verdaderamente importante de lo que no lo es;

Un gran dolor tiene que hacernos poner en su lugar a esos pequeños dolores que magnificábamos. Si luego de un gran dolor volvemos a valorar las cosas de la misma forma en que lo hacíamos antes de él, es porque no hemos aprendido nada. Si luego de un gran dolor no ampliamos la mirada y se nos ensancha el mundo, lo que está más allá de los límites del mundo, de nada nos ha servido.

No nos hemos conocido más a nosotros mismos. Si no creemos en una sabiduría de la vida, construyamos nuestra propia sabiduría. Y creamos en ella. Si, como dice Wittgenstein, «para el hombre feliz, el mundo es diferente que para el infeliz» (siendo el mundo fácticamente el mismo), seamos el primer tipo de hombre.

Si algo no nos ha matado, que nos haya fortalecido. Fernanda Orellana e-mail: fernandaorellana@hotmail. com BIBLIOGRAFÍA 1. Wittgenstein L. Tractatus logico-philosophicus. Alianza Editorial, Madrid 1973. * El Tractatus es un libro compuesto de proposiciones numeradas.

¿Qué ha hecho Dios para ayudar al hombre frente al mal y el sufrimiento?

INDICE Introducción 1. Perspectiva psicofísica del dolor 2. Naturaleza del dolor 3. Tipos de dolor 4. Distintas actitudes ante el dolor 5. Interpretaciones del dolor 6. Sentido humano del sufrimiento 7. Los límites del sentido humano y la plenitud de la fe cristiana 8.

Más allá del dolor y el sufrimiento del hombre 9. El valor salvífico del dolor humano 10. Conclusión Bibliografía Notas Introducción La preocupación por el dolor es de gran importancia, por cuanto hoy han disminuido los niveles de tolerancia álgida.

Existe mucho miedo al dolor y al sufrimiento. Esto procede de dos raíces principales: por un lado el hedonismo y por otro, los beneficios aportados por la técnica; gracias a los progresos de la anestesia y de la analgesia, el hombre está menos familiarizado con el dolor que sus antecesores, por eso le teme mucho más.

Surge la  algofobia que  constituye una verdadera plaga social. Nuestra cultura pretende abaratar el mal y el sufrimiento. Dice Polaino: “estamos en una cultura en la que el sufrir tiene mala prensa. El dolor es hoy un dis-valor” 1  no tenemos motivos para soportarlo, sino medios técnicos para combatirlo.

Hemos caído en una trampa peligrosa: pensar que somos capaces de erradicarlo, lo cual es imposible. No soportamos el sufrimiento. El miedo o pánico al dolor llega a ser patológico. Se dice que padecemos de  analgofilia : aficción desmedida al analgésico; “las virtudes han sido sustituidas por las grageas”.

  • La eficacia de los analgésicos nos ha ido ablandando;
  • El sufrimiento se considera un intruso, que quizá desmiente la bondad del Creador y hunde en la desesperación;
  • Se lo ve como una maldición;
  • Se lo hace coincidir con la absurdidad;

Por otra parte, se advierte una pérdida del sentido humanizante y trascendente del dolor, lo que urge recuperar, porque se olvida que el dolor tiene una dimensión perfectiva y misteriosa. Huyendo del dolor padecemos doblemente. Según Polaino-Llorente el dolor es una cuestión que interpela a cada persona, El sufrimiento resulta inevitable.

Ningún hombre puede zafarse de la experiencia del sufrimiento. De una u otra forma, todos acabamos por ser  hombres dolientes. Pero decía el maestro Eckhart que: “la cabalgadura que con más rapidez conduce a la perfección es el sufrimiento” 2 1.

Perspectiva psicofísica del dolor Sobre este tema la ciencia ha hecho aportes importantes. Aquí solo señalaremos unas pocas consideraciones. El dolor tiene un primer nivel, biológico y físico, donde se manifiesta como reacción a un estímulo sensitivo perjudicial.

  • “El dolor es un daño sentido” 3;
  • Toda experiencia dolorosa deja un recuerdo importante, no en cuanto dolor propiamente dicho, sino en tanto que experiencia dolorosa;
  • Esa huella no puede interpretarse como algo innato, sino adquirida; y en tanto que adquirida, puede condicionar determinados tipos de actitudes frente a futuras situaciones dolorosas;

La experiencia dolorosa es compleja y más rica que la mera sensación de dolor. Existen diversas estructuras físicas responsables del dolor. La corteza cerebral tendría la función de gobernar no sólo la percepción dolorosa, sino también las actitudes, las disposiciones y ciertos comportamientos.

La corteza sería la responsable de los aspectos intencionales, cognitivos, concurrentes en el dolor. En suma, el dolor es una señal al servicio de la vida ante lo que representa una amenaza para la misma.

Naturaleza del dolor El dolor es un acto de la subjetividad, un sentimiento. Santo Tomás señala diesisiete instancias afectivas. Dice el Aquinate “los hombres son victimas de muchas deficiencias” 4 porque su fuerza y energía vital son limitadas, todo movimiento vital consume una parte de ellas.

  1. San Agustín lo define como un sentimiento que resiste a la división;
  2. El dolor corporal intenso, patentiza en nuestra conciencia la unidad substancial de la persona; que se revela contra su disgregación;
  3. Por su parte, Bergson considera al dolor como sensación local impotente;

La tendencia a la huida que provoca el estímulo doloroso está enlazada con la imposibilidad de sustraerme a la realidad dolorosa; el dolor rompe la unidad de la persona. En un segundo nivel, la experiencia dolorosa es mucho más rica que la mera sensación de dolor.

Esta última es siempre dolor exterior, causado por un mal que es contrario al cuerpo y percibido por los órganos corporales, mientras que la quiebra y el desgarro íntimo del afligido son dolor interior, o sea sufrimiento.

En el sufrimiento o dolor interior, interviene la memoria, la imaginación y la inteligencia. 5 3. Tipos de dolor Freud  distingue tres fuentes principales del dolor: 1. la enfermedad que nos hace descubrir nuestra finitud; 2. las agresiones del mundo exterior que nos hacen descubrir nuestra pequeñez e indefensión; 3.

las relaciones con el prójimo que nos descubre la injusticia. Por su parte,  Scheler  señala cuatro estratos en la persona: 1. somático, 2. vital, 3. psíquico, 4. espiritual. De acuerdo con estas dimensiones existen cuatro sentimientos fundamentales: sensoriales, corporales y vitales, del Yo y de la persona.

El dolor es un sentimiento del primer estrato, sensorial, referido al yo, pero no a la persona. Esa sería la diferencia entre dolor y sufrimiento (cuarto estrato). Y no solo por su intensidad, sino por su duración. El sufrimiento devora todas las perspectivas de futuro, la indeterminación de un horizonte sin dolor, afectando a ese estrato espiritual y produciendo tristeza.

Santo Tomás  señala que la apetencia de placer y el anhelo de unidad o amor es causa del dolor, ya que este es un sentimiento que resiste a la división de resistencia de la voluntad y de la sensibilidad a una fuerza de potencia superior, la misma causa dolor, porque si tal fuerza tuviera la potencia suficiente para transformar el impulso de resistencia volitiva o sensitiva.

De acuerdo a los autores señalados existen tres especies principales de dolor: dolor corporal, dolor interior y tristeza. Estos corresponden al cuerpo, alma y espíritu. Distintas actitudes ante el dolor Para R. Spaemann la pregunta acerca del sentido del sufrimiento es la pregunta acerca de la experiencia de la falta de sentido, pues en esa experiencia consiste el verdadero sufrimiento ¿Qué sentido tiene la experiencia de lo sinsentido? 6 Tenemos miedo al sufrimiento y ese mismo miedo es sufrimiento.

El temor ante el dolor físico es, con frecuencia, peor que el propio dolor; el miedo ante el sufrimiento es miedo del miedo. El temor ante la muerte no es miedo a estar muerto, sino miedo ante la situación en la que tengo miedo.

Es importante distinguir dolor de sufrimiento. Sufrir es un fenómeno complejo. El dolor físico, el malestar, la sensación de desagrado, no son desde el principio idéntico al sufrimiento. El sufrimiento no se identifica, sin más, con el dolor físico. Ni con cualquier tipo de malestar.

Muchas veces, el temor al dolor hace sufrir mucho más que el propio dolor. El sufrimiento, no es un dolo físico o moral, sino un dolor que condena a la pasividad, donde no se puede hacer nada. En el fondo es una situación de impotencia que pide serenidad de aceptación de lo que no se puede cambiar.

Hablar del tema sin haber padecido sufrimiento alguno, es lo más parecido a un ciego de nacimiento hablando de los colores. Hay un grado moderado de dolor físico que no se puede denominar sufrimiento, sólo tiene un sentido conocido, una función biológica y se acepta sin objeción A partir de un cierto grado de intensidad, el dolor físico se convierte en sufrimiento; nos condena a la pasividad.

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No se acierta a integrar una determinada situación dentro de un contexto de sentido; significa tristeza y pasividad o frustración. La pregunta acerca del sentido del sufrimiento es una pregunta paradójica.

Ella misma es expresión de sufrimiento, de ausencia del sentido del actuar. Los amigos de Job, con sus respuestas teóricas, sólo consiguen irritarle. Dios no responde a sus preguntas, sino que le hace callar. La sociedad moderna silencia la pregunta sobre el sufrimiento, la suprime.

Concentra sus esfuerzos en la evitación y en la disminución del sufrimiento, de manera directa o indirectamente. Existe una actitud que incapacita para soportar el padecer y aumenta con ello el sufrimiento.

No se enseña a sufrir, como tampoco se enseña a morir. En la antigüedad el sufrimiento desarrollaba su rol. Dicha función hacía posible transformar, hasta cierto punto, el sufrimiento en actividad. Ej. el mendigo no es simplemente un fracasado, sino que desempeña un papel.

  • Lo suyo no es sólo aceptar lo que le dan, no es un mero receptor, sino que él tiene algo que dar: el mendigo promete rezar por aquel que le da algo;
  • Por ello, es importante entender que el sufrimiento no es una pura condena a la pasividad;

Interpretaciones del dolor Son muchas las interpretaciones que se han dado del dolor y del sufrimiento. Recordemos sólo algunas: a) El  budismo  considera que para anular el sufrimiento tengo que anular la voluntad. A través de la praxis meditativa debe desaparecer el Yo; de este modo, se desvanece el sufrimiento.

  1. Se trata de evitar el sufrimiento y no de plantear la pregunta sobre el sentido, porque el sufrimiento es en sí mismo lo sinsentido;
  2. b)  Schopenhauer  tiene una interpretación pesimista: “Toda vida es dolor” 7  Considera la apetencia al placer como carentes de satisfacción;

El placer y la felicidad son vistos como ausencia del dolor. La felicidad existe cuando impedimos el deseo, evitamos enfrentamientos. Hacerse uno con la naturaleza; se trata de un cosmos estático y determinado. La felicidad consiste en disolver la subjetividad.

Eliminamos el dolor aniquilando al hombre. c)  Nietzsche  encarna la interpretación heroica. Dice que el dolor no tiene la última palabra: “el placer es más profundo aún que el sufrimiento” 8  También señala que la causa del dolor es la subjetividad sin correlación real.

Pero proclama la superioridad energética de la subjetividad sobre las fuerzas cósmicas. Si el dolor supera ciertos límites se rompe la unidad del yo, produciendo la disolución del ser humano y conduciéndolo a la misantropía y al pesimismo. Afirmando el carácter omnipotente y absoluto del propio querer.

d) La  interpretación dialéctica  considera que el dolor es un mal y que se debe evitar a toda costa pero a su vez es un mal que resulta necesario para el incremento y la constitución del bien y por ello es en último término un bien.

Sentido humano del sufrimiento Lo primero que se necesita para sabes qué hacer con el dolor es aceptarlo, como algo que esta ahí, y que tenemos que encarar: es el momento dramático de nuestra existencia. Señala Lewis: “la primera y más humilde operación del dolor destroza la ilusión de que todo marcha bien” 9  Nos pone en situación dramática y eso requiere un modo de expresión.

Sin embargo:”el que se sobrepone a su dolor, sube más alto” (Holderlin). Quien acepta esa situación convierte el hecho doloroso en una tarea: la de reorganizar la propia vida contando con esa dramática verdad que se ha hecho presente.

Así, “La enfermedad me es dada como una tarea; me encuentro con la responsabilidad de lo que voy a hacer con ella” 10  El dolor “es el banco de pruebas de la existencia humana, el fuego de la fragua donde, como los buenos aceros, el hombre se ennoblece y se templa.

  • Y, sin embargo, para los hombres frágiles y pusilánimes, el dolor puede ser ocasión del desmoronamiento definitivo;
  • 11  Cuando sufro una enfermedad, un ultraje o una desgracia no somos libres de sufrirlos o no, vienen impuestos, pero podemos adoptar ante ellos una actitud positiva o negativa, de aceptación o rechazo;

En esa libertad radica la posibilidad de enriquecerse con el dolor. 12  Sufrir, cuando se transforma en actitud de aceptación es algo que nos hace más libres, por eso, captamos las cosas esenciales; es crecer y madurar. El verdadero resultado del sufrimiento es un proceso de maduración; elevación o purificación.

Se comprende con luces nuevas, la distinción entre lo verdaderamente importante y lo que no lo es. Yepes dice: “el dolor realiza en nosotros una catarsis, una purificación, no solo corporal, sino espiritual; nos hace menos dependiente de nuestro capricho” 13.

El dolor eleva al hombre por encima de sí mismo porque ayuda, le enseña a distanciarse de sus deseos. Afirma Lewis: “el efecto redentor del sufrimiento reside básicamente en su propensión a reducir la voluntad insumisa. ” 14  El  hombre doliente  se ennoblece si ha aprendido a ser fuerte para sobrellevar su dolor.

Después de los dos momentos anteriores, se puede descubrir el verdadero sentido del dolor: “yo sólo puedo afrontar el sufrimiento, sufrir con sentido, si sufro por un algo o un alguien”. El sufrimiento para tener sentido, no puede ser un fin en sí mismo.

Para poder afrontarlo, debo trascenderlo:”El sufrimiento dotado de sentido apunta siempre más allá de sí mismo, remite a una causa por la que padecemos. En suma, el sufrimiento con plenitud de sentido es el sacrificio. ” 15  Lo que da sentido al dolor es el amor; se aguanta el sufrir cuando se ama.

  1. La fuerza para sufrir brota de los motivos que se tiene para seguir viviendo;
  2. Si estos no existen, no se aguanta una vida dramáticamente dolorosa;
  3. La existencia del sufrimiento es un reto a la fe y a la razón;

Produce daños; pero podremos hacer algo positivo si se consigue darle sentido a ese mal que se presenta muchas veces como un atentado a la existencia de Dios. Ni la fe capacita para no sufrir, ni impide la queja inmediata, pues todo sufrimiento lleva consigo el inevitable carácter de inesperado y duro por eso, el mazazo y la rebeldía aparecen irremediablemente en la conciencia del hombre.

  1. Frente al dolor existen actitudes;
  2. Una aceptar el dolor la otra consiste en silenciar o suprimirlo;
  3. Esto incapacita para padecerlo;
  4. Las personas se debilitan;
  5. Se trata de atontar a la persona, porque no hay respuesta para sus preguntas;

No hay explicación alguna, Se esconde el dolor, la muerte etc. ; no se habla de ella. No se enseña a morir y nadie aprende sobre esa realidad. Es importante advertir que no se puede imponer el sentido, sino ayudar a encontrarlo. En esto radica la capacidad de consolar cuando es verdadero y no simplemente en la mera repetición de frases hechas.

Compartir en silencio, a veces, puede ser lo mejor. Polaino señala que el hombres doliente tiene que plantearse si va a ser feliz o no a pesar de sus sufrimientos. 16  Lo primero que tiene que hacer es aceptarse a sí mismo tal como es con los sufrimientos y limitaciones.

El que ha estado en contacto con el sufrimiento, puede señalar que la persona que sufre, no pide tanto explicaciones racionales, como una actitud empátíca. Lo mismo puede suceder con las consideraciones teológicas, se queja porque no se encuentra sentido.

Se necesita darle sentido porque esa situación forma parte de la vida. Sólo el sufrimiento con sentido da paz espiritual. Ante la desgracia siempre sobran las palabras, que nunca podrán compensar la pérdida sufrida.

Todo sufrimiento verdadero se experimenta como ruptura. El homo doliente dice: tengo el alma destrozada y otras cosas por el estilo. En muchos casos el sufrimiento ennoblece, nos hace más dignos. Pero el sufrir desgasta, el dolor duele porque supone poner en juego energías vitales que consumen.

