Fundamentación.
(De la Introducción del Cancionero "CANTEMOS AL SEÑOR", Ediciones Mundo, Santiago de Chile)
La vida de la Iglesia, como la vida del hombre, no puede prescindir del canto. Por eso cuando ella se sitúa en la cumbre de su autorrealización, en el momento de su liturgia, reconoce el canto como "parte necesaria e integral de su culto" (Concilio Vaticano II).
No es fácil que nos convenzamos de esta necesidad. Durante generaciones hemos estado acostumbrados al silencio como marco normal de la celebración de nuestro culto. El canto ha sido apenas un elemento accesorio destinado a dar realce al ambiente festivo de las mejores fiestas. Incluso hoy, aún reconociendo los esfuerzas que por doquier se realizan para mejorar nuestro canto, no hemos logrado salir del subdesarrollo musical característico de nuestras reuniones religiosas. Difícilmente podríamos suscribir lo que dice la instrucción "Musicam Sacram" (1967) de la Iglesia: "No se puede ver nada más festivo ni más alegre en una celebración que cuando la asamblea entera expresa su fe y su piedad cantando".
Por eso, desde los más altos organismos de la Iglesia se nos insta a "fomentar por todos los medios posibles el canto del pueblo, echando manos incluso de nuevas formas musicales que respondan al carácter de cada pueblo y al gusto del hombre de hoy" (Instrucción Tercera, 1970).
El canto del pueblo... Esta orientación nos obliga a distanciarnos igualmente de una actitud purista, la de algunos músicos que desprecian la belleza virgen del canto popular, y del mal gusto de otros que hacen cantar cualquier cosa y de cualquier manera.
Nuestro canto, sobre todo el religioso, debe llevar el sello de la autenticidad. Necesitamos música que nos atraiga, nos emocione, nos mueva e interprete en la situación en la que nos encontramos. Un canto que nos permita oír y decir con belleza ese algo que tenemos que oír y proclamar: "nuestra fe".
Para que nuestro canto sea auténticamente religioso debe responder a requisitos mínimos como los siguientes:
Debe ser expresión de fe, esto es, encerrar o proyectar el mensaje cristiano en sus palabras (criterio de contenido).
Debe poseer calidad de repertorio y perfección en su ejecución. No debe admitirse, particularmente en la liturgia, una expresión musical mediocre. En nombre de la sencillez y de la adaptación no es dable introducir, y mucho menos en el culto, melodías y composiciones de valor decadente. A Dios le debemos lo mejor de nuestro espíritu (criterio de forma musical).
Ha de realizarse oportunamente, es decir, en el momento que corresponda. No es posible que durante la comunión se cante un himno a San José o que para finalizar una convivencia de alegría juvenil se entone una canción fúnebre (criterio de oportunidad).
El canto debe facilitar la participación de toda la asamblea, ya que la norma fundamental de todo culto es la participación. Esto no quiere decir que la asamblea tenga que cantar cada canto íntegramente, pero sí, es preciso terminar con las misas-concierto en las que el pueblo se convierte en mero oyente (criterio comunitario).
Tiene, finalmente, que encauzar la atención y la afectividad al tema o a la experiencia para cuyo realce se ejecuta. De lo que se trata es que el canto llegue a ser la expresión suprema de los sentimientos que embargan a la comunidad (criterio de afectividad).
Estas exigencias van más allá de esa discutible distinción entre música sagrada y música profana. De hecho no hay música sagrada auténtica -así como tampoco hay fe verdadera- que pueda mantenerse como manifestación aparte, completamente ajena a lo humano. También ella debe identificarse con la vida en todas sus expresiones de templo, hogar, trabajo, convivencia social, jornadas de renovación, diversiones, etc.
Esto vale también de la instrumentación con la que se suele acompañar el canto. Aun cuando el órgano o armonio continúan siendo consideradas como los instrumentos más calificados y dignos para la celebración del culto, la Iglesia valora igualmente el uso de otros instrumentos, con tal que contribuyan a una mejor participación del pueblo en la celebración del culto. Aquí como en todas las cosas, hay que volver sobre las exigencias que se ponen a todo medio: lo que interesa es la manera cómo se lo usa.
El presente trabajo pretende ser una respuesta al deseo de la Iglesia de ver renovado y promovido el canto religioso en cada país. Una respuesta entregada en Chile y para Chile en primer lugar, pero que ciertamente tendrá eco también en otros países latinoamericanos.
(la Introducción continúa, pero para los fines de este sitio, la concluimos aquí).
MUNDO.