Como señalamos, la solución radica en ser capaces de encontrar ese sentido. Pero ha de ser una respuesta real. Capacidad de aceptar lo imprevisto. Superar la desesperación porque destroza. A veces cabe la actitud de echarle la culpa a otro; pero esto no resuelve nada, simplemente se transfiere el problema.

Es importante advertir, por otra parte, que la queja ante Dios por el sufrimiento, se convierte en afirmación de su existencia. Ante la realidad del sufrimiento inesperado e hiriente aparece una actitud de queja y de rebeldía ante Dios. Lo que brota del fondo del alma es la pregunta: ¿cómo es posible que Dios permita semejante cosa? ¿Qué sentido tiene las cosas que no quiero, que no he previsto y que me contrarían? pero la queja misma no deja de ser un modo de oración.

Una oración que encierra una protesta y una acusación. ¿Cuál es la idea que está implicada en esa oración de queja? Dios es infinitamente poderoso e infinitamente bueno. Si no reconozco eso no lo puedo acusar de nada, puesto que existe el mal, existe Dios.

Lo que hace del mal un enigma torturante es la existencia de Dios. Si Dios no existe, no hay ante quien quejarse, ni a quien pedirle cuentas. Los límites del sentido humano y la plenitud de la fe cristiana El dolor cuando queda integrado en la vida, nos moldea, nos hace más únicos, más humanos.

Lo único que consigue no romper a la persona es que sea capaz de amar de verdad. El amor es un fuerte apoyo del sentido del sufrimiento. Algunos descalifican el sufrimiento como si fuera una maldición. Se hace coincidir el sufrimiento con la absurdidad.

Se olvida que el dolor tiene también una dimensión perfectiva. Para alcanzar la felicidad hay que luchar. “Hay que buscar la perfección en las entrañas del sufrimiento” 17. No se conoce verdaderamente al hombre hasta no saber como se comporta frente al dolor.

El mismo es el acontecimiento fundamental para el perfeccionamiento personal. Si mejora y se perfecciona, el dolor ha contribuido a hacer a la persona más feliz. Así, el dolor es una ocasión de la que el hombre puede servirse para alcanzar esa perfección.

Ser feliz es elevar al máximo de perfección todas las facultades, especialmente las espirituales; pero hay que olvidar el mal que se está pasando. Por eso, insiste Polaino que es posible autorrealizarse en la experiencia dolorosa, porque el dolor es la ocasión, tanta veces mal aprovechas, para el autoperfeccionamiento personal.

  1. Más allá del dolor y el sufrimiento del hombre Según Polaino el dolor se hace misterio, es el plus del dolor;
  2. Ya no alcanzan las explicaciones racionales y a pesar del desarrollo tecnológico y avances de la medicina, el hombre continúa siendo  homo patines, el homo doloris  de siempre, en su constante peregrinar en busca de explicaciones que casi nunca alcanza;

Por eso, es preciso pasar de lo natural a lo sobrenatural; se necesita la luz de la fe para ese misterio. En  Salvifici doloris  nº 4, se indica que el sufrimiento suscita compasión, respeto y a su manea atemoriza. Es un misterio que desgarra la vida, por ello hay que acudir a la fe.

  1. Lo superior explica lo inferior, lo absoluto explica lo relativo y lo eterno lo contingente;
  2. La pasión de Cristo es el marco referencial en el que el hombre doliente puede mirarse, en búsqueda de sentido para su sufrimiento;

“Del hombre doliente puede emerger la figura del crucificado”… y agrega: “El signo negativo, horizontal de todo dolor humano ha sido plenificado y optimizado con la cruz vertical, positiva, en que murió por nosotros el Hombre doliente” 18. El cristiano no rehusará el dolor, sino que lo acepta a pesar de los naturales temores que el dolor puede suscitar.

  1. “Con el sufrimiento de Cristo se esculpió de una vez por todas en su divino cuerpo el sentido, la referencia obligada de todo sufrimiento humano;
  2. En adelante, el hombre puede no odiar ni evitar ni retorcerse ante el dolor, por escandaloso e intenso que sea, sino que lo amará y agradecerá, por que de él ha brotado la salvación;

El cuerpo por la acción del dolor vivido con un sentido cristiano se espiritualiza, más aún, se sacraliza y diviniza. La redención pasa por la cruz; la corredención por el dolor. El escándalo del dolor de los inocentes no conduce al absurdo, sino a la glorificación del calvario.

  1. Este sentido del dolor cambia el mismo dolor;
  2. El dolor no es consecuencia del  fatum,  azar o destino, sino voluntad de Dios, que quiere identificar al hombre doliente con su Hijo”;
  3. La pregunta acerca del sentido del dolor y el sufrimiento va más allá del dolor y el sufrimiento;

El misterio del dolor humano encamina al misterio del amor divino:”Sin el sufrimiento de Cristo es locura tratar de entender el sufrimiento del hombre” 19  El amor de Dios al hombre probado en el sufrimiento ilumína el sentido del su dolor que se muda en amor de Dios y amor a Dios.

El amor limpia y trasciende el dolor. El sufrimiento abre la vida a un sentido más pleno y la hace más digna. Cristo curó a los enfermos y alivió al hombre en su dolor. Con eso demostró que es bueno combatir el dolor.

Pero son su vida y su sufrimiento enseñó a divinizar el dolor. Tanto se acercó al sufrimiento que Él mismo se hizo sufrimiento. 20  A partir de aquí, el sufrimiento será redimensionado de una forma nueva: el dolor será vinculado al amor. Sufrir no será en adelante, sino amar.

  1. El hombre se realiza en tanto que sufre y su sufrimiento se asocia a la cruz;
  2. El sufrimiento se transforma en fortaleza salvífica y su miseria en potencia redentora;
  3. El dolor en la medida en que se une al sufrimiento de Cristo, se colma de valor y se transforma en corredención;

Cristo no es un Dios solitario, quiere que lo acompañemos con nuestro dolor en sus sufrimientos y en su tarea redentora. La debilidad del dolor, ni debilita, ni expolia, ni empobrece, sino que enriquece, porque trascendiendo la situación colabora en la salvación de uno y de los demás.

  • La aparente debilidad del dolor vigoriza al hombre, lo ayuda a vivir en paz y alegría;
  • El sufrimiento deviene en una nueva realidad transformante;
  • No todo es luz;
  • La persona vive en el misterio;
  • De muchas maneras nos habla Dios al corazón y un lugar privilegiado para escucharle es en el dolor;

El misterio del dolor es un camino por el que los hombres pueden descubrir a Dios, pues el sufrimiento pone en evidencia la indigencia del hombre y la necesidad de Alguien que le comprenda y le quiera. Cuando un niño enferma lo primero que desea es el cariño de sus padres.

Debemos entender que cuando estamos inmersos en el dolor, Dios es como una madre, puro Amor. No es cierto que Dios envíe el sufrimiento. El sufrimiento es causado por el desorden de las causas segundas, por defectos, por la relación entre las criaturas que chocan entre sí, y en última instancia por el pecado.

Dios no hizo el dolor ni el sufrimiento, ni la muerte. Al contrario, es como una madre que acompaña, que sabe lo que sufre su hijo, y a quien desea lo mejor a través de esa experiencia, Cristo sufriendo no estaba sólo, estaba en un encuentro amoroso con su Padre.

  • Cuesta entender el sufrimiento en la medida en que no sabemos quién es Dios y quienes somos nosotros y los demás y cómo tratarlos;
  • El problema está en nosotros, en nuestra superficialidad;
  • Cuando se sufre con humildad, se puede ir adquiriendo esa sabiduría que advierte lo eterno, porque el sufrimiento es anuncio de lo que está por llegar, aviso de que hay algo que permanece para siempre y, que lo que importa es el amor que se posee;

Señalamos que hoy se prefiere no pensar en que existen personas que sufren. Una sociedad que solo busca el placer y que huye del dolor como de Dios. Se prefiere vivir de prisa para no tener que pensar. Pero éste es un modo poco realista, porque el sufrimiento es algo muy humano Es bueno descubrir que en el mundo hay otra cara: la cruz, el mundo del sufrimiento.

  1. El sufrimiento en el plano humano permite ser realista, ayuda a tomar conciencia de que algo no anda bien, ayuda a comprender a los demás, a tener cariño y solidaridad, Pero sobre todo a que nos hagamos la gran pregunta sobre el sentido de nuestra existencia;

Dios espera que miremos hacia arriba. Dios espera siempre y espera en el dolor. Dios susurra y habla a la conciencia a través del placer, pero le grita mediante el dolor: el dolor es un megáfono para despertar a un mudo adormecido. 21  Hay que tomar conciencia que el sufrimiento no es una maldición divina sobre los hombres.

  1. Si hay algo maldito es el pecado; estamos inmersos en el misterio y el misterio del sufrimiento hace relación a otro misterio: el del pecado;
  2. Llegamos al misterio del corazón;
  3. ¿Cuál es la causa de la felicidad o de la infelicidad? Dios desea que seamos felices y por eso señala unos criterios de felicidad;

Esos son los Mandamientos y todas las sugerencias que nos hace para que obremos bien. Pero no queremos escucharlo, pero nos habla amorosamente con la palabra de la Cruz:  Verbum crucis. Esta es la palabra última, por eso, no es una desgracia encontrase con la Cruz.

Ante el sufrimiento ajeno solo cabe mitigarlo. Encontrar un sentido al sufrimiento es un verdadero acto de solidaridad con el hombre que sufre. Existe un sufrimiento vicario, que es el de alguien que no es culpable pero se sacrifica y padece por otros.

Es el sufrimiento de Cristo y de los mártires. Lograr la aceptación del sufrimiento sin la ruptura de la personalidad, permite que la persona pueda amar y trabajar con él; sería la finalidad de una terapia. Para ello es importante la alegría, el sentido del humor, el arte etc.

Según  V. Frankl  no fueron los más fuertes quienes superaron la experiencia de Auschwitz, sino los que tenían un motivo y una esperanza: mujer, hijos, tarea, ideal, Dios, etc. , en una palabra, alguien a quien no podían defraudar, abandonándose a una muerte miserable sin dignidad.

Los que sobrevivieron sabían que, si algo no les aniquilaba, les fortalecía; que si no podía esperar nada de la vida, era cuestión de preguntarse por lo que la vida esperaba de ellos. Para Frankl lo que interesa era el sentido de la vida en su totalidad, que incluía también la muerte; no solamente el sentido de la vida, sino también el sentido del vivir y del morir.

  1. A este hecho se sumaba una seguridad frente al futuro;
  2. La vivencia de esos hombres al regresar a su hogar era que después de todo lo que sufrieron, ya no había nada que temer, excepto a Dios; pero como sabemos, Dios no es objeto de temor sino de confianza absoluta;

El dolor es esencial para nuestro progreso espiritual y para nuestro perfeccionamiento interior; hay que saber usarlo para crecer por eso, no hay que desperdiciarlo nunca. El ejercicio perfectivo de la libertad no es cosa fácil y la capacidad de sufrir serenamente no es asequible por ensalmo, sino tiene que ser conquistada con esfuerzo creativo o autocreativo.

El hombre necesita hacerse a si mismo. En esa tarea uno no está solo. Una misma afección puede llevar a la desesperación, se ve todo absurdo o se puede encontrar sentido que me puede hacer crecer. Es como si el dolor abriese una ventana al yo, invitándolo a contemplar lo trascendente.

El sufrimiento y las dificultades juegan un papel decisivo para el conocimiento propio. Dolor y enfermedad son factores desencadenantes en la construcción de la personalidad, puesto que a través de ellos el hombre se vuelve consciente de lo que tiene que superar.

  • El sufrimiento implica, pues, esfuerzo para no renunciar a sí mismo a pesar del dolor; es avanzar hacia la realización de valores que superan la superficialidad;
  • Es una fuerza de crecimiento interior, aunque el que sufre ya no puede forjar exteriormente el destino, precisamente el sufrimiento le da la posibilidad de superarlo en la propia intimidad;

Si tengo alguna enfermedad ella me ha sido dada para que la resuelva; me encuentro ante el problema de qué es lo que voy hacer con ella. Holderlin dice: “el que pisa su sufrimiento se eleva”. En este elevarse pisando el propio dolor se adquiere madurez, donde las contradicciones pulen la obra.

Las dificultades ejercen un papel insoslayable en la adquisición de un conocimiento realista de si mismo y en la aceptación de las propias limitaciones. Ahora bien, es justo y misericordioso que la reparación del pecado sea mediante el dolor.

Dios elige como medio de redención la Cruz. Es la manera más perfecta de redimir a la humanidad. El dolor es el mejor medio de purificación. La cuestión sobre el sentido del sufrimiento es específicamente bíblica, presupone la fe en una ilimitada totalidad de sentido; la fe en que el universo en su conjunto descansa dentro de un contexto de sentido.

Sólo desde ahí tiene sentido preguntar sobre el sentido del sufrimiento. Tal pregunta se plantea donde se cree en un Dios bueno. Donde se alcanza el límite de nuestra capacidad de obrar, allí nos encontramos con el sufrimiento, cualquier discurso sobre el sentido del sufrimiento sólo tiene plenitud en cuanto discurso sobre el propio sufrimiento.

En el sufrimiento ajeno sólo hay una llamada a mitigarlo. La verdadera solidaridad es ayudar a encontrar el sentido del sufrimiento. Advirtamos sobre una desviación sobre el dolor. La misma se detiene en la cruz de Cristo en lugar de avanzar hasta su resurrección gloriosa.

Existe el peligro de hacer pasar por visión cristiana del sufrimiento, ciertas formas desviadas y lindantes con lo morboso ; se llega  a erigir el sufrimiento como valor máximo  -dolorismo-  El mismo enfermo se encuentra a gusto con su enfermedad.

El mayor milagro de  Lourdes  es la serenidad de los que abandonan el lugar sin ser curados. Si Dios puede curarme, debe tener un motivo para no hacerlo. Tal vez no entienda, pero debo aceptar su voluntad. Seguramente que me tiene reservado algo bueno. El sentido del sufrimiento es una paradoja.

  • Sólo bajo el presupuesto de que Dios existe y el pecado, puede el sufrimiento cumplir su función;
  • El sentido del sufrimiento es ayudar al que padece a refugiarse en Dios;
  • Señala  Juan Pablo II  que el dolor no es un castigo inmerecido, sino un inmerecido tesoro;

La unión con el sufrimiento de Cristo constituye el culmen de vuestra actitud de fe. El valor salvífico del dolor humano Escuchemos finalmente a  Bruno Forte : en la muerte y resurrección del Hijo, se revela el doble “éxodo” como única posibilidad de dar valor salvífico al dolor humano: la salida de Dios de sí mismo hasta el abajamiento supremo de la Cruz y Su retorno.

El “éxodo de Dios” del Hijo venido en la carne culmina en el acontecimiento de Su muerte, como lugar del extremo advenimiento del Eterno en la forma de la limitación humana: pero el sufrimiento y la muerte en Cruz son iluminados en su profundidad abisal por el “éxodo hacia Dios” de la resurrección del Hijo encarnado, en que la muerte ha sido engullida por la victoria (cf.

1Cor 15,54). Entre estos dos éxodos, que rompen el cerco de la existencia de otra manera cerrada en el silencio mortal de la nada, la pasión y la muerte del Hijo del hombre se presentan como el acontecimiento del supremo abandono y de la comunión más grande del Dios venido en la carne, verdadera buena nueva que cambia el mundo y la vida.

El supremo abandono del Dios crucificado revela de la manera más cruda la experiencia de la infinita caducidad del existir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc. 14,34). El grito de la hora nona da testimonio de la fragilidad de los habitantes del tiempo, con quienes el Hijo se ha hecho solidario: llamados de la nada a la vida los seres parecen fajados de la nada, envueltos del silencioso misterio del inicio.

Ninguna mística del dolor y la muerte podrá superar la parte oscura de todo ello, el aspecto misterioso y dramático del sufrimiento sin aparente retorno. Se sufre y se muere en soledad: la soledad es y queda como el precio siempre presente de la hora suprema: “Mi alma está triste hasta la muerte, permaneced aquí y velad conmigo.

  • ¿No habéis sido capaces de velar una hora conmigo?;
  • Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?” (Mt;
  • 26,38;
  • 40; 27,46);
  • Se muere en el grito que evoca aquel desgarro inicial, como signo de un extremo desgarro, que es anuncio del nacimiento no en menor grado que de la muerte;

En Su abandono el Hijo se ha hecho cercano a la tragedia más profunda, ineludible: desde entonces, ningún hombre que sufre estará nunca más, tan solo como lo estuvo Él. Sin embargo, el Crucificado manifiesta también el rostro amoroso del Otro escondido: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc.

23,46). Al abandono el Hijo une la comunión con Aquel que le abandona: el Abandonado a la vez se abandona, aceptando en obediencia de amor la voluntad del Padre. A la entrega de Aquel, que no perdona al propio Hijo (cf.

Rm 8,32), responde la entrega que el mismo Hijo hace de sí (cf. Gal. 2,20): por amor, la Trinidad hace suyo el exilio del mundo, puesto bajo el pecado, para que este exilio se introduzca en Pascua en la patria de la comunión trinitaria. Es así como un misterio de sufrimiento se deja entrever en el abismo de la divinidad: como afirma la Encíclica Dominum   et vivificantem  de Juan Pablo II, “el Libro sagrado parece dejar entrever un dolor, inconcebible e inexpresable en la ‘profundidad de Dios’ y, en algún sentido, en el corazón mismo de la inefable Trinidad.

En la ‘profundidad de Dios’ hay un amor de Padre que, ante el pecado del hombre, según el lenguaje bíblico, reacciona hasta el punto de decir: ‘Estoy arrepentido de haber hecho al hombre’. Se tiene así un misterio de amor que es una paradoja: en Cristo sufre un Dios rechazado de la misma criatura.

pero, al mismo tiempo, desde lo profundo de este sufrimiento el Espíritu trae una nueva medida del don hecho al hombre y a la creación desde el inicio. En lo profundo del misterio de la Cruz actúa el amor” (nn. 39 y 41). El sufrimiento divino no es signo de debilidad o limitación como lo es el sufrimiento pasivo, que se sufre porque no hay más remedio: refiriéndose a este tipo de sufrimiento, signo de imperfección y de limitación, el Catecismo de  San Pío X  afirma que, como Dios, Jesús no podía sufrir; pero en la profundidad divina, hay un sufrimiento de tipo diverso, activo, libremente elegido por amor.

La Cruz, en cuanto historia trinitaria de Dios, no proclama la blasfemia de una atea muerte de Dios, que deja espacio a la vida del hombre prisionero de su autosuficiencia, sino que la buena nueva de la muerte de Dios, para que el hombre viva de la vida del Dios inmortal en la participación de la comunión trinitaria, resulta posible gracias a aquella muerte.

Esta muerte en Dios no es de ninguna manera la muerte de Dios que el “loco” de Nietzsche va gritando en las plazas del mundo: ¡no existe ni existirá un tiempo en el que sea posible cantar en verdad el  “Requiem   aeternam Deo “! El amor trinitario que liga el Abandonante al Abandonado, y en éste al mundo, vencerá la muerte, a pesar de su aparente triunfo.

El fruto del árbol amargo de la Cruz es la gozosa noticia de Pascua: el Consolador del Crucificado, entregado por Jesús en el momento de morir al Padre, es por éste derramado sobre el Hijo en la resurrección, para que a su vez el Hijo lo derrame sobre toda carne y sea el Consolador de todos los crucificados de la historia, revelando junto a ellos la presencia corroborante y transformadora del Dios cristiano.

En este sentido, el sufrimiento divino revelado en la Cruz es de verdad la buena noticia: “Si los hombres supieran. –escribe  Jacques Maritain – que Dios ‘sufre’ con nosotros y mucho más que nosotros de todo el mal que asola la tierra, sin duda muchas cosas cambiarían, y muchas almas serian liberadas”.

La “palabra de la Cruz” (1Cor 1,18) llama así de una manera sorprendente al seguimiento: es en la debilidad, en el dolor y en la reprobación del mundo, que encontraremos a Dios. No los esplendores de la grandeza terrena, sino precisamente su contrario, la pequeñez y la ignominia, son el lugar privilegiado de Su presencia entre nosotros, el desierto florido donde Él habla a nuestro corazón.

En la vida de cada criatura humana puede ser reconocida la Cruz del Dios vivo: en el sufrimiento se hace posible abrirse al Dios presente, que se ofrece con nosotros y por nosotros, y transformar el dolor en amor, el sufrir en ofrenda. La Iglesia y cada uno de los discípulos son llevados entonces a configurarse como el pueblo de la  sequela crucis , la comunidad y el individuo “bajo la Cruz”: nada es tan lejano a la imagen del Crucificado como una comunidad tranquila y segura, que fundamente su confianza en los medios mundanos: “La cristiandad establecida donde todos son cristianos, pero en la secreta interioridad, se parece a la Iglesia militante tanto como el silencio de la muerte a la elocuencia de la pasión” ( Kierkegaard ).

La Iglesia bajo la Cruz es el pueblo de aquellos que, con Cristo y en el Espíritu, se esfuerzan en salir de sí mismos y entrar en la vía dolorosa del amor: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.

Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que quiera perder su vida por mi causa y por el evangelio, la salvará” (Mc 8,34-35 y par. “Quien no toma su cruz y no me sigue, no es digno de mi” (Mt 10,38 y Lc. 14,27). El discípulo “deberá completar en su carne lo que falta a la pasión de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col.

  • 1,24);
  • La compasión hacia el Crucificado se debe traducir por tanto en la solidaridad hacia los miembros de su cuerpo crucificados en la historia: los discípulos de Jesús dan testimonio de su identidad “perdiéndola”, poniéndola al servicio de los demás para reencontrarla en el único nivel digno de los seguidores del Crucificado: el amor;

La Cruz revela así la posibilidad de vivir el horizonte más alto como profundísima cercanía: en el dolor de la separación más grande se consuma el fuego del amor, fuerte como la muerte (Cf. Ct. 8,6). Es así como el dolor es transformado en amor y llega a ser salvífico, como recuerda Juan Pablo II en la Carta Apostólica Salvifici doloris sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano (11 Febrero 1984): “El sufrimiento humano ha alcanzado su culminación en la pasión de Cristo.

  1. entrando en una dimensión completamente nueva y en un orden nuevo: ha sido ligado al amor” (n;
  2. 18);
  3. En el dolor ofrecido por amor en unión a Jesús Crucificado, cada uno puede completar en su carne lo que falta a la pasión del Hijo a favor del Cuerpo que es la Iglesia (cf;

Col 1,24). Es así, en fin, que se halla la respuesta a la pregunta inevitable: ¿quién podrá vivir como Él, Jesús, la unidad del desgarramiento y del abandono en la hora de la muerte?, ¿quién podrá como el Abandonado, abandonarse en las manos del Padre por amor a los demás? Según la fe del Nuevo Testamento la lejanía y la proximidad en el dolor pueden coincidir gracias a la fuerza del Consolador: “Jesús dice: ‘Todo está cumplido’.

Y, inclinando la cabeza, entregó el Espíritu” (Jn. 19,30). Mientras sostiene al Abandonado en su destino mortal, el Espíritu lo tiene unido a Dios, haciéndole capaz del ofrecimiento supremo: es lo que expresa la iconografía de la “Trinidad en la Cruz”, donde el acontecimiento de la muerte de Crucificado es culto como revelación de la Trinidad.

El Padre sostiene entre Sus brazos el leño de la Cruz, del que cuelga el Hijo engullido de la muerte, mientras la paloma del Espíritu misteriosamente separa y une el Abandonado y Aquel que lo abandona (piénsese en la Trinidad de Masaccio en Santa Maria Novella en Florencia).

Así “la muerte ha sido engullida por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?. Demos gracias a Dios que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1Cor.

15,54s. 57). El ofrecimiento divino del dolor hace posible el supremo ofrecimiento de la fe que sufre y la abre a la victoria sobre el dolor y la muerte en cuanto éxodo de la elocuencia silenciosa del amor que muere a la Belleza que transfigurando acoge: el dolor ofrecido con Cristo al Padre llega a ser camino y umbral de la vida, fuente de luz que no se pone, dolor salvífico por la fuerza del amor que lo transforma a partir de la caridad infinita del Dios crucificado.

(Pascuas  Bruno Forte, Pascua, Arvo Net, 2005) 10. Conclusión La inclusión del dolor y el sufrimiento en la tarea de vivir remite y se resuelve en el sentido de la vida. La fuerza para sufrir brota de los motivos que se tiene para seguir viviendo Si éstos no existen, no se aguanta una vida dramáticamente dolorosa.

Y cuando tomamos una postura sobrenatural ante el dolor y el sufrimiento hacemos una experiencia de purificación que nos lleva a madurar y crecer en la fe, la esperanza y el amor. Jesucristo con su Redención nos llena de esperanza ante los infortunios que envuelven la vida, porque el creyente camina hacia el cumplimiento de las Bienaventuranzas: “dichosos los que sufren porque ellos serán consolados ” (Mt 5, 3-10).

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470 [3] Ricardo Yepes Stork,  Fundamentos de Antropología  EUNSA, 197, pág. 442 [4] S Th II-II,q. 31, a. 2 [5] R. Yepes Stork, ob. cit. 443 [6] R. Spaemann,  El sentido del sufrimiento , Atlántida, 15, 1993, 322-332 [7] A. Schopenhauer,  El mundo como voluntad y representación , Ateneo, Bs.

As, 1956, p. 56 [8] F. Nietzsche,  Así habló Zaratustra , KSA, 408, ed. Española p. 428 [9] C. Lewis,  El problema del dolor , Rialp, Madrid, 1994,. Pág. : 99 [10] V. Frankl,  El hombre doliente , Herder, Barcelona, 1987, p.

255 [11] A. Polaino,  Mas allá del sufrimiento,  ob. cit. ,pág. 304 [12] R. Yespes,  Fundamentos de Antropología ob. cit. p 448 [13] Ibíd. , p. 449 [14] C. Lewis, ob. cit. pag. 84 [15] Frankl ,  ob. cit. ,  p 258 [16] A. Polaino- Lorente,  Más allá del   sufrimiento , ob. cit. , pag. 416 [17] Polaino – Lorente ,   Manual de Bioética , ob.

  • cit p;
  • 473 [18] Polaino- Lorente,  Más allá del sufrimieto,  ob, cit;
  • 475 [19] Polaino- Lorente,  Más allá del   sufrimiento,  ob;
  • cit;
  • , pág;
  • 476 [20] Ibídem, p;
  • 476 [21] C;
  • Lewis,  El problema del dolor, ob;
  • cit;
  • 97 ¿Cómo citar esta voz? Sugerimos el siguiente modo de citar, que contiene los datos editoriales necesarios para la atribución de la obra a sus autores y su consulta, tal y como se encontraba en la red en el momento en que fue consultada: LUCERO, Ignacio T;

, EL DOLOR Y EL SUFRIMIENTO HUMANO, en García, José Juan (director): Enciclopedia de Bioética ..

¿Cómo se manifiesta el sufrimiento?

La ilimitada totalidad de sentido – La cuestión sobre el sentido del sufrimiento es específicamente bíblica. Presupone la fe en una ilimitada totalidad de sentido, la fe en que el universo en su conjunto descansa dentro de un contexto de sentido. Sólo desde ahí tiene sentido preguntar sobre el sentido del sufrimiento.

Tal pregunta se plantea ante todo allí donde se cree en un Dios omnipotente y bueno, es decir, allí donde, por tanto, es posible preguntar: «¿cómo se armoniza ese hecho con la existencia de sufrimiento en el mundo?».

En Homero no se plantea la pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Los héroes homéricos viven todos dentro de una cierta tristeza. Saben que estarán sobre la tierra sólo un corto tiempo, y que luego deben bajar al Hades, donde les aguarda un oscuro destino.

A ninguno de ellos se le ocurre preguntar qué sentido tiene todo aquello. Es la «necesidad», contra la cual tampoco los dioses pueden nada. Sólo donde se acepta y se cree en un sentido universal, como sucede en la religión bíblica, llega a ser planteada como tal la pregunta sobre el sufrimiento.

Aparece como pregunta sobre la justificación de Dios (es decir, como justificación del obrar de Dios), pero no entendida en el sentido de que si Dios quisiera podría evitar cualquier sufrimiento (es decir, no poniendo en Dios la causa del sufrimiento).

  1. Hay muchos que piensan que Dios podría haber hecho también una tierra de jauja (Schlaraffenland);
  2. Pero la pregunta entonces es si ése sería un mundo más deseable;
  3. Podemos fácilmente explicarnos que el obrar humano supone una naturaleza independiente del hombre;

Para poder obrar debemos contar con una tal fiable naturaleza. Además (la pregunta sobre el sentido del sufrimiento) presupone el hecho real de que vivimos en un mundo que nos es común, en el que seguimos los más divergentes fines; y que existe un mundo externo al hombre que es indiferente respecto a los gustos de cada cual y que, por eso, le opone resistencia.

  • La idea de una tierra de Jauja carece de sentido;
  • No carece, sin embargo, de él la idea de una naturaleza que armonice por completo con los fines de la praxis humana;
  • Pero de hecho tenemos que tratar con otra naturaleza distinta, emancipada de la praxis humana;

Aunque hay en ella, ciertamente, una razonable coordinación, integración, utilidad y belleza, todas esas cosas son sólo como ciertos vestigios de sentido dentro de un conjunto que no es verdadera totalidad, sino un mar de indiferencia formado por partículas que sólo giran alrededor de su propia reproducción.

Un símbolo de esa desintegración, es decir, de esa falta de sentido, es la tumoración cancerosa, la emancipación de las células. La desintegración, la falta de sentido, es experimentada como sufrimiento.

El Nuevo Testamento, en la Pasión de Cristo, nos sitúa de manera extrema ante la dolorosa experiencia de la falta de sentido: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» También esto, en efecto, es un rol dentro de un drama. Jesús reza un versículo de un salmo, y representa el papel del siervo sufriente de Dios del Antiguo Testamento.

Pero el papel debe ser representado comprometiendo la entera existencia, y eso significa que quien lo representa debe perder de vista el conjunto del guión. El sentido del papel es la experiencia de la falta de sentido.

No cabe ver en esa historia de la Pasión ningún vestigio del heroísmo estoico. La Pasión de Jesús está descrita expresamente como algo que se hace contra su voluntad. A ella pertenece el ruego que dice: «haz que este cáliz pase de mí». Si nos preguntamos por el sentido cristiano del sufrimiento, debemos considerar cómo es interpretada la Pasión de Jesús en el Nuevo Testamento.

  • Hay en él dos pasajes centrales que ofrecen esa interpretación, uno del apóstol Pablo, quien afirma que Jesús se hizo «obediente hasta la muerte», y otro de la Epístola a los Hebreos, en el que de manera aún más fuerte se dice que «aprendió a obedecer a través del sufrimiento»;

¿Qué significa esto? En esos pasajes se presupone claramente que los hombres en su conjunto viven en un estado que no es el normal. El sufrimiento se manifiesta como el reverso pasivo del mal, que ha sido causado por la desobediencia. Pero también como el único medio para suprimir el mal, precisamente a través de una experiencia adecuada a él.

  • El mal atrae el sufrimiento, y con ello su propio juicio;
  • Lo finito, que se pavonea de ser el centro de todo –y eso se llama desobediencia–, nada puede hacer para llegar a ser verdaderamente Dios;
  • Su pretensión ilusoria se quiebra y su verdad pasa a ser el sufrimiento;

Pero en la verdad no puede existir el mal. El mal es esencialmente mentira. La autoafirmación propia del mal consiste sobre todo en separar mi propio mundo de experiencia del de los demás, de manera que el sufrimiento esté en los otros y en mí las ventajas.

  1. Esa situación de asimetría, de alienación, sólo puede ser cambiada si la curvatio in seipsum, la curvatura propia del mal sobre uno mismo, se rompe; es decir, si dicha situación es contemplada desde un punto de vista exterior y, de esa manera, puede ser experimentado su absurdo como sufrimiento;

Sólo así torna el mal a la obediencia. El cristianismo enseña que todos nos encontramos en una situación como la descrita. La doctrina cristiana sobre el pecado original no dice sino que todos vivimos en un contexto general de culpa, en el que todos entran a formar parte cuando comienzan a pertenecer a la sociedad humana.

La Psicología demuestra que, en una familia, por ejemplo, pueden existir situaciones neuróticas tales que, quien entre a formar parte de esa familia padecerá un tic, reproducirá la situación. Cada uno de nosotros está implicado ya desde niño en un inevitable contexto de culpa en el que se hace también culpable.

No se trata de que cada uno sea sólo una víctima pasiva, sino de que cada uno forma parte del juego, participa en la injusticia que cada uno comete contra los otros.

¿Cuáles son los tipos de sufrimiento?

Desazón, amargura, desesperación, todos ellos son distintos tipos de sufrimientos humanos. El hecho de sufrir tiñe nuestra vida de tristeza y oscuridad. No obstante, no todos los sufrimientos son idénticos, existen diferentes tipos de sufrimiento. Según aseguran los expertos en salud mental, el sufrimiento es la primera causa del suicidio, del que tan poco nos gusta hablar.

¿Cómo enfrentar el dolor según la Biblia?

El dolor que acompaña la pérdida de un ser amado es tan inevitable como la muerte misma. El duelo es un proceso doloroso, pero la confianza en Dios puede ayudarte a superarlo. A continuación se encuentran cuatro maneras en que la fe puede ayudar a afrontar el dolor.

Dolor. Tristeza. Enojo. Adormecimiento. Todos estos son sentimientos naturales que tenemos cuando estamos afrontando la pérdida de un ser amado. Ninguno de estos sentimientos es malo. El experimentar las emociones que vienen con el dolor es parte de ser humanos.

“Todo tiene su tiempo”, explica la Biblia. “Tiempo de nacer y tiempo de morir… tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de lamentar, y tiempo de bailar” (Eclesiastés 3:1-2,4). El saber que la muerte y el dolor son necesarios puede que no aminore el sufrimiento, pero puede hacer que la felicidad sea más dulce cuando llegue su tiempo.

  • El dolor no es una debilidad, una imperfección o una señal de pecado;
  • Es una parte necesaria de la mortalidad;
  • Dios sabe que experimentarás dolor en esta vida, pero no tienes que pasarlo solo;
  • Él quiere que busques consuelo;
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“Bienaventurados los que lloran”, enseñó Jesús, “porque ellos recibirán consolación” (Mateo 5:4). El confiar en Dios y en otras personas puede aliviar tu pena y brindar soporte. Antes que Jesús levantara a Lázaro de los muertos, Él oró a Dios Su padre para recibir fuerza y guía.

¿Qué dice la Biblia cuando uno está triste?

CITA – El presidente Ezra Taft Benson dijo: “Es común encontrar hombres y mujeres en el mundo que sienten remordimiento por las cosas que hacen y que están mal. A veces esto se debe a que sus acciones les causan, a ellos o a sus familiares, mucho dolor y sufrimiento.

A veces se sienten así debido a que se les descubre y son castigados por sus acciones; sin embargo, este tipo de sentimientos no constituye la ‘tristeza que es según Dios’ (2 Corintios 7:10). “La tristeza que es según Dios es un don del Espíritu.

Es una forma sincera de darnos cuenta de que nuestras acciones han ofendido a nuestro Padre y a nuestro Dios. Es un conocimiento agudo y penetrante de que nuestro comportamiento hizo que el Salvador, que no conoció pecado, Él que es el mayor de todos, haya sufrido dolor infinito.

¿Qué dice la Biblia sobre las personas que sufren por amor?

“El amor es sufrido” “Este es el desafío para nosotros: permitir que las enseñanzas de Cristo, magnificadas por el Espíritu Santo, nos guíen hacia Su senda para ver y ser como El es. ” Una de las grandes bendiciones de mi infancia es que mi madre haya pasado bastante tiempo leyéndonos a mi y a mi hermano Howard.

  • Ella sabia la importancia de los buenos libros y los usaba para enseñarnos y para entretenernos;
  • Esto sirvió para expandir nuestra limitada vida de niños a asuntos que sobrepasaban nuestras experiencias diarias;

La lectura empezó cuando yo era una pequeñuela y Howard, que nació con severas incapacidades físicas y no podía correr, necesitaba atención especial. Mi bendición fue que yo también recibía atención especial. Los libros eran diversos y fueron haciéndose cada vez mas complicados a medida que crecíamos.

Recuerdo rimas infantiles, poesías, cuentos folklóricos rusos, la aventura en la cueva del trueno y las Escrituras. Juntos leímos parábolas, casos como el de la mujer en el pozo, y hasta pasajes abstractos.

Un día nos leyó: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece … “Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. “El amor nunca deja de ser” (l Corintios 13:4, 7-8; véase también Moroni 7:45-46 ).

  1. Howard interrumpió la lectura, como a menudo solía hacerlo, con una pregunta como “Que es el amor?” El deseaba saber el significado de lo que acabábamos le escuchar, mientras que yo todavía estaba pensando en el sonido de las palabras;

Sólo quería que continuara la lectura, pero me daba cuenta de que mama estaba satisfecha con la curiosidad de mi hermano. Ella nos enseñó en ese entonces, y lo recalco más adelante, que las buenas preguntas pueden ser importantes si verdaderamente estamos tratando de entender, y que a veces, el encontrar una respuesta buena puede llevarnos toda una vida.

Después, dejó el Nuevo Testamento y nos leyó en el Libro de Mormón: “… pero la caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre; y a quien la posea en el postrer día. le ira bien” ( Moroni 7:47 ).

He allí, en un solo versículo, la esencia concentrada de un concepto trascendental, la definición de una profunda pero comprensible verdad. Lo que escuche ese día sobrepasaba mi entendimiento infantil, pero el espíritu del amor estaba presente y era tan real como cualquier otro aspecto de mi corta existencia.

Las Escrituras nos dan ejemplos de otras personas que, debido a su curiosidad, se les enseñaron nuevas maneras de pensar acerca del amor. En el capitulo 22 de Mateo, un fariseo que deseaba confundir a Cristo le preguntó cual era el mandamiento mas importante.

Cristo le contestó: “Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente … “y el segundo es semejante: Amaras a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:31, 39). En Lucas, el interprete de la ley que había hecho la pregunta deseaba saber mas.

Tal vez tuviera miedo de malgastar su amor, y preguntó: “¿Y quien es mi prójimo?” (Lucas 10:29-37). Y como respuesta, Cristo narró la parábola del buen samaritano. El samaritano vio lo que otros no pudieron ver.

Hizo lo que pudo y lo que otros no se dignaron a hacer. Lo que hizo lo ennobleció y le ganó nuestra permanente admiración, pues no esperábamos que el samaritano fuera nuestro prójimo (véase Lucas 10:30-37). Nosotros no tentaríamos a Cristo preguntándole a quien deberíamos amar o servir, sin embargo, pienso que a veces no estamos seguros de si realmente lo sabemos.

  1. Para mi es interesante que Jesús haya seleccionado a un samaritano como el ejemplo de “amor sincero” ante los fariseos;
  2. Era tan notable su observancia de la letra de la ley que esta enseñanza debe de haber resultado en que por lo menos algunos de ellos vieran desde un nuevo punto de vista y con un nuevo espíritu la libertad para amar que Cristo les ofrecía;

Este es el desafío para nosotros: permitir que las enseñanzas de Cristo, magnificadas por el Espíritu Santo, nos guíen hacia Su senda para ver y ser como El es. Ahora bien, comprender lo que es el amor y la caridad y el ser caritativo no es fácil? y las Escrituras no indican que así seria.

  1. Aun la frase “el amor es sufrido” requiere una cuidadosa interpretación;
  2. El “sufrimiento” que puede resultar por causa del amor es el resultado de lo mucho que amamos; nos llega porque otra persona es importantísima para nosotros;

Para evitar esa clase de sufrimiento, tendríamos que renunciar aquello que nos brinda vida, esperanza y gozo: nuestra capacidad de amar profundamente. Para contrarrestar ese sufrimiento que por seguro vendrá al fallecer un ser querido, al verlos luchar contra adversidades o alejarse de sendas correctas, al ver que no nos comprenden o nos traicionan, encontraremos consuelo ejerciendo caridad y amor hacia los demás.

Al aceptar a Cristo en nuestro bautismo, aceptamos llevar las cargas los unos de los otros y llorar con los que lloran (véase Mosíah 18:8-9). Su Espíritu y poder nos consolaran a medida que nos dediquemos a ayudar y amar a los que nos necesiten.

Aunque no es siempre fácil comprender lo que es la caridad, en ocasiones es factible no llegar a comprenderla bien. El aguantar cualquier tipo de maltrato o injusticia que otros nos causen no es caridad ni bondad. Dios nos manda que de la misma manera que lo amamos a El, debemos amarnos y respetarnos a nosotros mismos.

  • No es amor el permitir que otros repetidamente nieguen nuestra naturaleza divina y libre albedrío;
  • No es amor soportar tales circunstancias, a entregarse a la desesperación y el desamparo;
  • Esa manera de sufrir debe terminarse y es muy difícil hacerlo solos;

Hay lideres del sacerdocio y otros siervos comprensivos del Señor dispuestos a ayudar y fortalecer si saben que se les necesita; debemos permitir que otros nos ayuden. Una característica sobresaliente del efecto que causa la comprensión profunda del amor de Cristo es la forma en que ese entendimiento edifica a la persona y la motiva a la acción.

Julia Mavimbela, miembro de la Iglesia en Soweto, Sud Africa, cuenta cómo su conversión la sacó de la amargura a la fe y le dio fuerza para ayudar a otros a su alrededor. Enseñó horticultura para aliviar el hambre y organizó a las mujeres para calmar las contiendas de su país.

En Tailandia, a fines de 1970, la hermana Srilaxana trabajaba como traductora de las Escrituras cinco días a la semana y los fines de semana viajaba, pagando sus propios gastos, para visitar pequeñas Sociedades de Socorro. Estas seguidoras de Cristo hicieron lo que sintieron en su alma que debían hacer para servir a los hijos de Dios.

  • Hicieron lo que estaba a su alcance y sus ejemplos nos invitan a hacer lo mismo;
  • El servicio compasivo y caritativo es la misión principal de nuestra Sociedad de Socorro;
  • Ya casi somos tres millones de mujeres de todo el mundo que pertenecemos a la organización, y nos regocijamos en nuestra hermandad, grande y variada;

Sabemos que nuestra sociedad, que celebrara su sesquicentenario el próximo año, ha hecho mucho bien. Hemos aprendido que juntas podemos efectuar muchas cosas que sería imposible hacer solas. Pero el objetivo principal de esta sociedad es hacer llegar bendiciones a toda hermana a medida que progresa en su conocimiento del Evangelio de Cristo y refleje ese conocimiento en las decisiones que tome de servir a otros con rectitud.

  • Durante la Conferencia de octubre del año pasado, el obispo Glenn L;
  • Pace nos aconsejó que miráramos a nuestro alrededor para hacer lo que fuera posible por aliviar el dolor, la soledad y la injusticia en nuestros lugares de residencia;

El prometió que si lo hacíamos, nuestro corazón se llenaría de compasión y que por medio del Espíritu Santo se efectuaría una santificación dentro de nuestra alma, y llegaríamos a ser mas como nuestro Salvador. Con humildad ruego que nuestra fe en Dios nos motive a hacer tal obra y que de esa manera, por medio del Espíritu Santo, podamos conocer el verdadero significado de la caridad y ejercitarla en nuestra vida.

¿Por qué hay tanto sufrimiento en el mundo?

La intensidad del sufrimiento [ editar ] – El origen del sufrimiento es una cuestión puramente económica, el desgaste de los recursos aporta la sensación de sufrir, pero si al organismo le cuesta más energía de la que dispone a corto plazo resolver un problema, notifica al cerebro que la situación es inmediatamente inviable con la sensación de dolor.

Esto es relevante cuando se agrede algún miembro físico, o cuando la situación es emocionalmente insostenible, causando herida física o emocional. Dado que la herida no es algo que el cuerpo pueda resolver de forma inmediata, se informa que está habiendo un desgaste que requiere de una reconstrucción.

Cuando la reconstrucción es emocional, ello significa que ha habido una ruptura de algún esquema sináptico por confrontación directa entre lo esperado y lo obtenido, por lo que se requiere en ambos casos de un aporte energético extra, de continuar así, el cuerpo puede ver comprometida la integridad vital, por lo que se notifica con sensación de dolor.

La sensación de dolor nos puede indicar que se necesiten de otros factores tales como el uso de la razón, el uso de instrumentos o sencillamente estar en reposo y esperar a que el propio organismo responda favorablemente.

Si hay opción de evitarlo, el individuo evitará el dolor por pura ley natural, pero no tiene porque evitar el sufrimiento. Los niños son más tolerantes al desgaste psíquico, cuentan con un número mayor de conexiones sinápticas que les permiten razonar de forma más flexible.

¿Cuál es el fin del sufrimiento?

El fin del sufrimiento llega al núcleo del por qué sufrimos y muestra que, del mismo modo que caes en brazos de un ser querido o que reposas la cabeza en la almohada por la noche, igualmente puedes «dejarte llevar por un momento de gracia y descubrir que la vida no está separada de ti, que la vida no es otra cosa que.

¿Cuál es el mayor sufrimiento del ser humano?

El apego, la mayor fuente de sufrimiento humano.

¿Qué sentido tiene el sufrimiento y el dolor en la vida de los cristianos?

LA vida humana está íntimamente vinculada al dolor y al sufrimiento. Los hombres, un día u otro, han de beber su cáliz amargo, como lo demuestra la experiencia cotidiana. Ante este hecho, hemos de preguntarnos: ¿Qué actitud debemos adoptar? La mayoría de las veces es la del fatalismo: aguantamos lo que no podemos evitar.

  1. La fe cristiana ilumina el misterio del dolor; es una luz que no nos permite caer en fatalismos enervantes;
  2. Bien al contrario: nos da serenidad y nos comunica paz;
  3. Una mirada llena de fe dirigida a Cristo, quien siguió el camino del dolor, nos descubre el sentido del sufrimiento humano;

Esta luz nos descubre la gran proyección del amor. Jesucristo fue el primero que sufrió. Bajo el peso de la cruz humillante, convirtió el dolor en algo sagrado. El Cristo crucificado de nuestras iglesias y de nuestros hogares cristianos es un vivo exponente de amor, de redención, de salvación.

Porque con su voluntaria y trágica muerte, Cristo nos dio a conocer un amor que es capaz de hacer que nos entreguemos por los demás hasta la muerte. El Cristo crucificado es también una llamada a todos los que sufren.

Él se dirige a todos los hombres y a todas las mujeres para que cuando, en el camino de la vida, sus pies tropiecen con las espinas del sufrimiento, sepan comprender el gran valor de la ciencia del dolor. Es muy necesario que los enfermos que yacen en una cama o los que viven en la más trágica soledad escuchen la llamada de Cristo y comprendan que las contrariedades que sufren tienen un excelente valor.

Ciertamente, esta llamada de Cristo es una de las cosas más misteriosas que podemos imaginar. El sufrimiento, aceptado con fe y con amor, se une al del Crucificado. Entonces el dolor adquiere dimensiones de redención; posee la fecunda fuerza de realizar en la propia persona «lo que falta en los sufrimientos de Cristo a favor de su cuerpo, que es la Iglesia», como nos dice san Pablo.

Se trata de ir dando la vida para sembrar esperanza, tal como expresa el lema de la Jornada del Enfermo de este año. La humanidad que sufre se convierte en símbolo, en signo, en sacramento humano que esconde la presencia misteriosa de Cristo. Son entrañables las palabras de Juan Pablo II: «Os pedimos a todos los que sufrís, que nos ayudéis.

¿Qué piensa el cristianismo sobre el sufrimiento?

SALVIFICI DOLORIS Sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano – 11/2/1984 – CARTA APOSTÓLICA DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II A LOS OBISPOS, SACERDOTES, FAMILIAS RELIGIOSAS Y FIELES DE LA IGLESIA CATÓLICA SOBRE EL SENTIDO CRISTIANO DEL SUFRIMIENTO HUMANO Venerables Hermanos en el episcopado, queridos hermanos y hermanas en Cristo: I.

  • INTRODUCCIÓN 1;
  • «Suplo … SALVIFICI DOLORIS Sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano – 11/2/1984 – CARTA APOSTÓLICA DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II A LOS OBISPOS, SACERDOTES, FAMILIAS RELIGIOSAS Y FIELES DE LA IGLESIA CATÓLICA SOBRE EL SENTIDO CRISTIANO DEL SUFRIMIENTO HUMANO Venerables Hermanos en el episcopado, queridos hermanos y hermanas en Cristo: I;

INTRODUCCIÓN 1. «Suplo en mi carne -dice el apóstol Pablo, indicando el valor salvífico del sufrimiento- lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia» 1 Estas palabras parecen encontrarse al final del largo camino por el que discurre el sufrimiento presente en la historia del hombre e iluminado por la palabra de Dios.

  1. Ellas tienen el valor casi de un descubrimiento definitivo que va acompañado de alegría; por ello el Apóstol escribe: «Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros»;
  2. 2 La alegría deriva del descubrimiento del sentido del sufrimiento; tal descubrimiento, aunque participa en él de modo personalísimo Pablo de Tarso que escribe estas palabras, es a la vez válido para los demás;

El Apóstol comunica el propio descubrimiento y goza por todos aquellos a quienes puede ayudar -como le ayudó a él mismo- a penetrar en el sentido salvífico del sufrimiento. El tema del sufrimiento -precisamente bajo el aspecto de este sentido salvífico- parece estar profundamente inserto en el contexto del Año de la Redención como Jubileo extraordinario de la Iglesia; también esta circunstancia depone directamente en favor de la atención que debe prestarse a ello precisamente durante este período.

Con independencia de este hecho, es un tema universal que acompaña al hombre a lo largo y ancho de la geografía. En cierto sentido coexiste con él en el mundo y por ello hay que volver sobre él constantemente.

Aunque San Pablo ha escrito en la carta a los Romanos que «la creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto»; 3 aunque el hombre conoce bien y tiene presentes los sufrimientos del mundo animal, sin embargo lo que expresamos con la palabra «sufrimiento» parece ser particularmente esencial a la naturaleza del hombre.

  1. Ello es tan profundo como el hombre, precisamente porque manifiesta a su manera la profundidad propia del hombre y de algún modo la supera;
  2. El sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre; es uno de esos puntos en los que el hombre está en cierto sentido «destinado» a superarse a sí mismo, y de manera misteriosa es llamado a hacerlo;

Si el tema del sufrimiento debe ser afrontado de manera particular en el contexto del Año de la Redención, esto sucede ante todo porque la redención se ha realizado mediante la cruz de Cristo, o sea mediante su sufrimiento. Y al mismo tiempo, en el Año de la Redención pensamos de nuevo en la verdad expresada en la Encíclica Redemptor hominis: en Cristo «cada hombre se convierte en camino de la Iglesia».

4 Se puede decir que el hombre se convierte de modo particular en camino de la Iglesia, cuando en su vida entra el sufrimiento. Esto sucede, como es sabido, en diversos momentos de la vida; se realiza de maneras diferentes; asume dimensiones diversas; sin embargo, de una forma o de otra, el sufrimiento parece ser, y lo es, casi inseparable de la existencia terrena del hombre.

Dado pues que el hombre, a través de su vida terrena, camina en un modo o en otro por el camino del sufrimiento, la Iglesia debería -en todo tiempo, y quizá especialmente en el Año de la Redención- encontrarse con el hombre precisamente en este camino.

  1. La Iglesia, que nace del misterio de la redención en la cruz de Cristo, está obligada a buscar el encuentro con el hombre, de modo particular en el camino de su sufrimiento;
  2. En tal encuentro el hombre «se convierte en el camino de la Iglesia», y es éste uno de los caminos más importantes;

De aquí deriva también esta reflexión, precisamente en el Año de la Redención: la reflexión sobre el sufrimiento. El sufrimiento humano suscita compasión, suscita también respeto, y a su manera atemoriza. En efecto, en él está contenida la grandeza de un misterio específico.

  • Este particular respeto por todo sufrimiento humano debe ser puesto al principio de cuanto será expuesto a continuación desde la más profunda necesidad del corazón, y también desde el profundo imperativo de la fe;

En el tema del sufrimiento, estos dos motivos parecen acercarse particularmente y unirse entre sí: la necesidad del corazón nos manda vencer la timidez, y el imperativo de la fe -formulado, por ejemplo, en las palabras de San Pablo recordadas al principio- brinda el contenido, en nombre y en virtud del cual osamos tocar lo que parece en todo hombre algo tan intangible; porque el hombre, en su sufrimiento, es un misterio intangible.

II. EL MUNDO DEL SUFRIMIENTO HUMANO 5. Aunque en su dimensión subjetiva, como hecho personal, encerrado en el concreto e irrepetible interior del hombre, el sufrimiento parece casi inefable e intransferible, quizá al mismo tiempo ninguna otra cosa exige -en su «realidad objetiva»- ser tratada, meditada, concebida en la forma de un explícito problema; y exige que en torno a él hagan preguntas de fondo y se busquen respuestas.

Como se ve, no se trata aquí solamente de dar una descripción del sufrimiento. Hay otros criterios, que van más allá de la esfera de la descripción y que hemos de tener en cuenta, cuando queremos penetrar en el mundo del sufrimiento humano. Puede ser que la medicina, en cuanto ciencia y a la vez arte de curar, descubra en el vasto terreno del sufrimiento del hombre el sector más conocido, el identificado con mayor precisión y relativamente más compensado por los métodos del «reaccionar» (es decir, de la terapéutica).

Sin embargo, éste es sólo un sector. El terreno del sufrimiento humano es mucho más vasto, mucho más variado y pluridimensional. El hombre sufre de modos diversos, no siempre considerados por la medicina, ni siquiera en sus más avanzadas ramificaciones.

El sufrimiento es algo todavía más amplio que la enfermedad, más complejo y a la vez aún más profundamente enraizado en la humanidad misma. Una cierta idea de este problema nos viene de la distinción entre sufrimiento físico y sufrimiento moral. Esta distinción toma como fundamento la doble dimensión del ser humano, e indica el elemento corporal y espiritual como el inmediato o directo sujeto del sufrimiento.

Aunque se puedan usar como sinónimos, hasta un cierto punto, las palabras «sufrimiento» y «dolor», el sufrimiento físico se da cuando de cualquier manera «duele el cuerpo», mientras que el sufrimiento moral es «dolor del alma».

Se trata, en efecto, del dolor de tipo espiritual, y no sólo de la dimensión «psíquica» del dolor que acompaña tanto el sufrimiento moral como el físico. La extensión y la multiformidad del sufrimiento moral no son ciertamente menores que las del físico; pero a la vez aquél aparece como menos identificado y menos alcanzable por la terapéutica.

La Sagrada Escritura es un gran libro sobre el sufrimiento. De los libros del Antiguo Testamento mencionaremos sólo algunos ejemplos de situaciones que llevan el signo del sufrimiento, ante todo moral: el peligro de muerte,5 la muerte de los propios hijos,6 y especialmente la muerte del hijo primogénito y único.

7 También la falta de prole,8 la nostalgia de la patria,9 la persecución y hostilidad del ambiente,10 el escarnio y la irrisión hacia quien sufre,11 la soledad y el abandono. 12 Y otros más, como el remordimiento de conciencia,13 la dificultad en comprender por qué los malos prosperan y los justos sufren,14 la infidelidad e ingratitud por parte de amigos y vecinos,15 las desventuras de la propia nación.

16 El Antiguo Testamento, tratando al hombre como un «conjunto» psicofísico, une con frecuencia los sufrimientos «morales» con el dolor de determinadas partes del organismo: de los huesos,17 de los riñones,18 del hígado,19 de las vísceras,20 del corazón.

21 En efecto, no se puede negar que los sufrimientos morales tienen también una parte «física» o somática, y que con frecuencia se reflejan en el estado general del organismo. Como se ve a través de los ejemplos aducidos, en la Sagrada Escritura encontramos un vasto elenco de situaciones dolorosas para el hombre por diversos motivos.

Este elenco diversificado no agota ciertamente todo lo que sobre el sufrimiento ha dicho ya y repite constantemente el libro de la historia del hombre (éste es más bien un «libro no escrito»), y más todavía el libro de la historia de la humanidad, leído a través de la historia de cada hombre.

Se puede decir que el hombre sufre, cuando experimenta cualquier mal. En el vocabulario del Antiguo Testamento, la relación entre sufrimiento y mal se pone en evidencia como identidad. Aquel vocabulario, en efecto, no poseía una palabra específica para indicar el «sufrimiento»; por ello definía como «mal» todo aquello que era sufrimiento.

22 Solamente la lengua griega y con ella el Nuevo Testamento (y las versiones griegas del Antiguo) se sirven del verbo « = estoy afectado por…, experimento una sensación, sufro», y gracias a él el sufrimiento no es directamente identificable con el mal (objetivo), sino que expresa una situación en la que el hombre prueba el mal, y probándolo, se hace sujeto de sufrimiento.

Este, en verdad, tiene a la vez carácter activo y pasivo (de «patior»). Incluso cuando el hombre se procura por sí mismo un sufrimiento, cuando es el autor del mismo, ese sufrimiento queda como algo pasivo en su esencia metafísica. Sin embargo, esto no quiere decir que el sufrimiento en sentido psicológico no esté marcado por una «actividad» específica.

  1. Esta es, efectivamente, aquella múltiple y subjetivamente diferenciada «actividad» de dolor, de tristeza, de desilusión, de abatimiento o hasta de desesperación, según la intensidad del sufrimiento, de su profundidad o indirectamente según toda la estructura del sujeto que sufre y de su específica sensibilidad;

Dentro de lo que constituye la forma psicológica del sufrimiento, se halla siempre una experiencia de mal, a causa del cual el hombre sufre. Así pues, la realidad del sufrimiento pone una pregunta sobre la esencia del mal: ¿qué es el mal? Esta pregunta parece inseparable, en cierto sentido, del tema del sufrimiento.

La respuesta cristiana a esa pregunta es distinta de la que dan algunas tradiciones culturales y religiosas, que creen que la existencia es un mal del cual hay que liberarse. El cristianismo proclama el esencial bien de la existencia y el bien de lo que existe, profesa la bondad del Creador y proclama el bien de las creaturas.

El hombre sufre a causa del mal, que es una cierta falta, limitación o distorsión del bien. Se podría decir que el hombre sufre a causa de un bien del que él no participa, del cual es en cierto modo excluido o del que él mismo se ha privado. Sufre en particular cuando «debería» tener parte -en circunstancias normales- en este bien y no lo tiene.

  • Así pues, en el concepto cristiano la realidad del sufrimiento se explica por medio del mal que está siempre referido, de algún modo, a un bien;
  • El sufrimiento humano constituye en sí mismo casi un específico «mundo» que existe junto con el hombre, que aparece en él y pasa, o a veces no pasa, pero se consolida y se profundiza en él;

Este mundo del sufrimiento, dividido en muchos y muy numerosos sujetos, existe casi en la dispersión. Cada hombre, mediante su sufrimiento personal, constituye no sólo una pequeña parte de ese «mundo», sino que a la vez aquel «mundo» está en él como una entidad finita e irrepetible.

  1. Unida a ello está, sin embargo, la dimensión interpersonal y social;
  2. El mundo del sufrimiento posee como una cierta compactibilidad propia;
  3. Los hombres que sufren se hacen semejantes entre sí a través de la analogía de la situación, la prueba del destino o mediante la necesidad de comprensión y atenciones; quizá sobre todo mediante la persistente pregunta acerca del sentido de tal situación;

Por ello, aunque el mundo del sufrimiento exista en la dispersión, al mismo tiempo contiene en sí un singular desafío a la comunión y la solidaridad. Trataremos de seguir también esa llamada en estas reflexiones. Pensando en el mundo del sufrimiento en su sentido personal y a la vez colectivo, no es posible, finalmente, dejar de notar que tal mundo, en algunos períodos de tiempo y en algunos espacios de la existencia humana, parece que se hace particularmente denso.

  • Esto sucede, por ejemplo, en casos de calamidades naturales, de epidemias, de catástrofes y cataclismos o de diversos flagelos sociales;
  • Pensemos, por ejemplo, en el caso de una mala cosecha y, como consecuencia del mismo -o de otras diversas causas-, en el drama del hambre;

Pensemos, finalmente, en la guerra. Hablo de ella de modo especial. Hablo de las dos últimas guerras mundiales, de las que la segunda ha traído consigo un cúmulo todavía mayor de muerte y un pesado acervo de sufrimientos humanos. A su vez, la segunda mitad de nuestro siglo -como en proporción con los errores y transgresiones de nuestra civilización contemporánea- lleva en sí una amenaza tan horrible de guerra nuclear, que no podemos pensar en este período sino en términos de un incomparable acumularse de sufrimientos, hasta llegar a la posible autodestrucción de la humanidad.

  • De esta manera ese mundo de sufrimiento, que en definitiva tiene su sujeto en cada hombre, parece transformarse en nuestra época -quizá más que en cualquier otro momento- en un particular «sufrimiento del mundo»; del mundo que ha sido transformado, como nunca antes, por el progreso realizado por el hombre y que, a la vez, está en peligro más que nunca, a causa de los errores y culpas del hombre;

III. A LA BÚSQUEDA DE UNA RESPUESTA A LA PREGUNTA SOBRE EL SENTIDO DEL SUFRIMIENTO 9. Dentro de cada sufrimiento experimentado por el hombre, y también en lo profundo del mundo del sufrimiento, aparece inevitablemente la pregunta: ¿por qué? Es una pregunta acerca de la causa, la razón; una pregunta acerca de la finalidad (para qué); en definitiva, acerca del sentido.

Esta no sólo acompaña el sufrimiento humano, sino que parece determinar incluso el contenido humano, eso por lo que el sufrimiento es propiamente sufrimiento humano. Obviamente el dolor, sobre todo el físico, está ampliamente difundido en el mundo de los animales.

Pero solamente el hombre, cuando sufre, sabe que sufre y se pregunta por qué; y sufre de manera humanamente aún más profunda, si no encuentra una respuesta satisfactoria. Esta es una pregunta difícil, como lo es otra, muy afín. es decir, la que se refiere al mal: ¿Por qué el mal? ¿Por qué el mal en el mundo? Cuando ponemos la pregunta de esta manera, hacemos siempre, al menos en cierta medida, una pregunta también sobre el sufrimiento.

Ambas preguntas son difíciles cuando las hace el hombre al hombre, los hombres a los hombres, como también cuando el hombre las hace a Dios. En efecto, el hombre no hace esta pregunta al mundo, aunque muchas veces el sufrimiento provenga de él, sino que la hace a Dios como Creador y Señor del mundo.

Y es bien sabido que en la línea de esta pregunta se llega no sólo a múltiples frustraciones y conflictos en la relación del hombre con Dios, sino que sucede incluso que se llega a la negación misma de Dios. En efecto, si la existencia del mundo abre casi la mirada del alma humana a la existencia de Dios, a su sabiduría, poder y magnificencia, el mal y el sufrimiento parecen ofuscar esta imagen, a veces de modo radical, tanto más en el drama diario de tantos sufrimientos sin culpa y de tantas culpas sin una adecuada pena.

Por ello, esta circunstancia -tal vez más aún que cualquier otra- indica cuán importante es la pregunta sobre el sentido del sufrimiento y con qué agudeza es preciso tratar tanto la pregunta misma como las posibles respuestas a dar.

10. El hombre puede dirigir tal pregunta a Dios con toda la conmoción de su corazón y con la mente llena de asombro y de inquietud; Dios espera la pregunta y la escucha, como podemos ver en la Revelación del Antiguo Testamento. En el libro de Job la pregunta ha encontrado su expresión más viva.

  • Es conocida la historia de este hombre justo, que sin ninguna culpa propia es probado por innumerables sufrimientos;
  • Pierde sus bienes, los hijos e hijas, y finalmente él mismo padece una grave enfermedad;

En esta horrible situación se presentan en su casa tres viejos amigos, los cuales -cada uno con palabras distintas- tratan de convencerlo de que, habiendo sido afectado por tantos y tan terribles sufrimientos, debe haber cometido alguna culpa grave. En efecto, el sufrimiento -dicen- se abate siempre sobre el hombre como pena por el reato; es mandado por Dios que es absolutamente justo y encuentra la propia motivación en la justicia.

  • Se diría que los viejos amigos de Job quieren no sólo convencerlo de la justificación moral del mal, sino que, en cierto sentido, tratan de defender el sentido moral del sufrimiento ante sí mismos;
  • El sufrimiento, para ellos, puede tener sentido exclusivamente como pena por el pecado y, por tanto, sólo en el campo de la justicia de Dios, que paga bien con bien y mal con mal;

Su punto de referencia en este caso es la doctrina expresada en otros libros del Antiguo Testamento, que nos muestran el sufrimiento como pena infligida por Dios a causa del pecado de los hombres. El Dios de la Revelación es Legislador y Juez en una medida tal que ninguna autoridad temporal puede hacerlo.

El Dios de la Revelación, en efecto, es ante todo el Creador, de quien, junto con la existencia, proviene el bien esencial de la creación. Por tanto, también la violación consciente y libre de este bien por parte del hombre es no sólo una transgresión de la ley, sino, a la vez, una ofensa al Creador, que es el Primer Legislador.

Tal transgresión tiene carácter de pecado, según el sentido exacto, es decir, bíblico y teológico de esta palabra. Al mal moral del pecado corresponde el castigo, que garantiza el orden moral en el mismo sentido trascendente, en el que este orden es establecido por la voluntad del Creador y Supremo Legislador.

  1. De ahí deriva también una de las verdades fundamentales de la fe religiosa, basada asimismo en la Revelación: o sea que Dios es un juez justo, que premia el bien y castiga el mal: «(Señor) eres justo en cuanto has hecho con nosotros, y todas tus obras son verdad, y rectos tus caminos, y justos todos tus juicios;

Y has juzgado con justicia en todos tus juicios, en todo lo que has traído sobre nosotros … con juicio justo has traído todos estos males a causa de nuestros pecados». 23 En la opinión manifestada por los amigos de Job, se expresa una convicción que se encuentra también en la conciencia moral de la humanidad: el orden moral objetivo requiere una pena por la transgresión, por el pecado y por el reato.

El sufrimiento aparece, bajo este punto de vista, como un «mal justificado». La convicción de quienes explican el sufrimiento como castigo del pecado, halla su apoyo en el orden de la justicia, y corresponde con la opinión expresada por uno de los amigos de Job: «Por lo que siempre vi, los que aran la iniquidad y siembran la desventura, la cosechan».

24 11. Job, sin embargo, contesta la verdad del principio que identifica el sufrimiento con el castigo del pecado y lo hace en base a su propia experiencia. En efecto, él es consciente de no haber merecido tal castigo, más aún, expone el bien que ha hecho a lo largo de su vida.

  • Al final Dios mismo reprocha a los amigos de Job por sus acusaciones y reconoce que Job no es culpable;
  • El suyo es el sufrimiento de un inocente; debe ser aceptado como un misterio que el hombre no puede comprender a fondo con su inteligencia;

El libro de Job no desvirtúa las bases del orden moral trascendente, fundado en la justicia, como las propone toda la Revelación en la Antigua y en la Nueva Alianza. Pero, a la vez, el libro demuestra con toda claridad que los principios de este orden no se pueden aplicar de manera exclusiva y superficial.

  • Si es verdad que el sufrimiento tiene un sentido como castigo cuando está unido a la culpa, no es verdad, por el contrario, que todo sufrimiento sea consecuencia de la culpa y tenga carácter de castigo;

La figura del justo Job es una prueba elocuente en el Antiguo Testamento. La Revelación, palabra de Dios mismo, pone con toda claridad el problema del sufrimiento del hombre inocente: el sufrimiento sin culpa. Job no ha sido castigado, no había razón para infligirle una pena, aunque haya sido sometido a una prueba durísima.

En la introducción del libro aparece que Dios permitió esta prueba por provocación de Satanás. Este, en efecto, puso en duda ante el Señor la justicia de Job: «¿Acaso teme Job a Dios en balde?… Has bendecido el trabajo de sus manos, y sus ganados se esparcen por el país.

Pero extiende tu mano y tócalo en lo suyo, (veremos) si no te maldice en tu rostro». 25 Si el Señor consiente en probar a Job con el sufrimiento, lo hace para demostrar su justicia. El sufrimiento tiene carácter de prueba. El libro de Job no es la última palabra de la Revelación sobre este tema.

En cierto modo es un anuncio de la pasión de Cristo. Pero ya en sí mismo es un argumento suficiente para que la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento no esté unida sin reservas al orden moral, basado sólo en la justicia.

Si tal respuesta tiene una fundamental y transcendente razón y validez, a la vez se presenta no sólo como insatisfactoria en casos semejantes al del sufrimiento el justo Job, sino que más bien parece rebajar y empobrecer el concepto de justicia, que encontramos en la Revelación.

12. El libro de Job pone de modo perspicaz el «por qué» del sufrimiento; muestra también que éste alcanza al inocente, pero no da todavía la solución al problema. Ya en el Antiguo Testamento notamos una orientación que tiende a superar el concepto según el cual el sufrimiento tiene sentido únicamente como castigo por el pecado, en cuanto se subraya a la vez el valor educativo de la pena-sufrimiento.

Así pues, en los sufrimientos infligidos por Dios al Pueblo elegido está presente una invitación de su misericordia, la cual corrige para llevar a la conversión: «Los castigos no vienen para la destrucción sino para la corrección de nuestro pueblo» 26 Así se afirma la dimensión personal de la pena.

  • Según esta dimensión, la pena tiene sentido no sólo porque sirve para pagar el mismo mal objetivo de la transgresión con otro mal, sino ante todo porque crea la posibilidad de reconstruir el bien en el mismo sujeto que sufre;

Este es un aspecto importantísimo del sufrimiento. Está arraigado profundamente en toda la Revelación de la Antigua y, sobre todo, de la Nueva Alianza. El sufrimiento debe servir para la conversión, es decir, para la reconstrucción del bien en el sujeto, que puede reconocer la misericordia divina en esta llamada a la penitencia.

La penitencia tiene como finalidad superar el mal, que bajo diversas formas está latente en el hombre, y consolidar el bien tanto en uno mismo como en su relación con los demás y, sobre todo, con Dios.

13. Pero para poder percibir la verdadera respuesta al «por qué» del sufrimiento, tenemos que volver nuestra mirada a la revelación del amor divino, fuente última del sentido de todo lo existente. El amor es también la fuente más rica sobre el sentido del sufrimiento, que es siempre un misterio; somos conscientes de la insuficiencia e inadecuación de nuestras explicaciones.

  • Cristo nos hace entrar en el misterio y nos hace descubrir el «por qué» del sufrimiento, en cuanto somos capaces de comprender la sublimidad del amor divino;
  • Para hallar el sentido profundo del sufrimiento, siguiendo la Palabra revelada de Dios, hay que abrirse ampliamente al sujeto humano en sus múltiples potencialidades, sobre todo, hay que acoger la luz de la Revelación, no sólo en cuanto expresa el orden transcendente de la justicia, sino en cuanto ilumina este orden con el Amor como fuente definitiva de todo lo que existe;

El Amor es también la fuente más plena de la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento Esta pregunta ha sido dada por Dios al hombre en la cruz de Jesucristo. IV. JESUCRISTO: EL SUFRIMIENTO VENCIDO POR EL AMOR 14. «Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna».

27 Estas palabras, pronunciadas por Cristo en el coloquio con Nicodemo, nos introducen al centro mismo de la acción salvífica de Dios. Ellas manifiestan también la esencia misma de la soterología cristiana, es decir, de la teología de la salvación.

Salvación significa liberación del mal, y por ello está en estrecha relación con el problema del sufrimiento. Según las palabras dirigidas a Nicodemo, Dios da su Hijo al «mundo» para librar al hombre del mal, que lleva en sí la definitiva y absoluta perspectiva del sufrimiento.

Contemporáneamente, la misma palabra «da» («dió») indica que esta liberación debe ser realizada por el Hijo unigénito mediante su propio sufrimiento. Y en ello se manifiesta el amor, el amor infinito, tanto de ese Hijo unigénito como del Padre, que por eso «da» a su Hijo.

Este es el amor hacia el hombre, el amor por el «mundo»: el amor salvífico. Nos encontramos aquí -hay que darse cuenta claramente en nuestra reflexión común sobre este problema- ante una dimensión completamente nueva de nuestro tema. Es una dimensión diversa de la que determinaba y en cierto sentido encerraba la búsqueda del significado del sufrimiento dentro de los límites de la justicia.

Esta es la dimensión de la redención, a la que en el Antiguo Testamento ya parecían ser un preludio las palabras del justo Job, al menos según la Vulgata: «Porque yo sé que mi Redentor vive, y al fin… yo veré a Dios».

28 Mientras hasta ahora nuestra consideración se ha concentrado ante todo, y en cierto modo exclusivamente, en el sufrimiento en su múltiple dimensión temporal, (como sucedía igualmente con los sufrimientos del justo Job), las palabras antes citadas del coloquio de Jesús con Nicodemo se refieren al sufrimiento en su sentido fundamental y definitivo.

  • Dios da su Hijo unigénito, para que el hombre «no muera»; y el significado del «no muera» está precisado claramente en las palabras que siguen: «sino que tenga la vida eterna»;
  • El hombre «muere», cuando pierde «la vida eterna»;

Lo contrario de la salvación no es, pues, solamente el sufrimiento temporal, cualquier sufrimiento, sino el sufrimiento definitivo: la pérdida de la vida eterna, el ser rechazados por Dios, la condenación. El Hijo unigénito ha sido dado a la humanidad para proteger al hombre, ante todo, de este mal definitivo y del sufrimiento definitivo.

En su misión salvífica El debe, por tanto, tocar el mal en sus mismas raíces transcendentales, en las que éste se desarrolla en la historia del hombre. Estas raíces transcendentales del mal están fijadas en el pecado y en la muerte: en efecto, éstas se encuentran en la base de la pérdida de la vida eterna.

La misión del Hijo unigénito consiste en vencer el pecado y la muerte. El vence el pecado con su obediencia hasta la muerte, y vence la muerte con su resurrección. 15. Cuando se dice que Cristo con su misión toca el mal en sus mismas raíces, nosotros pensamos no sólo en el mal y el sufrimiento definitivo, escatológico (para que el hombre «no muera, sino que tenga la vida eterna»), sino también -al menos indirectamente- en el mal y el sufrimiento en su dimensión temporal e histórica.

  1. El mal, en efecto, está vinculado al pecado y a la muerte;
  2. Y aunque se debe juzgar con gran cautela el sufrimiento del hombre como consecuencia de pecados concretos (esto indica precisamente el ejemplo del justo Job), sin embargo, éste no puede separarse del pecado de origen, de lo que en San Juan se llama «el pecado del mundo»,29 del trasfondo pecaminoso de las acciones personales y de los procesos sociales en la historia del hombre;

Si no es lícito aplicar aquí el criterio restringido de la dependencia directa (como hacían los tres amigos de Job), sin embargo no se puede ni siquiera renunciar al criterio de que, en la base de los sufrimientos humanos, hay una implicación múltiple con el pecado.

De modo parecido sucede cuando se trata de la muerte. Esta muchas veces es esperada incluso como una liberación de los sufrimientos de esta vida. Al mismo tiempo, no es posible dejar de reconocer que ella constituye casi una síntesis definitiva de la acción destructora tanto en el organismo corpóreo como en la psique.

Pero ante todo la muerte comporta la disociación de toda la personalidad psicofísica del hombre. El alma sobrevive y subsiste separada del cuerpo, mientras el cuerpo es sometido a una gradual descomposición según las palabras del Señor Dios, pronunciadas después del pecado cometido por el hombre al comienzo de su historia terrena: «Polvo eres, y al polvo volverás».

30 Aunque la muerte no es pues un sufrimiento en el sentido temporal de la palabra, aunque en un cierto modo se encuentra más allá de todos los sufrimientos, el mal que el ser humano experimenta contemporáneamente con ella, tiene un carácter definitivo y totalizante.

Con su obra salvífica el Hijo unigénito libera al hombre del pecado y de la muerte. Ante todo El borra de la historia del hombre el dominio del pecado, que se ha radicado bajo la influencia del espíritu maligno, partiendo del pecado original, y da luego al hombre la posibilidad de vivir en la gracia Santificante.

  • En línea con la victoria sobre el pecado, El quita también el dominio de la muerte, abriendo con su resurrección el camino a la futura resurrección de los cuerpos;
  • Una y otra son condiciones esenciales de la «vida eterna», es decir, de la felicidad definitiva del hombre en unión con Dios; esto quiere decir, para los salvados, que en la perspectiva escatológica el sufrimiento es totalmente cancelado;
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Como resultado de la obra salvífica de Cristo, el hombre existe sobre la tierra con la esperanza de la vida y de la santidad eternas. Y aunque la victoria sobre el pecado y la muerte, conseguida por Cristo con su cruz y resurrección no suprime los sufrimientos temporales de la vida humana, ni libera del sufrimiento toda la dimensión histórica de la existencia humana, sin embargo, sobre toda esa dimensión y sobre cada sufrimiento esta victoria proyecta una luz nueva, que es la luz de la salvación.

Es la luz del Evangelio, es decir, de la Buena Nueva. En el centro de esta luz se encuentra la verdad propuesta en el coloquio con Nicodemo: «Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo».

31 Esta verdad cambia radicalmente el cuadro de la historia del hombre y su situación terrena. A pesar del pecado que se ha enraizado en esta historia como herencia original, como «pecado del mundo» y como suma de los pecados personales, Dios Padre ha amado a su Hijo unigénito, es decir, lo ama de manera duradera; y luego, precisamente por este amor que supera todo, El «entrega» este Hijo, a fin de que toque las raíces mismas del mal humano y así se aproxime de manera salvífica al mundo entero del sufrimiento, del que el hombre es partícipe.

16. En su actividad mesiánica en medio de Israel, Cristo se acercó incesantemente al mundo del sufrimiento humano. «Pasó haciendo bien»,32 y este obrar suyo se dirigía, ante todo, a los enfermos y a quienes esperaban ayuda.

Curaba los enfermos, consolaba a los afligidos, alimentaba a los hambrientos, liberaba a los hombres de la sordera, de la ceguera, de la lepra, del demonio y de diversas disminuciones físicas; tres veces devolvió la vida a los muertos. Era sensible a todo sufrimiento humano, tanto al del cuerpo como al del alma.

  • Al mismo tiempo instruía, poniendo en el centro de su enseñanza las ocho bienaventuranzas, que son dirigidas a los hombres probados por diversos sufrimientos en su vida temporal;
  • Estos son los «pobres de espíritu», «los que lloran», «los que tienen hambre y sed de justicia», «los que padecen persecución por la justicia», cuando los insultan, los persiguen y, con mentira, dicen contra ellos todo género de mal por Cristo…33 Así según Mateo;

Lucas menciona explícitamente a los que ahora padecen hambre. 34 De todos modos Cristo se acercó sobre todo al mundo del sufrimiento humano por el hecho de haber asumido este sufrimiento en sí mismo. Durante su actividad pública probó no sólo la fatiga, la falta de una casa, la incomprensión incluso por parte de los más cercanos; pero sobre todo fue rodeado cada vez más herméticamente por un círculo de hostilidad y se hicieron cada vez más palpables los preparativos para quitarlo de entre los vivos.

Cristo era consciente de esto y muchas veces hablaba a sus discípulos de los sufrimientos y de la muerte que le esperaban: «Subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, que lo condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de El y le escupirán, y le azotarán y le darán muerte, pero a los tres días resucitará».

35 Cristo va hacia su pasión y muerte con toda la conciencia de la misión que ha de realizar de este modo. Precisamente por medio de este sufrimiento suyo hace posible «que el hombre no muera, sino que tenga la vida eterna». Precisamente por medio de su cruz debe tocar las raíces del mal, plantadas en la historia del hombre y en las almas humanas.

  1. Precisamente por medio de su cruz debe cumplir la obra de la salvación;
  2. Esta obra, en el designio del amor eterno, tiene un carácter redentor;
  3. Por eso Cristo reprende severamente a Pedro, cuando quiere hacerle abandonar los pensamientos sobre el sufrimiento y sobre la muerte de cruz;

36 Y cuando el mismo Pedro, durante la captura en Getsemaní, intenta defenderlo con la espada, Cristo les dice: «Vuelve tu espada a su lugar … ¿Cómo van a cumplirse las Escrituras, de que así conviene que sea?». 37 Y además añade: «El cáliz que me dio mi Padre, ¿no he de beberlo?».

38 Esta respuesta -como otras que encontramos en diversos puntos del Evangelio- muestra cuán profundamente Cristo estaba convencido de lo que había expresado en la conversación con Nicodemo: «Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna».

39 Cristo se encamina hacia su propio sufrimiento, consciente de su fuerza salvífica; va obediente hacia el Padre, pero ante todo está unido al Padre en el amor con el cual El ha amado el mundo y al hombre en el mundo. Por esto San Pablo escribirá de Cristo: «Me amó y se entregó por mí».

40 17. Las Escrituras tenían que cumplirse. Eran muchos los testigos mesiánicos del Antiguo Testamento que anunciaban los sufrimientos del futuro Ungido de Dios. Particularmente conmovedor entre todos es el que solemos llamar el cuarto Poema del Siervo de Yavé, contenido en el Libro de Isaías.

El profeta, al que justamente se le llama «el quinto evangelista», presenta en este Poema la imagen de los sufrimientos del Siervo con un realismo tan agudo como si lo viera con sus propios ojos: con los del cuerpo y del espíritu. La pasión de Cristo resulta, a la luz de los versículos de Isaías, casi aún más expresiva y conmovedora que en las descripciones de los mismos evangelistas.

  1. He aquí cómo se presenta ante nosotros el verdadero Varón de dolores: «No hay en él parecer, no hay hermosura para que le miremos … Despreciado y abandonado de los hombres, varón de dolores y familiarizado con el sufrimiento, y como uno ante el cual se oculta el rostro, menospreciado sin que le tengamos en cuenta;

Pero fue él ciertamente quien soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores, mientras que nosotros le tuvimos por castigado, herido por Dios y abatido. Fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados. El castigo de nuestra paz fue sobre él, y en sus llagas hemos sido curados.

  • Todos nosotros andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su camino, y Yavé cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros»;
  • 41 El Poema del Siervo doliente contiene una descripción en la que se pueden identificar, en un cierto sentido, los momentos de la pasión de Cristo en sus diversos particulares: la detención, la humillación, las bofetadas, los salivazos, el vilipendio de la dignidad misma del prisionero, el juicio injusto, la flagelación, la coronación de espinas y el escarnio, el camino con la cruz, la crucifixión y la agonía;

Más aún que esta descripción de la pasión nos impresiona en las palabras del profeta la profundidad del sacrificio de Cristo. El, aunque inocente, se carga con los sufrimientos de todos los hombres, porque se carga con los pecados de todos. «Yavé cargó sobre él la iniquidad de todos»: todo el pecado del hombre en su extensión y profundidad es la verdadera causa del sufrimiento del Redentor.

Si el sufrimiento «es medido» con el mal sufrido, entonces las palabras del profeta permiten comprender la medida de este mal y de este sufrimiento, con el que Cristo se cargó. Puede decirse que éste es sufrimiento «sustitutivo»; pero sobre todo es «redentor».

El Varón de dolores de aquella profecía es verdaderamente aquel «cordero de Dios, que quita el pecado del mundo»,42 En su sufrimiento los pecados son borrados precisamente porque El únicamente, como Hijo unigénito, pudo cargarlos sobre sí, asumirlos con aquel amor hacia el Padre que supera el mal de todo pecado; en un cierto sentido aniquila este mal en el ámbito espiritual de las relaciones entre Dios y la humanidad, y llena este espacio con el bien.

  • Encontramos aquí la dualidad de naturaleza de un único sujeto personal del sufrimiento redentor;
  • Aquél que con su pasión y muerte en la cruz realiza la Redención, es el Hijo unigénito que Dios «dió»;
  • Y al mismo tiempo este Hijo de la misma naturaleza que el Padre, sufre como hombre;

Su sufrimiento tiene dimensiones humanas, tiene también una profundidad e intensidad -únicas en la historia de la humanidad- que, aun siendo humanas, pueden tener también una incomparable profundidad e intensidad de sufrimiento, en cuanto que el Hombre que sufre es en persona el mismo Hijo unigénito: «Dios de Dios».

Por lo tanto, solamente El -el Hijo unigénito- es capaz de abarcar la medida del mal contenida en el pecado del hombre: en cada pecado y en el pecado «total», según las dimensiones de la existencia histórica de la humanidad sobre la tierra.

18. Puede afirmarse que las consideraciones anteriores nos llevan ya directamente a Getsemaní y al Gólgota, donde se cumplió el Poema del Siervo doliente, contenido en el Libro de Isaías. Antes de llegar allí, leamos los versículos sucesivos del Poema, que dan una anticipación profética de la pasión del Getsemaní y del Gólgota.

El Siervo doliente -y esto a su vez es esencial para un análisis de la pasión de Cristo- se carga con aquellos sufrimientos, de los que se ha hablado, de un modo completamente voluntario: «Maltratado, mas él se sometió, no abrió la boca, como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante los trasquiladores.

Fue arrebatado por un juicio inicuo, sin que nadie defendiera su causa, pues fue arrancado de la tierra de los vivientes y herido de muerte por el crimen de su pueblo. Dispuesta estaba entre los impíos su sepultura, y fue en la muerte igualado a los malhechores, a pesar de no haber cometido maldad ni haber mentira en su boca».

  • 43 Cristo sufre voluntariamente y sufre inocentemente;
  • Acoge con su sufrimiento aquel interrogante que, puesto muchas veces por los hombres, ha sido expresado, en un cierto sentido, de manera radical en el Libro de Job;

Sin embargo, Cristo no sólo lleva consigo la misma pregunta (y esto de una manera todavía más radical, ya que El no es sólo un hombre como Job, sino el unigénito Hijo de Dios), pero lleva también el máximo de la posible respuesta a este interrogante. La respuesta emerge, se podría decir, de la misma materia de la que está formada la pregunta.

Cristo da la respuesta al interrogante sobre el sufrimiento y sobre el sentido del mismo, no sólo con sus enseñanzas, es decir, con la Buena Nueva, sino ante todo con su propio sufrimiento, el cual está integrado de una manera orgánica e indisoluble con las enseñanzas de la Buena Nueva.

Esta es la palabra última y sintética de esta enseñanza: «la doctrina de la Cruz», como dirá un día San Pablo. 44 Esta «doctrina de la Cruz» llena con una realidad definitiva la imagen de la antigua profecía. Muchos lugares, muchos discursos durante la predicación pública de Cristo atestiguan cómo El acepta ya desde el inicio este sufrimiento, que es la voluntad del Padre para la salvación del mundo.

Sin embargo, la oración en Getsemaní tiene aquí una importancia decisiva. Las palabras: «Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú»; 45 y a continuación: «Padre mío, si esto no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad»,46 tienen una pluriforme elocuencia.

Prueban la verdad de aquel amor, que el Hijo unigénito da al Padre en su obediencia. Al mismo tiempo, demuestran la verdad de su sufrimiento. Las palabras de la oración de Cristo en Getsemaní prueban la verdad del amor mediante la verdad del sufrimiento. Las palabras de Cristo confirman con toda sencillez esta verdad humana del sufrimiento hasta lo más profundo: el sufrimiento es padecer el mal, ante el que el hombre se estremece.

  1. El dice: «pase de mí», precisamente como dice Cristo en Getsemaní;
  2. Sus palabras demuestran a la vez esta única e incomparable profundidad e intensidad del sufrimiento, que pudo experimentar solamente el Hombre que es el Hijo unigénito; demuestran aquella profundidad e intensidad que las palabras proféticas antes citadas ayudan, a su manera, a comprender;

No ciertamente hasta lo más profundo (para esto se debería entender el misterio divino-humano del Sujeto), sino al menos para percibir la diferencia (y a la vez semejanza) que se verifica entre todo posible sufrimiento del hombre y el del Dios-Hombre.

Getsemaní es el lugar en el que precisamente este sufrimiento, expresado en toda su verdad por el profeta sobre el mal padecido en el mismo, se ha revelado casi definitivamente ante los ojos de Cristo.

Después de las palabras en Getsemaní vienen las pronunciadas en el Gólgota, que atestiguan esta profundidad -única en la historia del mundo- del mal del sufrimiento que se padece. Cuando Cristo dice: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», sus palabras no son sólo expresión de aquel abandono que varias veces se hacía sentir en el Antiguo Testamento, especialmente en los Salmos y concretamente en el Salmo 22 [21], del que proceden las palabras citadas.

  • 47 Puede decirse que estas palabras sobre el abandono nacen en el terreno de la inseparable unión del Hijo con el Padre, y nacen porque el Padre «cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros»48 y sobre la idea de lo que dirá San Pablo: «A quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros»;

49 Junto con este horrible peso, midiendo «todo» el mal de dar las espaldas a Dios, contenido en el pecado, Cristo, mediante la profundidad divina de la unión filial con el Padre, percibe de manera humanamente inexplicable este sufrimiento que es la separación, el rechazo del Padre, la ruptura con Dios.

Pero precisamente mediante tal sufrimiento El realiza la Redención, y expirando puede decir: «Todo está acabado». 50 Puede decirse también que se ha cumplido la Escritura, que han sido definitivamente hechas realidad las palabras del citado Poema del Siervo doliente: «Quiso Yavé quebrantarlo con padecimientos».

51 El sufrimiento humano ha alcanzado su culmen en la pasión de Cristo. Y a la vez ésta ha entrado en una dimensión completamente nueva y en un orden nuevo: ha sido unida al amor, a aquel amor del que Cristo hablaba a Nicodemo, a aquel amor que crea el bien, sacándolo incluso del mal, sacándolo por medio del sufrimiento, así como el bien supremo de la redención del mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo, y de ella toma constantemente su arranque.

  • La cruz de Cristo se ha convertido en una fuente de la que brotan ríos de agua viva;
  • 52 En ella debemos plantearnos también el interrogante sobre el sentido del sufrimiento, y leer hasta el final la respuesta a tal interrogante;

PARTÍCIPES EN LOS SUFRIMIENTOS DE CRISTO 19. El mismo Poema del Siervo doliente del libro de Isaías nos conduce precisamente, a través de los versículos sucesivos, en la dirección de este interrogante y de esta respuesta: «Ofreciendo su vida en sacrificio por el pecado, verá descendencia que prolongará sus días y el deseo de Yavé prosperará en sus manos.

Por la fatiga de su alma verá y se saciará de su conocimiento. El justo, mi siervo, justificará a muchos, y cargará con las iniquidades de ellos. Por eso yo le daré por parte suya muchedumbres, y dividirá la presa con los poderosos por haberse entregado a la muerte y haber sido contado entre los pecadores, llevando sobre sí los pecados de muchos e intercediendo por los pecadores».

53 Puede afirmarse que junto con la pasión de Cristo todo sufrimiento humano se ha encontrado en una nueva situación. Parece como si Job la hubiera presentido cuando dice: «Yo sé en efecto que mi Redentor vive …»; 54 y como si hubiese encaminado hacia ella su propio sufrimiento, el cual, sin la redención, no hubiera podido revelarle la plenitud de su significado.

En la cruz de Cristo no sólo se ha cumplido la redención mediante el sufrimiento, sino que el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido. Cristo -sin culpa alguna propia- cargó sobre sí «el mal total del pecado».

La experiencia de este mal determinó la medida incomparable de sufrimiento de Cristo que se convirtió en el precio de la redención. De esto habla el Poema del Siervo doliente en Isaías. De esto hablarán a su tiempo los testigos de la Nueva Alianza, estipulada en la Sangre de Cristo.

  • He aquí las palabras del apóstol Pedro, en su primera carta: «Habéis sido rescatados no con plata y oro, corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha»;
  • 55 Y el apóstol Pablo dirá en la carta a los Gálatas: «Se entregó por nuestros pecados para liberarnos de este siglo malo»; 56 y en la carta a los Corintios: «Habéis sido comprados a precio;

Glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo». 57 Con éstas y con palabras semejantes los testigos de la Nueva Alianza hablan de la grandeza de la redención, que se lleva a cabo mediante el sufrimiento de Cristo. El Redentor ha sufrido en vez del hombre y por el hombre.

Todo hombre tiene su participación en la redención. Cada uno está llamado también a participar en ese sufrimiento mediante el cual se ha llevado a cabo la redención. Está llamado a participar en ese sufrimiento por medio del cual todo sufrimiento humano ha sido también redimido.

Llevando a efecto la redención mediante el sufrimiento, Cristo ha elevado juntamente el sufrimiento humano a nivel de redención. Consiguientemente, todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de Cristo. 20. Los textos del Nuevo Testamento expresan en muchos puntos este concepto.

En la segunda carta a los Corintios escribe el Apóstol: «En todo apremiados, pero no acosados; perplejos, pero no desconcertados; perseguidos, pero no abandonados; abatidos, pero no aniquilados, llevando siempre en el cuerpo la muerte de Cristo, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro tiempo.

Mientras vivimos estamos siempre entregados a la muerte por amor de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste también en nuestra carne mortal… sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también con Jesús nos resucitará …». 58 San Pablo habla de diversos sufrimientos y en particular de los que se hacían participes los primeros cristianos «a causa de Jesús».

  • Tales sufrimientos permiten a los destinatarios de la Carta participar en la obra de la redención, llevada a cabo mediante los sufrimientos y la muerte del Redentor;
  • La elocuencia de la cruz y de la muerte es completada, no obstante, por la elocuencia de la resurrección;

El hombre halla en la resurrección una luz completamente nueva, que lo ayuda a abrirse camino a través de la densa oscuridad de las humillaciones, de las dudas, de la desesperación y de la persecución. De ahí que el Apóstol escriba también en la misma carta a los Corintios: «Porque así como abundan en nosotros los padecimientos de Cristo, así por Cristo abunda nuestra consolación».

59 En otros lugares se dirige a sus destinatarios con palabras de ánimo: «El Señor enderece vuestros corazones en la caridad de Dios y en la paciencia de Cristo». 60 Y en la carta a los Romanos: «Os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa y grata a Dios: este es vuestro culto racional».

61 La participación misma en los padecimientos de Cristo halla en estas expresiones apostólicas casi una doble dimensión. Si un hombre se hace participe de los sufrimientos de Cristo, esto acontece porque Cristo ha abierto su sufrimiento al hombre, porque El mismo en su sufrimiento redentor se ha hecho en cierto sentido participe de todos los sufrimientos humanos.

El hombre, al descubrir por la fe el sufrimiento redentor de Cristo, descubre al mismo tiempo en él sus propios sufrimientos, los revive mediante la fe, enriquecidos con un nuevo contenido y con un nuevo significado.

Este descubrimiento dictó a san Pablo palabras particularmente fuertes en la carta a los Gálatas: «Estoy crucificado con Cristo y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Y aunque al presente vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mi».

62 La fe permite al autor de estas palabras conocer el amor que condujo a Cristo a la cruz. Y si amó de este modo, sufriendo y muriendo, entonces por su padecimiento y su muerte vive en aquél al que amó así, vive en el hombre: en Pablo.

Y viviendo en él -a medida que Pablo, consciente de ello mediante la fe, responde con el amor a su amor- Cristo se une asimismo de modo especial al hombre, a Pablo, mediante la cruz. Esta unión ha sugerido a Pablo, en la misma carta a los Gálatas, palabras no menos fuertes: «Cuanto a mí, jamás me gloriaré a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo».

  • 63 21;
  • La cruz de Cristo arroja de modo muy penetrante luz salvífica sobre la vida del hombre y, concretamente, sobre su sufrimiento, porque mediante la fe lo alcanza junto con la resurrección: el misterio de la pasión está incluido en el misterio pascual;

Los testigos de la pasión de Cristo son a la vez testigos de su resurrección. Escribe San Pablo: «Para conocerle a El y el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos, conformándome a El en su muerte por si logro alcanzar la resurrección de los muertos».

64 Verdaderamente el Apóstol experimentó antes «la fuerza de la resurrección» de Cristo en el camino de Damasco, y sólo después, en esta luz pascual, llegó a la «participación en sus padecimientos», de la que habla, por ejemplo, en la carta a los Gálatas.

La vía de Pablo es claramente pascual: la participación en la cruz de Cristo se realiza a través de la experiencia del Resucitado, y por tanto mediante una especial participación en la resurrección. Por esto, incluso en la expresión del Apóstol sobre el tema del sufrimiento aparece a menudo el motivo de la gloria, a la que da inicio la cruz de Cristo.

Los testigos de la cruz y de la resurrección estaban convencidos de que «por muchas tribulaciones nos es preciso entrar en el reino de Dios». 65 Y Pablo, escribiendo a los Tesalonicenses, dice: «Nos gloriamos nosotros mismos de vosotros… por vuestra paciencia y vuestra fe en todas vuestras persecuciones y en las tribulaciones que soportáis.

Todo esto es prueba del justo juicio de Dios, para que seáis tenidos por dignos del reino de Dios, por el cual padecéis». 66 Así pues, la participación en los sufrimientos de Cristo es, al mismo tiempo, sufrimiento por el reino de Dios. A los ojos del Dios justo, ante su juicio, cuantos participan en los sufrimientos de Cristo se hacen dignos de este reino.

Mediante sus sufrimientos, éstos devuelven en un cierto sentido el infinito precio de la pasión y de la muerte de Cristo, que fue el precio de nuestra redención: con este precio el reino de Dios ha sido nuevamente consolidado en la historia del hombre, llegando a ser la perspectiva definitiva de su existencia terrena.

Cristo nos ha introducido en este reino mediante su sufrimiento. Y también mediante el sufrimiento maduran para el mismo reino los hombres, envueltos en el misterio de la redención de Cristo 22. A la perspectiva del reino de Dios está unida la esperanza de aquella gloria, cuyo comienzo está en la cruz de Cristo.

  1. La resurrección ha revelado esta gloria -la gloria escatológica- que en la cruz de Cristo estaba completamente ofuscada por la inmensidad del sufrimiento;
  2. Quienes participan en los sufrimientos de Cristo están también llamados, mediante sus propios sufrimientos, a tomar parte en la gloria;

Pablo expresa esto en diversos puntos. Escribe a los Romanos: «Somos … coherederos de Cristo, supuesto que padezcamos con El para ser con El glorificados. Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros»,67 En la segunda carta a los Corintios leemos: «Pues por la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de gloria incalculable, y no ponemos los ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles».

68 El apóstol Pedro expresará esta verdad en las siguientes palabras de su primera carta: «Antes habéis de alegraros en la medida en que participáis en los padecimientos de Cristo, para que en la revelación de su gloria exultéis de gozo».

69 El motivo del sufrimiento y de la gloria tiene una característica estrictamente evangélica, que se aclara mediante la referencia a la cruz y a la resurrección. La resurrección es ante todo la manifestación de la gloria, que corresponde a la elevación de Cristo por medio de la cruz.

  • En efecto, si la cruz ha sido a los ojos de los hombres la expoliación de Cristo, al mismo tiempo ésta ha sido a los ojos de Dios su elevación;
  • En la cruz Cristo ha alcanzado y realizado con toda plenitud su misión: cumpliendo la voluntad del Padre, Se realizó a la vez a sí mismo;

En la debilidad manifestó su poder, y en la humillación toda su grandeza mesiánica. ¿No son quizás una prueba de esta grandeza todas las palabras pronunciadas durante la agonía en el Gólgota y, especialmente, las referidas a los autores de la crucifixión: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»?.

70 A quienes participan de los sufrimientos de Cristo estas palabras se imponen con la fuerza de un ejemplo supremo. El sufrimiento es también una llamada a manifestar la grandeza moral del hombre, su madurez espiritual.

De esto han dado prueba, en las diversas generaciones, los mártires y confesores de Cristo, fieles a las palabras: «No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que el alma no pueden matarla». 71 La resurrección de Cristo ha revelado «la gloria del siglo futuro» y, contemporáneamente, ha confirmado «el honor de la Cruz»: aquella gloria que está contenida en el sufrimiento mismo de Cristo, y que muchas veces se ha reflejado y se refleja en el sufrimiento del hombre, como expresión de su grandeza espiritual.

Hay que reconocer el testimonio glorioso no sólo de los mártires de la fe, sino también de otros numerosos hombres que a veces, aun sin la fe en Cristo, sufren y dan la vida por la verdad y por una justa causa.

En los sufrimientos de todos éstos es confirmada de modo particular la gran dignidad del hombre. 23. El sufrimiento, en efecto, es siempre una prueba -a veces una prueba bastante dura-, a la que es sometida la humanidad. Desde las páginas de las cartas de San Pablo nos habla con frecuencia aquella paradoja evangélica de la debilidad y de la fuerza, experimentada de manera particular por el Apóstol mismo y que, junto con él, prueban todos aquellos que participan en los sufrimientos de Cristo.

¿Cómo aborda la relación del dolor y el sufrimiento con Dios?

El dolor y el sufrimiento humano a la luz de la razón y de la fe cristiana –

  • Autores: Evandro Agazzi
  • Localización: Medicina y Ética: Revista internacional de bioética, deontología y ética médica , ISSN 0188-5022, ISSN-e 2594-2166, Vol. 24, Nº. 3, 2013 , págs. 327-343
  • Idioma: español
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  • Resumen
    • español El dolor y el sufrimiento son realidades negativas cuya evidencia no puede ser resuelta por comunes disquisiciones filosóficas. El ser humano busca “dar una razón y un sentido” a la realidad que lo circunda, pero no logra hacerlo por la zona de la realidad constituida por el mal (o sea, no encuentra una respuesta racional a la pregunta “¿por qué existe el mal?”). En el ámbito puramente “mundano” el mal queda como un enigma, pero se vuelve un auténtico problema cuando se admite la existencia de Dios: “problema del mal” y “problema de Dios” se condicionan mutuamente.

      “Si Dios existe, ¿de dónde viene el mal? No puede venir de Él (todo aquello que existe es de suyo bueno), pero es sólo produc­ to del mal uso que el hombre hace de su libre albedrío (mal “moral”) y Dios “tolera” este mal porque respeta el libre albedrío humano.

      Dolor y sufrimiento (mal, llamado “físico”) son consecuen­ cia (como expiación) del mal moral y Dios, aun siendo infinita­ mente bueno y omnipotente, no lo elimina porque es sumamente justo. Esta es la respuesta más clásica de la teodicea. Ésta, sin embargo, no explica verdaderamente el dolor del inocente.

      1. En conclusión, el mal permanece sustancialmente ininteligible utilizando las categorías de la razonabilidad humana, y la única respuesta para una filosofía verdaderamente racionalista (o sea que considera que una razón debe existir para cada aspecto de la realidad), es aquella de admitir que tal “razón” supera las limitaciones de la razón humana, y con ello se abre hacia la aceptación de la razonabilidad divina;

      La tesis que dolor y sufrimiento humanos son explicación del mal moral es explícitamente rechazada por Jesús en el Evangelio y Él ha realizado muchas obras mila­ grosas para aliviar estos males. Por otro lado libremente ha aceptado por sí mismo el dolor, el sufrimiento y la muerte, mostrando así concretamente que también Dios puede sufrir; pero su resurrección muestra al mismo tiempo la omnipotencia de Dios, ofreciendo una respuesta no conceptual, sino concreta a la compati­ bilidad del dolor y omnipotencia divina.

      • El hombre es invitado a combatir junto a Dios, dolor y sufrimiento mediante obras efectivas, y al mismo tiempo a dar un sentido escatológico al dolor y al mal presente en el mundo fundándose en la bondad y omnipotencia de Dios;

      Jesús ha roto también la espontánea convicción de que el mal realizado deba ser expiado infligiendo otro mal (la pena) a quien lo comete. Dos males no se compensan, sino se suman. La compensación del mal consiste en el perdón, que rompe su espiral externa, mientras el arrepentimiento repara la herida interna que la culpa inflige en el ánimo de aquel que la comete.

    • English Pain and suffering are negative realities whose evidence cannot be dissolved by subtle philosophical arguments. The human being tries to “find a reason and a sense” for the whole of reality surrounding him, but is unable to do this for that portian of reality constituted by evil (i. he cannot answer the question, “why evil?”). On the purely mundane plane evil remains an enigma but becomes a real problem when the existence of God is admitted:”problern of evil” and “problem of God” are mutually interrelated.

      Todo esto se incluye en la nueva visión de las relaciones de los hombres entre ellos y con Dios, o sea la perspectiva del amor, aún si permanece siempre misterioso para la razón humana para que el amor deba pasar a través del dolor como su prueba.

      lf God exists “from where does evil come?” lt cannot come from God (everything that exists is good in itself) but is produced by man when he makes bad use of his free will (moral evil) and God “tolerates” this evil because he respects human free will.

      1. Pain and suffering (often called “physical evil”) are the consequence of moral evil (are its expiation) and God, though being infinitely good and omnipotent, does not eliminate them because he is at the same time infinitely just;

      This is the most classical answer of theodicy. lt does not really explain, however, the suffering of the innocent. In conclusion, evil remains essentially unintelligible by using the categories of human reason, and the only way out for a genuinely rationalist philosophy (i.

      1. a philosophy according to which there is a reason for whatever exists) is that of admitting that such a “reason” oversteps the limits of human rationality and in such a way opens itself to the admission of a divine rationality;

      The claim that pain and suffering are the expiation of moral evil is explicitly rejected by Jesus in the Gospel, and he has accomplished several miraculous works in order to diminish their impact. On the other hand, he has freely accepted pain, suffering and even death for himself, concretely showing in such a way that God himself can suffer, but his resurrection shows at the same time the omnipotence of God, thereby offering not a conceptual but a concrete answer to the question of the compatibility of pain with divine omnipotence.

      • Hence man is invited to fight with God against pain and suffering by doing good works and at the same time to give a positiva eschatological sense to the pain and evil that are present in the world, relying on God’s goodness and omnipotence;

      Jesus has also broken the spontaneous conviction that the evil committed must be compensated by another evil (the punishment) inflicted on the person who has committed it. Two evils do not compensate each other, but they add up. The compensation of evil consists in forgiveness, that breaks the externa! spiral of evil, while repentance heals the internal wound that the wrong action produces in the soul of the person committing it.

¿Cómo se manifiesta el sufrimiento?

La ilimitada totalidad de sentido – La cuestión sobre el sentido del sufrimiento es específicamente bíblica. Presupone la fe en una ilimitada totalidad de sentido, la fe en que el universo en su conjunto descansa dentro de un contexto de sentido. Sólo desde ahí tiene sentido preguntar sobre el sentido del sufrimiento.

  • Tal pregunta se plantea ante todo allí donde se cree en un Dios omnipotente y bueno, es decir, allí donde, por tanto, es posible preguntar: «¿cómo se armoniza ese hecho con la existencia de sufrimiento en el mundo?»;

En Homero no se plantea la pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Los héroes homéricos viven todos dentro de una cierta tristeza. Saben que estarán sobre la tierra sólo un corto tiempo, y que luego deben bajar al Hades, donde les aguarda un oscuro destino.

  • A ninguno de ellos se le ocurre preguntar qué sentido tiene todo aquello;
  • Es la «necesidad», contra la cual tampoco los dioses pueden nada;
  • Sólo donde se acepta y se cree en un sentido universal, como sucede en la religión bíblica, llega a ser planteada como tal la pregunta sobre el sufrimiento;

Aparece como pregunta sobre la justificación de Dios (es decir, como justificación del obrar de Dios), pero no entendida en el sentido de que si Dios quisiera podría evitar cualquier sufrimiento (es decir, no poniendo en Dios la causa del sufrimiento).

Hay muchos que piensan que Dios podría haber hecho también una tierra de jauja (Schlaraffenland). Pero la pregunta entonces es si ése sería un mundo más deseable. Podemos fácilmente explicarnos que el obrar humano supone una naturaleza independiente del hombre.

Para poder obrar debemos contar con una tal fiable naturaleza. Además (la pregunta sobre el sentido del sufrimiento) presupone el hecho real de que vivimos en un mundo que nos es común, en el que seguimos los más divergentes fines; y que existe un mundo externo al hombre que es indiferente respecto a los gustos de cada cual y que, por eso, le opone resistencia.

  • La idea de una tierra de Jauja carece de sentido;
  • No carece, sin embargo, de él la idea de una naturaleza que armonice por completo con los fines de la praxis humana;
  • Pero de hecho tenemos que tratar con otra naturaleza distinta, emancipada de la praxis humana;

Aunque hay en ella, ciertamente, una razonable coordinación, integración, utilidad y belleza, todas esas cosas son sólo como ciertos vestigios de sentido dentro de un conjunto que no es verdadera totalidad, sino un mar de indiferencia formado por partículas que sólo giran alrededor de su propia reproducción.

  • Un símbolo de esa desintegración, es decir, de esa falta de sentido, es la tumoración cancerosa, la emancipación de las células;
  • La desintegración, la falta de sentido, es experimentada como sufrimiento;

El Nuevo Testamento, en la Pasión de Cristo, nos sitúa de manera extrema ante la dolorosa experiencia de la falta de sentido: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» También esto, en efecto, es un rol dentro de un drama. Jesús reza un versículo de un salmo, y representa el papel del siervo sufriente de Dios del Antiguo Testamento.

Pero el papel debe ser representado comprometiendo la entera existencia, y eso significa que quien lo representa debe perder de vista el conjunto del guión. El sentido del papel es la experiencia de la falta de sentido.

No cabe ver en esa historia de la Pasión ningún vestigio del heroísmo estoico. La Pasión de Jesús está descrita expresamente como algo que se hace contra su voluntad. A ella pertenece el ruego que dice: «haz que este cáliz pase de mí». Si nos preguntamos por el sentido cristiano del sufrimiento, debemos considerar cómo es interpretada la Pasión de Jesús en el Nuevo Testamento.

  1. Hay en él dos pasajes centrales que ofrecen esa interpretación, uno del apóstol Pablo, quien afirma que Jesús se hizo «obediente hasta la muerte», y otro de la Epístola a los Hebreos, en el que de manera aún más fuerte se dice que «aprendió a obedecer a través del sufrimiento»;

¿Qué significa esto? En esos pasajes se presupone claramente que los hombres en su conjunto viven en un estado que no es el normal. El sufrimiento se manifiesta como el reverso pasivo del mal, que ha sido causado por la desobediencia. Pero también como el único medio para suprimir el mal, precisamente a través de una experiencia adecuada a él.

  • El mal atrae el sufrimiento, y con ello su propio juicio;
  • Lo finito, que se pavonea de ser el centro de todo –y eso se llama desobediencia–, nada puede hacer para llegar a ser verdaderamente Dios;
  • Su pretensión ilusoria se quiebra y su verdad pasa a ser el sufrimiento;

Pero en la verdad no puede existir el mal. El mal es esencialmente mentira. La autoafirmación propia del mal consiste sobre todo en separar mi propio mundo de experiencia del de los demás, de manera que el sufrimiento esté en los otros y en mí las ventajas.

  • Esa situación de asimetría, de alienación, sólo puede ser cambiada si la curvatio in seipsum, la curvatura propia del mal sobre uno mismo, se rompe; es decir, si dicha situación es contemplada desde un punto de vista exterior y, de esa manera, puede ser experimentado su absurdo como sufrimiento;

Sólo así torna el mal a la obediencia. El cristianismo enseña que todos nos encontramos en una situación como la descrita. La doctrina cristiana sobre el pecado original no dice sino que todos vivimos en un contexto general de culpa, en el que todos entran a formar parte cuando comienzan a pertenecer a la sociedad humana.

La Psicología demuestra que, en una familia, por ejemplo, pueden existir situaciones neuróticas tales que, quien entre a formar parte de esa familia padecerá un tic, reproducirá la situación. Cada uno de nosotros está implicado ya desde niño en un inevitable contexto de culpa en el que se hace también culpable.

No se trata de que cada uno sea sólo una víctima pasiva, sino de que cada uno forma parte del juego, participa en la injusticia que cada uno comete contra los otros.

¿Que le pide Dios a su pueblo?

“Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Mi. 6:8). Cuando el profeta Miqueas refiere a Israel y Judá lo que Dios pide de ellos, sus moradores vivían en el desenfreno total. Consciente de su condición espiritual, el pueblo se pregunta: ¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante El con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? (Mi.

  • 6:6-7);
  • Las opciones que busca el pueblo para acercarse y adorar a Dios son verdaderamente admirables pero carentes de temor, amor y gratitud a Dios;
  • Por ello, el profeta Miqueas les reprocha su falsedad e hipocresía, al decirles: “Oh hombre, El te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Mi;

6:8). Hacer justicia. La Biblia revela a Dios como el juez justo de toda la tierra. Siendo esto así, Él demanda de los suyos justicia en todas sus obras. ¿Qué hacía Israel y Judá? Tenían balanzas falsas y bolsas de pesas engañosas. Codiciaban heredades y casas y las robaban.

  1. Oprimían al pobre y lo despojaban de sus bienes;
  2. A las mujeres echaban de sus casas y a los niños les fue quitada la alabanza;
  3. Aborrecían lo bueno y amaban lo malo;
  4. Los jueces tomaban cohecho y pervertían el derecho;

Los sacerdotes enseñaban por dinero y los profetas hacían errar al pueblo. Por la perversidad de las obras de Israel y Judá, Dios les demanda hacer justicia. Estimado lector: ¿Tus obras son justas? Hoy Dios te pide hacer justicia. Amar misericordia. Dios es infinitamente misericordioso y anhela que nosotros seamos compasivos, clementes, benignos y misericordiosos con nuestros semejantes, con los presos, débiles, pobres, enfermos y pecadores.

Esto es lo que olvidó Israel y Judá y pensaron que ofreciendo becerros de holocausto y millares de carneros por sacrificio Dios pasaría por alto sus robos y despojos contra el pobre y desvalido. Con cuánta razón Samuel dijo a Saúl: “¿Se complace Jehová, tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros” (1S.

15:22). Religiosidad carente de misericordia fue lo que el Señor Jesús también reprochó a los fariseos cuando éstos censuraron a los discípulos por cortar y comer espigas en el día de reposo. A ellos dijo: “Y si supiereis qué significa: Misericordia quiero, y no sacrificio, no condenarías a los inocentes” (Mt.

12:7). En otra ocasión, cuando escribas y fariseos reprobaron que el Maestro comiera con publicanos y pecadores, les dijo: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio.

Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mt. 9:12-13). Por ello, hoy por hoy, Dios demanda hacer misericordia. Amigo lector: ¿Eres compasivo, clemente y benigno con tus semejantes? Dios te mide hacer misericordia. Humillarte ante tu Dios.

Humildad, virtud caracterizada por mansedumbre, modestia, paciencia y sencillez. De esto adolecía Israel y Judá. Su pecado los volvió soberbios y orgullosos. En su arrogancia olvidaron a Dios, sus obras y sus muchas misericordias.

De ahí que Dios les pida se vuelvan a Él con un corazón contrito y humillado, pues su religiosidad no cubriría su arrogancia y altivez. Hoy Dios nos pide humildad. Él ha dicho: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados (Is.

57:15). Querido lector: En tu relación con los demás, ¿Eres sencillo o arrogante, modesto o soberbio? Y en tu relación con Dios, ¿eres humilde? ¿Qué pide Dios de ti? Humillarte delante de Él. Dice el apóstol Pablo: “Halla, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma se siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil.

2:5-8). Con cuánta razón el mismo Señor Jesucristo, dijo: “Porque ejemplo os he dado, para que como yo he hecho, vosotros también hagáis” (Jn. 13:15). Querido amigo: ¿Qué pide Dios de ti? Hacer justicia, hacer misericordia y humillarte ante Jehová, tu Dios.